San Lucio I, papa
San Lucio subió al solio pontificio en junio de 253, después de la muerte en el exilio del papa Cornelio, al que el emperador Treboniano Galo obligó a abandonar Roma. La Iglesia estaba atravesando una fase dificilísima...
San Lucio subió al solio pontificio en junio de 253, después de la muerte en el exilio del papa Cornelio, al que el emperador Treboniano Galo obligó a abandonar Roma. La Iglesia estaba atravesando una fase dificilísima, lejos aún de conseguir la libertad de culto, que llegaría con los edictos del 311 y 313. El predecesor de Cornelio, san Fabiano, había muerto en prisión, entre grandes penurias, como consecuencia de la persecución de Decio. El mismo Lucio tuvo que exiliarse tras ser elegido papa, pero unas semanas más tarde - probablemente cuando subió al poder Valeriano, emperador que, al principio, no se mostró hostil hacia los cristianos - se le permitió volver a Roma.
San Cipriano, obispo de Cartago y conmemorado junto a san Cornelio, se alegró por el final de la prohibición, que permitía el regreso del pontífice y escribió a Lucio una epístola especialmente significativa: «Amado hermano, hace poco os ofrecimos nuestras felicitaciones cuando, al ensalzaros para que gobernéis Su Iglesia, Dios os concedió graciosamente la doble gloria de confesor [los cristianos que profesaban a Cristo, sin ceder a las persecuciones, ndr] y obispo. De nuevo, os felicitamos, a vos, a vuestros amigos y a toda la congregación porque, gracias a la generosa y poderosa protección de nuestro Dios, habéis vuelto por gloria Suya, de manera que el rebaño pueda tener de nuevo a su pastor, la nave a su timonel y las personas a alguien que las gobierne y les muestre abiertamente que fue por voluntad de Dios por lo que el obispo fue apartado, no expulsado para ser privado de su Iglesia, sino más bien para que vuelva a ella con mayor autoridad».
La carta de san Cipriano continúa afirmando que la persecución estaba dirigida sólo a la Iglesia verdadera y a los verdaderos cristianos. De ese mal Dios había sabido sacar, de nuevo, un bien más grande puesto que «intentó avergonzar a los heréticos y acallarlos, e indicar así cuál era la verdadera Iglesia, quién el obispo elegido por la gracia de Dios, quiénes sus presbíteros en comunión con el obispo en la gloria del sacerdocio, quién el verdadero pueblo de Cristo, unido como Su rebaño por un amor particular, quiénes los que habían sido oprimidos por los enemigos y, al mismo tiempo, los que eran protegidos por Satanás como propios».
En esa fase estaba aún en marcha el cisma de Novaciano, que se había autoproclamado papa en oposición al legítimo pontífice Cornelio. Novaciano sostenía la herejía según la cual la Iglesia no podía dar la absolución a todos los que, durante las persecuciones, habían renegado de la fe, los denominados lapsi. Cornelio, de acuerdo con Cipriano, era partidario en cambio de readmitir a la comunión, tras una justa penitencia, a los creyentes seriamente arrepentidos de no haber testimoniado a Cristo. Y sobre el mismo principio del perdón, que vendría después de la penitencia, se fundó la acción de Lucio. El cual, a principios de marzo de 254 y tras ocho meses de pontificado, murió mártir, como Cornelio antes que él, según el testimonio que san Cipriano escribió en una carta al nuevo papa, san Esteban I: «… servandus est enim antecessorum nostrorum beatorum martyrum Cornelii et Lucii honor gloriosus». Está enterrado en las Catacumbas de San Calixto.