Santa Marta de Betania
Marta - patrona de amas de casa, cocineros, criadas, hoteleros - es citada en tres episodios evangélicos, en los que se la retrata como una mujer solícita en el servir y en ir al encuentro del Maestro
Betania se encuentra a dos-tres kilómetros de Jerusalén y es conocida porque Jesús pasó por allí varias veces durante su vida pública. Era el pueblo de Lázaro (de ahí el nombre que le dieron los árabes, al-Azariya, que significa precisamente el lugar “de Lázaro”) y de sus hermanas María y Marta. Los tres hoy son conmemorados por la Iglesia, si bien sólo la memoria de Marta ha sido incluida en el Calendario Romano General como memoria litúrgica obligatoria, que se celebra en todos los lugares de la cristiandad en los que se ha difundido el Rito Romano. Antes, Lázaro era conmemorado el 17 de diciembre, pero con la edición del Martirologio Romano de 2001 (el primero después del Concilio Vaticano II) su memoria se trasladó al 29 de julio, fecha tradicional para el culto litúrgico de Marta. Este mismo día se recuerda a la hermana de ambos, María de Betania, a la que durante mucho tiempo se la identificó con María Magdalena (y también con la pecadora penitente que lavó con aceite perfumado los pies de Jesús, besándolos y secándolos con sus cabellos; Lc 7, 36-50), por razones que merecerían una profundización aparte.
Marta es citada en tres episodios evangélicos, en los que se la retrata como una mujer solícita en el servir y en ir al encuentro del Maestro. Lucas nos la muestra en el acto de acoger en casa a Jesús, en medio de las fatigas de su apostolado, «muy afanada con los muchos servicios» mientras su hermana María, modelo de las contemplativas, escucha la palabra de Nuestro Señor. De aquí su célebre queja («Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano»), que le dio motivo a Jesús para transmitir una enseñanza sobre la cual los cristianos de cada época han tenido que meditar: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada» (Lc 10, 38-42). Se podría decir que en aquel tiempo la buena Marta no había encontrado todavía el equilibrio entre ora et labora, entre el recogimiento en Dios y el trabajo, que será expresado bien en la doctrina de san Benito y que cada uno, no solo los monjes, está llamado a buscar. Pero ciertamente, como comentó san Agustín, ya estaba en el justo camino: «Marta, tú no has elegido mal; pero María ha escogido mejor que tú».
Encontramos a Marta, que ciertamente custodió en su corazón las palabras del Maestro, en el episodio de la resurrección de Lázaro. En cuanto sabe que Jesús, arriesgando su vida, está de vuelta en Betania, le sale al encuentro y le dirige estas palabras: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Cuando después Jesús le anuncia que su hermano resucitará y le pide creer en Él, sigue siendo ella la que hace una abierta e inspirada profesión de fe: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» (Jn 11, 1-46). El tercer episodio se sitúa después de la resurrección de Lázaro, cuando Jesús se hospeda y cena en la casa de Betania: Marta está volcada en servir a los comensales y María en ungir los pies del Señor con un precioso aceite de nardo, que luego secaba con sus cabellos, pocos días antes de la Pasión y, por tanto, de la sepultura de su sagrado Cuerpo (Jn 12, 1-11).
Escribió san Agustín: «Marta y María eran dos hermanas, no sólo en el plano de la naturaleza, sino también en el de la religión: ambas honraban a Dios y ambas servían al Señor presente en la carne en perfecta armonía de sentimientos. Marta lo acogió como se suele acoger a los peregrinos, y aún así acogió al Señor como sierva, al Salvador como enferma, al Creador como criatura; lo acogió para alimentarlo en su cuerpo mientras ella debía nutrirse con el Espíritu. […] Por otra parte tú, Marta, sea dicho con tu buena paz, tú, ya bendita por tu encomiable servicio, como recompensa pides reposo. […] Pero dime: cuando hayas llegado a esa patria, ¿encontrarás al peregrino para acogerlo como huésped? ¿Encontrarás al hambriento para el cual partirás el pan? ¿Al sediento al que dar de beber? ¿Al enfermo que visitar? ¿Al pendenciero al que reconducir a la paz? ¿Al muerto que enterrar? Ahí arriba no habrá sitio para todo esto. Y entonces, ¿qué habrá? Lo que ha escogido María: allí estaremos nutridos, no nutriremos. […] ¿Y queréis saber de verdad que habrá allí arriba? El Señor mismo afirma de sus siervos: En verdad os los hará sentar a la mesa y les irá sirviendo. (cfr. Lc 12, 37)».
Patrona de: amas de casa, cocineros, criadas, hoteleros