San Martín de Tours
Es uno de los fundadores del monacato en Europa y contribuyó enormemente a la evangelización del continente.
Muchos conocen el episodio de la capa, pero pocos son conscientes de la huella extraordinaria que ha dejado san Martín de Tours (316-397) en la historia de la Iglesia. Llamado, no por casualidad, el «Apóstol de las Galias», el santo es uno de los fundadores del monacato en Europa y contribuyó enormemente a la evangelización del continente. Difundió la palabra y el amor de Cristo para todos los hombres y combatió tanto la herejía arriana como el paganismo.
Nativo de Pannonia, en el territorio de la actual Hungría, había crecido en una familia pagana: su padre era un tribuno militar que le había puesto el nombre de Martín en honor del dios Marte. Su primera conversión maduró gracias al encuentro con una familia cristiana que le conquistó por su modo de vivir. Inició el catecumenado, pero un edicto imperial le obligó, cuando tenía 15 años, a enrolarse en el ejército. Durante una ronda nocturna, en el invierno del año 335, tuvo lugar su famoso encuentro con el mendigo al que le regaló la mitad de su capa, que cortó con su espada. «He aquí a Martín, el soldado romano que no está bautizado. Él me ha vestido», oyó que Jesús le decía la noche siguiente cuando se le apareció en sueños rodeado de ángeles. Cuando se despertó, su capa estaba milagrosamente entera. Al cabo de poco tiempo recibió el Bautismo. El último cambio fue su licenciamiento cuando tenía unos 40 años.
En la segunda fase de su vida, Martín se comprometió en la lucha contra el arrianismo, en aquel tiempo muy difundido a pesar de haber sido condenado en el año 325 por el Concilio de Nicea. Encontró una guía en el obispo Hilario de Poitiers, que estuvo exiliado durante algunos años en Frigia a causa de la maldad de los arrianos, que le habían pedido al emperador Constancio II que interviniera contra él. También Martín fue perseguido por su ortodoxia. Dedicado ya a la vida eremítica, se reunió con Hilario, que ya había vuelto de su exilio, en Poitiers. Fue ordenado exorcista (una de las antiguas órdenes menores) y durante una decena de años se retiró a la cercana Ligugé, donde fundó uno de los primerísimos monasterios europeos. Llevó una vida en común con sus discípulos, hecha de oraciones y penitencias.
En el año 371 su fama de santidad era ya tan grande que los cristianos de Tours recurrieron a una estratagema con tal de que fuera su obispo: lo invitaron a asistir a una mujer enferma para llevarlo, después, ante la comunidad que lo aclamó. Al final, sin abandonar la vida ascética, aceptó y ejerció el ministerio episcopal con gran diligencia. Bautizó, liberó a los poseídos, obró milagros, predicó y se ocupó de los enfermos y prisioneros, a los que asistió en las necesidades del cuerpo y el alma. Como escribió Sulpicio Severo (c. 360-420), uno de sus discípulos, «ese al que todos ya consideraban santo fue considerado también un hombre poderoso y realmente digno de los Apóstoles».
Fundó otro monasterio en Tours, conocido más tarde como Marmoutier, en el que preparaba a los religiosos a la misión. De hecho, Martín se ocupó también de evangelizar el campo. Hizo destruir los templos y los ídolos paganos. Defendió a los más débiles sin temor a enfrentarse a los poderosos. Cuando comprendió que estaba a punto de morir, hizo que le tumbaran en una mesa llena de ceniza y esperó orando la vuelta a la casa del Padre, rodeado de una devoción que pronto se difundió por toda Europa.
Patrón de: Francia, Hungría, Guardia suiza pontificia; mendigos, militares, viticultores