Santa Magdalena de Canossa
Encontró su felicidad perfecta siguiendo a Cristo y sirviendo a los últimos
Perteneciente a una antigua familia noble, santa Magdalena de Canossa (1774-1835) encontró su felicidad perfecta siguiendo a Cristo y sirviendo a los últimos.
Era la tercera hija del marqués Ottavio de Canossa y de la condesa Teresa Szluha. Se quedó huérfana de padre a los cinco años y a los siete la madre la abandonó para casarse y mudarse a vivir con su nuevo marido. Un tío suyo se convirtió en su tutor, que confió la educación de Magdalena y de los otros sobrinos a dos preceptores: una institutriz francesa, que tuvo una pésima relación con Magdalena y sus hermanos, y don Pietro Rossi. Sufrió una gravísima enfermedad en la adolescencia, de la que se curó cuando tenía unos 15 años, saliendo «totalmente reforzada en la intención de permanecer virgen», como recordará en sus Memorias, escritas por obediencia.
Confió a don Pietro la decisión de consagrarse a Dios y empezó a leer las Reglas de algunas órdenes religiosas. En 1791 decidió retirarse en el monasterio de las carmelitas de Santa Teresa, en Verona, donde permaneció cerca de diez meses. Aunque se sentía atraída por el Carmelo, descubrió que la vida claustral no estaba hecha para ella. Tras un segundo intento en otro monasterio, en el que permaneció apenas tres días, se confió a un director espiritual, intentando comprender su vocación. Durante una Misa, en la lectura del Libro de Tobías, sintió un fuerte impulso interior hacia las obras de caridad. En otra ocasión, recitando un pasaje del Salmo 50, «Enseñaré tus caminos a los descarriados», se sintió llamada a instruir al prójimo sobre las verdades de fe. Se conmovía cuando oía hablar de «Divina Gloria». A medida que su amor por el Crucifijo crecía, empezó a recoger a las niñas que vivían en la calle y a visitar a los enfermos.
Durante algunos años vivió entre el palacio de Canossa y diversos barrios de Verona, donde se encontraban ubicadas las casas que había alquilado para sus niñas y jóvenes. El 8 de mayo de 1808, una vez vencidas las últimas resistencias familiares, pudo trasladarse con sus compañeras al monasterio de los Santos José y Fidencio, que un decreto napoleónico había cerrados dos años antes, pero que Magdalena consiguió hacer resurgir tras haber conseguido la cesión, con gran reticencia por parte de la prefectura. Ese fue el inicio de las Hijas de la Caridad, llamadas después Canosianas (hoy extendidas en los cinco continentes), cuyo carisma es instruir a los pobres, visitar a los enfermos y enseñar la doctrina cristiana. Magdalena escribió personalmente la Regla, proporcionó catecismos y difundió el culto al Santísimo Sacramento. Difundió su carisma, fundando otras casas en Venecia (1812), Milán (1816), Bérgamo (1820) y Trento (1828). También instituyó la rama masculina.
De su amplia obra escrita, formadas por tres mil cartas, emerge el gran amor por la Iglesia y el celo por la salvación de las almas, hasta el punto de ofrecerse en sacrificio por los pecadores. Devotísima de la Virgen María, llevaba una gran medalla con la imagen de la Dolorosa en el anverso y los símbolos de la Pasión en el reverso. Pío XII la beatificó, y Juan Pablo II la canonizó en 1988. Dijo Wojtyla: «Cuando consideramos la vida de Magdalena de Canossa, diríamos que la caridad la devoró como una fiebre: la caridad hacia Dios, llevada hasta las cimas más altas de la experiencia mística; la caridad hacia el prójimo, llevada hasta las extremas consecuencias de la entrega a los demás».