San Pío V
Defendió la recta fe de las herejías y unió su nombre a la batalla de Lepanto. Se preocupó de favorecer los servicios sanitarios.
Causa asombro leer la lista de lo hecho en los seis años de pontificado de san Pío V (1504-1572), uno de los mayores personajes de la Reforma católica, que defendió la recta fe de las herejías y que unió su nombre a la batalla de Lepanto.
Al siglo Antonio Ghislieri, nació en una familia noble pero en decadencia. A los 14 años entró en los dominicos, tomando el nombre religioso de Miguel. Pronto suscitó la admiración de los superiores por su mente brillante y su estilo de vida austero. Completó una sólida preparación tomista (ya papa ordenará el estudio de la Suma Teológica en las universidades). Después pudo dedicarse a la enseñanza de la teología, distinguiéndose al mismo tiempo como sabio prior en varios conventos entre Piamonte y Lombardía. Por sus virtudes, en 1542 fue llamado a la Santa Inquisición, donde recubrirá poco a poco responsabilidades cada vez mayores, contrastando y luchando contra la herejía protestante.
A los encargos de inquisidor siguió la consagración episcopal (fue obispo de Sutri y Nepi, y después de Mondovì) y la púrpura cardenalicia, pero el santo no perdió nunca la humildad y continuó viviendo como un asceta. A la muerte de Pío IV en diciembre de 1565, Antonio Miguel Ghislieri era una de las figuras más sobresalientes de la Iglesia, en pleno fermento reformador, en esa época, consecuencia del Concilio de Trento (1545-1563); sin embargo, al inicio del Cónclave no se encontraba entre los papables. Fue sobre todo el apoyo del mucho más joven san Carlos Borromeo lo que favoreció su elección al solio pontificio, que tuvo lugar el 7 de enero de 1566. Como nuevo papa no perdió tiempo en llevar a cabo los decretos tridentinos. Una de sus primeras decisiones fue ordenar la publicación del Catecismo Romano, obra que había sido comenzada bajo el precedente pontificado y que servía para dar a los sacerdotes una base doctrinal segura para la transmisión de las verdades de la fe a los laicos.
Hizo que se publicara el nuevo Breviario y el nuevo Misal, promovió la devoción del Rosario, disciplinó la regla de clausura para las órdenes femeninas, estableció la obligación de la residencia para los obispos, combatió la simonía y el nepotismo, eliminó todo gasto superfluo de la sede papal, hasta el punto de hacer que adaptaran a su medida los hábitos pontificales de sus predecesores. Con la bula Horrendum illud scelus condenó firmemente la sodomía en el clero, cuya reforma moral consideraba crucial para la salvación de las almas. De hecho, decía que «los malos sacerdotes son la ruina del pueblo» y «los males causados por tan gran número de herejías tienen su origen en las costumbres corruptas del clero». Se preocupó igualmente por restaurar el sentido moral del pueblo, proveyendo sanciones para los blasfemos y los adúlteros, expulsando de Roma a muchas cortesanas y procurando limitar la prostitución. Siempre paterno con los pobres y enfermos, previó para ellos una atenta distribución de alimentos y dinero. Se preocupó de favorecer los servicios sanitarios.
No fue menos decidido en las relaciones con los potentes de Europa, algo que le procuró diferentes adversarios. En la lucha entre la católica María Estuardo y la anglicana Isabel Tudor, apoyó a la primera y excomulgó a la segunda. Ante el expansionismo musulmán, cuya última empresa había sido el ataque a la isla de Chipre, Pío V promovió la formación de la Santa Alianza que, el 7 de octubre de 1571, después de una “cruzada” de Rosarios para pedir la ayuda de la Providencia, derrotó la flota del Imperio Otomano en las aguas de Lepanto. Los mensajeros llegaron a Roma con la noticia 23 días después, pero el santo supo de la histórica victoria el mismo día de la batalla en una visión, ordenando: «Son las 12, tañed las campanas, hemos vencido en Lepanto por la intercesión de la Virgen Santísima». Nació así la fiesta de Santa María de la Victoria, la actual memoria de Nuestra Señora del Rosario.
A los cardenales reunidos alrededor de su lecho de muerte, les dijo: «¡Os recomiendo la Santa Iglesia, a la que he amado tanto! Procurad elegir un sucesor lleno de celo, que busque sólo la gloria del Señor, que no tenga otros intereses aquí abajo más que el honor de la Sede Apostólica y el bien de la cristiandad».