Santa Matilde de Hackeborn
La mística alcanzó cimas altísimas con Matilde de Hackeborn, una de las santas más grandes que surgieron en el monasterio de Helfta en el siglo XIII
La mística alcanzó cimas altísimas con Matilde de Hackeborn (c. 1240-1298), una de las santas más grandes que surgieron en el monasterio de Helfta en el siglo XIII. Su vida espiritual está trazada en ese cofre del tesoro que es El libro de la Gracia especial que nació de las confidencias que, por obediencia, hizo a dos hermanas de comunidad, que anotaron sus revelaciones. Cuando Matilde supo que las monjas habían tomando apuntes (una de estas monjas era su discípula santa Gertrudis la Grande), se turbó mucho a causa de su profunda humildad. Pero fue Jesús mismo quien la tranquilizó, diciéndole que esos textos se difundirían a mayor gloria de Dios y en beneficio del prójimo. Entonces la santa decidió revisar con atención el manuscrito, en el que sus visiones, junto a la unión esponsal con Cristo y los diálogos con la Santísima Virgen, están descritas de tal modo que se percibe perfectamente la intimidad que tenía con lo sagrado.
Entró en el monasterio cuando tenía siete años de edad por la felicidad que sintió cuando lo visitó con su madre, a pesar de la oposición inicial de sus padres. Se hizo monja cuando tenía alrededor de 17 años. Se formó bajo la guía de su hermana Gertrudis (que no hay que confundir con Gertrudis la Grande), que mientras tanto había sido elegida abadesa. Desde sus primeros instantes en el monasterio, Dios la llenó de dones sobrenaturales, que se unían a recurrentes pruebas y sufrimientos, también físicos, ofrecidos con alegría por Matilde por la salvación de las almas. La llamaban «el Ruiseñor de Cristo» por su suave canto. Escribió diversas oraciones y pronto desarrolló tal amor por la Sagrada Escritura que, por su modo de leer, «en todos suscitaba la devoción». Privilegiaba el Evangelio, que Jesús mismo le había recomendado: «Considera lo inmenso que es mi amor: si quieres conocerlo bien, en ningún otro sitio lo encontrarás más claramente expresado que en el Evangelio».
El libro de la Gracia especial influyó sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, preparando el terreno -junto al Heraldo del divino Amor, de santa Gertrudis- a la afirmación definitiva del culto, que tuvo lugar tras las revelaciones a santa Margarita Alacoque, en el siglo XVII. En sus páginas ocupan un lugar central los sacramentos de la Confesión y la Comunión como medio de santificación; las bienaventuranzas del Paraíso, en las que vio inmersos a sus contemporáneos Tomás de Aquino y Alberto Magno («cuando llegaron ante el trono de Dios, todas las palabras de sus escritos aparecieron sobre sus vestidos en letras de oro»); la piedad hacia las almas del Purgatorio (por las que ofrecía continuos sacrificios); las visiones de las almas del Infierno («cuando salen de sus cuerpos, son invadidas por las tinieblas») y los coloquios con la Virgen. La llamaba Inmaculada, porque María ya le había revelado el dogma que la Iglesia proclamó seis siglos más tarde. A la Virgen le preguntó en una ocasión cuál había sido la primera virtud practicada en la infancia: «La humildad, la obediencia y el amor», respondió la Madre celestial.
A santa Matilde está también vinculada la promesa de los tres Avemarías. La Virgen prometió que la asistiría con su presencia en la hora de la muerte si cada día recitaba un Ave Maria por cada Persona de la Trinidad, como signo de agradecimiento a Dios por los dones particulares de potencia, sabiduría y amor que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo hacen, respectivamente, a la Virgen. La promesa de los tres Avemarías, que vale para todas las almas que los recitan con devoción, la propagaron a lo largo de los siglos varios santos y pontífices.
Para saber más:
Catequesis de Benedicto XVI sobre santa Matilde de Hackeborn (audiencia general del 29 de septiembre de 2010)