San Josafat Kuncewycz
Pío XI lo definió «el Apóstol de la unidad», recordando el tercer centenario de su martirio con la encíclica Ecclesiam Dei. Sus oponentes lo llamaron «secuestrador de almas», por el número de personas a las que reconcilió con la Iglesia católica.
San Josafat Kuncewycz (1580-1623) sentía tal amor por la Iglesia y su unidad que le pidió a Dios la gracia del martirio. Deseaba ofrecerse en sacrificio para reconciliar, en una única grey, a todas las Iglesias cismáticas. De hecho, creció en esa fase crucial que culminó en la Unión de Brest de 1595-1596, en la que una buena parte del episcopado ucraniano y bielorruso abjuró del cisma de Oriente de 1054 y reconoció el primado del papa. El sínodo de Brest fue, fundamentalmente, la base de la que surgió la Iglesia greco-católica ucraniana, de rito bizantino-eslavo, que forma parte de ese conjunto de Iglesias de Europa del Este que volvieron a la comunión con Roma entre los siglos XVI y XVII. A sus miembros se les suele definir «uniatos» (del ruso unija, «unión»), del que deriva el término «uniatismo», que algunos ambientes ortodoxos utilizan sobre todo en sentido despreciativo.
El santo nació de padres ucranianos ortodoxos. Desde muy joven vivió con gran sufrimiento las posturas opuestas que laceraban a la cristiandad de Rutenia. Tras una profunda reflexión, consolado por la oración, se adhirió al catolicismo y se retiró al antiguo monasterio de la Santísima Trinidad, de la Orden de San Basilio, en Vilnius, eligiendo el nombre religioso de Josafat. Sus hermanos de comunidad pronto se dieron cuenta de su ternura hacia Jesús Crucificado por el modo en que ejercía la piedad y la penitencia. «Hizo tantos progresos en la vida monástica en tan poco tiempo que se convirtió en maestro de los demás», dijo de él el obispo metropolitano José Rutsky, con el que reformó el monacato ruteno-ucraniano. Varios monjes se sintieron atraídos por su ejemplo y para acogerlos fundó otros monasterios. Siempre exhortó a la unidad de la Iglesia fundada sobre Pedro, obra que continuó también como obispo de Vitebsk y, más tarde, como arzobispo de Polatsk.
Su apostolado fue tan eficaz que sus oponentes lo llamaron «secuestrador de almas» por el número de personas a las que reconcilió con la Iglesia católica. Josafat conocía profundamente la Sagrada Escritura, los libros litúrgicos orientales, las enseñanzas de los Padres. Y con esta preparación, alimentada por su deseo auténtico de hacer la Voluntad Divina, divulgó escritos sobre el primado de san Pedro, sobre la figura de san Vladimir y la necesidad de la unión con Roma. Sentía una devoción filial por la Santísima Virgen y veneraba especialmente un ícono suyo conocido con el título de Reina de los Pastos. Confiaba mucho en el gran amor común que sentían por la Virgen los católicos y los ortodoxos para la vuelta a la unidad.
Pío XI lo definió «el Apóstol de la unidad», recordando el tercer centenario de su martirio con la encíclica Ecclesiam Dei. Una encíclica que habría que redescubrir porque anuncia el diálogo ecuménico a la luz de la verdad en la caridad, característica que animó toda la misión de san Josafat. Este, al que habían avisado de las tramas que se urdían contra él, dijo pocos días antes de morir: «Señor, concédeme poder derramar mi sangre por la unidad y la obediencia a la Sede Apostólica». Su martirio tuvo lugar la noche del 12 de noviembre de 1623, acogido por el santo con benignidad. Pidió a Dios que perdonara a sus verdugos, algunos de los cuales se conmovieron tanto por su testimonio que volvieron a la comunión con la Iglesia, seguidos por muchos otros hermanos en la fe.
Patrón de: Ucrania
Para saber más:
Ecclesiam Dei, encíclica de Pío XI para el III centenario del martirio de san Josafat (12 de noviembre de 1923) (en italiano y latín)