San Pedro Damián
En su doctrina teológica, que le valdrá ser proclamado Doctor de la Iglesia en 1828, exaltaba la importancia de la sancta simplicitas
La vida de este monje, teólogo y obispo, protagonista del siglo XI y capaz de dar una contribución significativa a la renovación de la Iglesia, gozando de la confianza de varios pontífices que quisieron su colaboración, no empezó fácilmente. San Pedro Damián o Damiani (1007-1072), último de seis hermanos y nacido en Rávena, se quedó huérfano de ambos progenitores y pasó grandes dificultades durante su primera juventud. Fue determinante en su crecimiento el papel de su hermano mayor Damiano (en su honor tomará su nombre, Damiani, es decir, “de Damiano”), un arcipreste que se ocupó de su mantenimiento y educación, para la que le envió a Faenza. Después vivió en Parma, donde aprendió las artes liberales, y en 1032 volvió a su ciudad natal, donde se dedicó durante casi tres años a la enseñanza, en la que se distinguió como un gran maestro.
Pedro Damián será reconocido como uno de los mayores latinistas de su tiempo, además de ser un escritor versátil; sin embargo, demostró durante toda su vida que la fama no le importaba, sólo la contemplación de Dios era importante para él. Ya cuando se dedicaba a la enseñanza solía practicar el ayuno y las mortificaciones corporales, dedicaba largas horas a la oración y realizaba obras de caridad. Cuando tenía unos 28 años, a raíz de conocer a dos monjes, entró en el monasterio camaldulense de Fonte Avellana (sobre el que hablará Dante en la Divina Comedia), que había sido fundado unos decenios antes por san Romualdo; Pedro Damián escribirá una hagiografía sobre este santo. En 1043, sus hermanos lo eligieron prior del monasterio y el santo redactó una Regla en la que subrayaba la importancia del «rigor del eremitorio» y definía la celda monástica como el «locutorio donde Dios conversa con los hombres». En esta relación con lo divino, el silencio del claustro tiene un papel fundamental y, con él, el amor por la cruz, que debe animar a todo cristiano: «No ama a Cristo quien no ama la cruz de Cristo».
Fundó y reorganizó distintos monasterios. Hizo una enérgica denuncia de la degradación de las costumbres del clero, amonestando severamente a los sacerdotes que infringían el celibato (en esa época, sobre todo en Lombardia, se había difundido el llamado nicolaísmo) y practicaban la simonía, que entonces significaba sobre todo la compraventa de los cargos eclesiásticos. En este periodo escribió el Libro gomorriano (o Libro de Gomorra) sobre los pecados relacionados con la moral sexual, entre los que denuncia con firmeza la sodomía, sin olvidarse de hacer un llamamiento a la conversión por el bien del alma: «Si el diablo es tan poderoso que te hunde en este vicio, Cristo lo es más y te puede volver a elevar a la cima de la que has caído».
Todas estas prácticas contrarias a las virtudes habían sido combatidas por otro gran hombre de Iglesia de la época, Hildebrando Aldobrandeschi, futuro san Gregorio VII, del que toma el nombre la «Reforma gregoriana», conocido por su papel en la lucha contra las investiduras, que lo enfrentó al emperador, que pretendía ser él quien nombrara a sus obispos.
Consciente de la necesidad de una renovación de la Iglesia, cuando Esteban IX lo nombró cardenal y obispo de Ostia, Pedro Damián aceptó el cargo por obediencia, a pesar de que en lo más hondo de sí mismo prefería la vida monástica. A partir de ese momento -era el año 1057 ó 1058-, trabajó durante años en estrecho contacto con los pontífices, que le confiaron numerosas misiones. Obtuvo de Alejandro II poder volver al monasterio en 1067, pero dos años más tarde aceptó una nueva misión, la de evitar que el emperador Enrique IV se divorciara de Berta de Saboya. Se definía el «último siervo de los monjes». En su doctrina teológica, que le valdrá ser proclamado Doctor de la Iglesia en 1828, exaltaba la importancia de la sancta simplicitas, es decir, la santa sencillez de quien, en lugar de caer en la idolatría del saber por saber, piensa ante todo en buscar y contemplar a Dios, alimentándose de la oración.
Para saber más:
Catequesis de Benedicto XVI sobre san Pedro Damián (9 de septiembre de 2009)