San Enrique II
Junto con su esposa, santa Cunegunda, promovió la construcción de iglesias y monasterios, y contribuyó a la renovación de la Iglesia
Emperador del Sacro Imperio Romano y rey de Italia, san Enrique II (973-1024) fue un gran político de su tiempo. Junto con su esposa, santa Cunegunda (978-1039), promovió la construcción de iglesias y monasterios, y contribuyó a la renovación de la Iglesia.
Último exponente de la dinastía sajona, vivió gran parte de su infancia sin su padre, Enrique II de Baviera llamado el Pendenciero, exiliado por su primo Otón II. Fue educado en la fe por san Volfango, obispo de Ratisbona, que se encargó de transmitirle la devoción y las virtudes cristianas. No faltaron buenos ejemplos en su familia, como su bisabuela santa Matilde de Alemania (895-968), de la cual Enrique II hizo escribir su biografía. Entre los hijos de la santa se encuentra Otón el Grande y san Bruno (992-1029) que se convirtió en obispo de Colonia. Su hermana Gisela de Baviera (980-1065) es una beata, que se casó con el famoso san Esteban de Hungría, un gobernante que fue determinante para la cristianización del territorio húngaro.
Enrique se benefició enormemente del matrimonio con Cunegunda, con la que se casó en 999. No tuvieron hijos. Es por esto que a finales del siglo XI se extendió la noticia de que los dos habían vivido un matrimonio josefino, es decir, consagrado a la virginidad. Pero algunas fuentes contemporáneas a los dos cónyuges, como el monje Rodolfus Glaber y el obispo Tietmaro de Merseburgo, atribuyen este hecho a la esterilidad de Cunegunda. Según la ley germánica, podría haberla repudiado, como solían hacer los soberanos en ausencia de herederos, pero Enrique se negó a recurrir a esta costumbre. Él quería compartir su vida con su esposa, algo que probablemente contribuyó a difundir su reputación de santidad. Tietmaro relató que Enrique, durante el sínodo de 1007 en Frankfurt, dijo estas palabras: «Mi recompensa divina fue elegir a Cristo como heredero, ya que no me queda ninguna esperanza de tener descendencia».
En el frente político, buscó sobre todo consolidar el poder en Alemania, del que se había convertido en rey en 1002. Participó en varias campañas de guerra contra Boleslao I de Polonia, el primer rey polaco en ser bautizado al nacer (su padre Miecislao había recibido el bautismo en 966, fecha histórica para el cristianismo en esas tierras). Por esta confrontación con un gobernante cristiano, recibió ásperas críticas de san Bruno de Querfurt, que buscaba apoyo para las misiones en Europa oriental.
Enrique tuvo que ir a Italia por primera vez en 1004 para sofocar la rebelión de Arduino de Ivrea, quien había sido elegido rey por algunos vasallos hostiles al imperio. Más tarde regresó allí con Cunegunda en 1014, cuando fue coronado emperador por Benedicto VIII. En aquellos días se celebró un sínodo en Roma y el santo pidió y obtuvo del pontífice incluir la recitación del Credo, incluido el Filioque (cuyo uso litúrgico había comenzado alrededor del siglo VIII y se iba arraigando lentamente), en todas las Misas festivas y otras celebraciones especiales.
En los años siguientes, Enrique consolidó su alianza con la Iglesia. Junto con Benedicto VIII (precursor de la gran reforma eclesial que luego asumiría el nombre de Reforma Gregoriana) presidió el Consejo de Pavía en 1022, que emitió siete cánones contra el concubinato de sacerdotes y para la defensa de los bienes eclesiásticos. Admiraba enormemente la santidad de Odilón de Cluny (962-1049), quien le aconsejó varias veces y que, a la muerte de Enrique, celebró Misas en su sufragio. Entre los méritos de Enrique y Cunegunda también debe mencionarse la construcción de la catedral de Bamberg (la primera piedra fue colocada en 1004), que se convirtió en sede episcopal. Es por esto que a los dos santos esposos (él canonizado en 1146 por el beato Eugenio III y ella en 1200 por Inocencio III) a menudo se les representa sosteniendo juntos la catedral. San Pío X lo proclamó patrono de los oblatos benedictinos.