San John Henry Newman

El gran teólogo y cardenal inglés se celebra en la Iglesia no en su dies natalis, sino el día de su conversión al catolicismo, que tuvo lugar el 9 de octubre de 1845. Newman llegó a dar ese paso después de un largo y turbulento viaje de búsqueda de la verdad.

Santo del día 09_10_2024 English

Hoy, por una decisión muy precisa, se celebra la memoria litúrgica de san John Henry Newman (1801-1890). A diferencia de lo que sucede con la mayoría de los santos, el gran teólogo y cardenal inglés se celebra en la Iglesia no en su dies natalis (el día de su muerte terrenal y paso al Cielo), sino el día de su conversión al catolicismo, que tuvo lugar el 9 de octubre de 1845, a la edad de 44 años y medio. Newman llegó a dar ese paso, un verdadero hito en su vida, después de un largo y turbulento viaje de búsqueda de la verdad.

Nació en Londres de padres anglicanos. Tuvo su «primera conversión», como él mismo la llamó, a los 15 años, cuando despejó sus neblinas internas sobre la existencia de Dios y comprendió la futilidad de las cosas terrenas. En este sentido, a Newman le resultó muy importante leer al calvinista Thomas Scott del que le quedaron dos frases: «La santidad antes que la paz» y «el crecimiento es la única evidencia de la vida». En 1825 se hizo pastor anglicano. En los años siguientes se convirtió en uno de los exponentes más destacados del Movimiento de Oxford. Rechazó el liberalismo religioso y propuso renovar el anglicanismo según tres directrices fundamentales: el principio del dogma, los sacramentos, el carácter antirromano. Esta última surgió especialmente después de haber sido acusado de «papismo» por las personalidades anglicanas más influyentes.

Newman pensó durante años que el anglicanismo era el único heredero fiel de la Iglesia fundada por Cristo, pero la profundización de los escritos de los Padres y de la historia de los primeros siglos del cristianismo le convenció poco a poco de que esta fidelidad pertenecía solo a la Iglesia de Roma. En 1843 se retractó de todos sus ataques contra la Iglesia y renunció a su cargo de ministro anglicano. Aún pasaron dos años más antes de su paso definitivo al catolicismo, debido a las dudas que le quedaban y por el temor de que las almas que tuvo que abandonar cayeran en el liberalismo. En esta etapa, ya en Littlemore, escribió Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, en el que explica cómo las «adiciones» hechas a lo largo de los siglos por la doctrina católica (y objeto de las acusaciones de protestantes y anglicanos) no eran más que el fruto de la comprensión paulatina de la verdad, ya contenida implícitamente en las Sagradas Escrituras.

Llegó el 9 de octubre de 1845. El italiano beato Domingo de la Madre de Dios (Domenico Barberi), un pasionista que hacía muchos años había escuchado una voz interior que le decía que padecería por la conversión de Inglaterra, llegó de paso a Littlemore después de cinco horas bajo la lluvia. «Me senté junto al fuego - recordaba el padre Domingo - para secarme. Se abrió la puerta y ¡qué impresión tuve al ver aparecer de repente a John Henry Newman pidiéndome que escuchara su confesión y que fuera recibido en los brazos de la Iglesia! Y allí, junto al fuego, inició su confesión general con extraordinaria humildad y devoción». La noticia de su conversión causó un gran revuelo.

Dos años después, Newman recibió la ordenación sacerdotal en Roma e ingresó entre los Oratorianos de San Felipe Neri, pues se encontraba a gusto con el carisma del santo, que unía el amor a Jesús con el cuidado del prójimo, la alegría y la cultura. Llevó el Oratorio a Inglaterra con la aprobación de Pío IX. Suscitó muchas conversiones, aunque no le faltaron malentendidos y ataques, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Más de treinta años después obtuvo un reconocimiento solemne por su gran contribución a la Esposa de Cristo cuando León XIII le ofreció ser cardenal (Newman fue el primero en la lista de nuevos cardenales del papa Pecci).

El día de su constitución cardenalicia, el 12 de mayo de 1879, pronunció su célebre Discurso del biglietto en Roma, donde analizó con claridad profética los principales males de la época contemporánea, desde el indiferentismo religioso hasta la reducción de la fe al ámbito de lo privado: «El liberalismo religioso es la doctrina que afirma que no hay ninguna verdad positiva en la religión, que un credo es tan bueno como otro». Otro mal del liberalismo, advirtió Newman en el Discurso, es argumentar que «la religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento o gusto; no es un hecho objetivo ni milagroso, y está en el derecho de cada individuo hacerle decir todo lo que causa impresión a su fantasía».

En el pensamiento de Newman es claro el vínculo inseparable entre la conciencia y la verdad, lo que significa que la primera, correctamente entendida, nunca puede ceder al relativismo. Como explicaba el entonces cardenal Joseph Ratzinger en 1990: «Newman enseñaba que la conciencia debía conformarse como “un camino de obediencia a la verdad objetiva”», es decir, obediencia a Dios. También fue admirable la síntesis que realizó entre fe y razón, rechazando los errores contrarios del fideísmo y racionalismo. Estaba convencido de que la evangelización y la educación deben ir juntas. Consideró fundamental el papel del laicado y dijo que quería laicos «que conozcan su religión, [...] que sepan el terreno que pisan, que sepan lo que sostienen y lo que no, que conozcan tan bien su credo que puedan dar razón de él, que sepan bastante historia para poder defenderlo».

A la luz de tanta y sana doctrina, entendemos la enorme estima que muchos pontífices tienen hacia el gran converso inglés. Entre ellos Pío XII, que un día le dijo a Jean Guitton: «No lo dude, Newman será un día Doctor de la Iglesia».