San Romano de Condat
Nació a finales del siglo IV, cuando el monaquismo empezó a penetrar en Occidente. Su milagro más célebre se verificó durante una peregrinación a la tumba de san Mauricio
San Romano de Condat (hacia 390-463) nació a finales del siglo IV, cuando el monaquismo, muy difundido ya en Oriente, empezó a penetrar en Occidente. Sus padres lo enviaron para formarse al monasterio de Ainay, en Lyon, donde fue alumno del abad Sabino, que le regaló una Vida de los Padres del desierto. Queriendo imitar a los antiguos eremitas, con 35 años se retiró a vivir bajo un gran abeto en Condat (hoy Saint-Claude), en el Macizo del Jura. Allí tenía todo lo que deseaba: tierra cultivable, un manantial y, especialmente, el silencio necesario para la contemplación de Dios. Al cabo de pocos años se le unió su hermano san Lupicino, que compartió con él su vida hecha de ayuno, penitencia y oración. En un periodo de desaliento, exhaustos por el frío, ambos abandonaron el refugio y tras un día de camino pidieron hospitalidad a una mujer, que les animó a volver diciéndoles que era Satanás el que quería que desistieran. Siguieron su consejo.
Atraídos por su fama de santidad, varios jóvenes se les unieron en los años sucesivos. Romano y Lupicino fundaron entonces un primer convento en Condat, que pronto resultó demasiado pequeño para acoger a todos los aspirantes al monacato. Construyeron otro en Lauconne (hoy Saint-Lupicin), guiando juntos a los hermanos al servicio de Dios, con el virtuoso acuerdo de sus diferentes caracteres. Romano era más indulgente y manso, mientras que Lupicino era más exigente en la observancia de la disciplina monástica. Si en un monasterio se difundía el laxismo, intervenía Lupicino; pero si era demasiado riguroso, lo hacia Romano. A ambos se les unió su hermana Iole, para la que construyeron un monasterio femenino sobre una roca en un barranco, en una zona llamada Saint-Romain-de-Roche, que llegó a tener más de cien monjas.
Hacia el 450, Romano fundó en la parte oriental del Jura el primer monasterio en territorio suizo, llamado Romainmôtier, cuya función monástica cesó en 1537, cuando la Reforma protestante determinó que fuera secularizado y que se destruyera el claustro. Su milagro más célebre se verificó durante una peregrinación a la tumba de san Mauricio. Una noche, cerca de Ginebra, el santo pidió amparo a dos leprosos que vivían en una cabaña, a los que confortó y abrazó. Al despertarse, ambos vieron que estaban totalmente curados y fueron a la ciudad para relatar lo sucedido a sus habitantes.