Santa Alfonsa de la Inmaculada Concepción
«Considero el día que no he sufrido un día perdido para mí», decía santa Alfonsa, nativa de un pueblo en el estado de Kerala, en la India.
«Siento que el Señor me ha destinado a ser una oblación, un sacrificio de sufrimiento… Considero el día que no he sufrido un día perdido para mí», decía santa Alfonsa de la Inmaculada Concepción (1910-1946), nativa de un pueblo en el estado de Kerala, en la India.
En el siglo Anna Muttathupadathu, última de cinco hijos, nació en el octavo mes de embarazo a causa del terror que sintió su madre, Maria Puthukari, cuando una serpiente rodeó su cintura mientras dormía. Recibió el Bautismo el 27 de agosto, ocho días después de su nacimiento, según el rito siro-malabar, propio de los católicos indios que se consideran herederos de los primeros conversos por el apóstol Tomás, evangelizador de esta región. Tres meses más tarde la pequeña Ana quedó huérfana de madre y pasó su primera infancia en casa de sus abuelos. Permaneció siempre muy unida a su padre, que le enseñó a rezar de pie en la playa, con los brazos abiertos.
Mantuvo su educación cristiana gracias a su abuela, que le trasmitió la devoción por san José. En honor al esposo de María, su abuela iba a Misa cada miércoles, día en el cual acogía en casa a algún pobre y dejaba a la niña el placer de donar arroz u otros alimentos. Además de la Misa dominical, la abuela y la nieta solían participar en la liturgia del viernes, en recuerdo de la Pasión de Jesús, y del sábado, en honor a la Virgen, “completando” la santa gratitud hacía la Sagrada Familia que está en el corazón de cada cristiano. Con la abuela recitaba el Rosario todas las tardes y de sus labios escuchaba a menudo alguna página de Historia de un alma, de santa Teresa del Niño Jesús, que la hizo apasionarse por la espiritualidad del Carmelo. Cuando tenía siete años llegó el día tan esperado de la Primera Comunión. «¿Sabéis por qué hoy soy tan feliz? Porque tengo a Jesús en mi corazón», decía a sus compañeras. Con 33 años le escribió a su director espiritual: «Desde que tenía siete años yo no era mía. Estaba totalmente dedicada a mi divino Esposo».
Más complicada se reveló, en cambio, la relación con la tía con la que se mudó a vivir en 1920. Esta pariente intentó de todas las maneras arreglarle un matrimonio, pues no veía con buenos ojos su vocación religiosa. Decidida a ser toda de Jesús, Ana tomó la drástica decisión de poner un pie en un montón de brasas, causándose una quemadura grave: «Mi matrimonio había sido organizado cuando yo tenía 13 años. ¿Qué tenía que hacer para evitarlo? Recé toda la noche… después se me ocurrió una idea. Si mi cuerpo estaba un poco desfigurado, ¡nadie me habría querido! ¡Oh, cuánto he sufrido! Ofrecí todo por mi gran intención». A pesar de la mutilación en el pie tuvo que resistir al menos a otro intento de casarla. Pero al final consiguió seguir su vocación y, bajo consejo de su confesor, entró en las Franciscanas Clarisas (fundadas en 1888): el 2 de agosto de 1928 inició el postulado y tomó el nombre de Alfonsa de la Inmaculada Concepción, por devoción a san Alfonso María de Ligorio y a la Virgen.
En el período de 1930-1935 su salud subió un grave deterioro, con heridas purulentas en las piernas y hemorragias. Durante algún tiempo tuvo que interrumpir el noviciado. Cuando pudo retomarlo, escribió: «No quiero actuar o hablar según mis inclinaciones. […] Quiero estar atenta a no rechazar nunca a nadie. Hablaré a los demás sólo con palabras dulces. Quiero controlar mis ojos con rigor. Pediré perdón al Señor por cada pequeña falta y la expiaré con una penitencia. No importa cuales puedan ser mis sufrimientos, no me quejaré nunca y, si tuviese que sufrir alguna humillación, buscaré refugió en el Sagrado Corazón de Jesús». El 12 de agosto de 1936 hizo la profesión perpetua, viviendo un día de alegría espiritual indecible. Las enfermedades continuaron debilitando su cuerpo. Pero sor Alfonsa continuó hasta su muerte - ocurrida cuando aún no había cumplido los 36 años - uniendo con alegría sus sufrimientos a la cruz de Cristo, por amor al plan salvífico del Esposo. Fue beatificada en 1986 y canonizada en 2008: en ambos casos se reconoció la curación milagrosa de niños con pies torcidos.