San Daniel Comboni
Tenía una enorme confianza en las capacidades humanas de los africanos, en contra de algunos pensamientos hoy en boga sobre África, que favorecen la fuga de sus jóvenes.
«Nigricia o muerte», o África o la muerte, fue el lema de san Daniel Comboni (1831-1881). De padres campesinos, se formó en la escuela de don Nicola Mazza, quien le transmitió su amor por el continente negro además de la idea de «salvar África con África», que fue el verdadero corazón de su proyecto. El santo tenía una enorme confianza en las capacidades humanas de los africanos, en contra de algunos pensamientos hoy en boga sobre África, que favorecen la fuga de sus jóvenes y razonan según la lógica del mero asistencialismo. Con el objetivo de hacer emerger esas habilidades, el santo trabajó para fundar escuelas en las que formar sacerdotes, religiosas, médicos y maestros.
El cuarto de ocho hijos, de los que casi todos murieron a una edad temprana, Daniel fue educado en la fe cristiana por su familia. Descubrió su vocación sacerdotal y misionera durante los años que pasó en Verona con don Mazza. En 1857 se embarcó en su primer viaje a África con otros cuatro sacerdotes (vinculados a don Mazza), dos de los cuales murieron poco después; él mismo, dos años después, se vio obligado a regresar a Italia por primera vez debido a las continuas fiebres palúdicas. Escribió a sus padres: «Tendremos que trabajar duro, sudar, morir, pero la idea de que se suda y se muere por amor a Jesucristo y por la salvación de las almas más abandonadas del mundo es demasiado dulce como para que podamos desistir de la gran empresa».
Entre una misión en África y otra, viajaba por Europa en busca de financiación para apoyar sus proyectos (incluido el conocido como «Plan para la Regeneración de África») y animar el espíritu misionero. En 1867 fundó un instituto de religiosos y en 1872 su equivalente rama femenina, hoy conocidos como los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús y las Hermanas Misioneras Pías Madres de África. También comenzó una revista, consciente de la importancia de la comunicación en clave misionera. En el Concilio Vaticano I hizo incluso firmar a 70 obispos una petición para la evangelización de África central, pidiendo que cada Iglesia local se involucrara en la obra. Poco antes de su muerte escribió que lo que le importaba más que nada «es que se convierta la Nigricia. Esta ha sido la única y verdadera pasión de toda mi vida, y lo será hasta mi muerte, y no me avergüenzo para nada».
Luchó por la abolición de la trata de esclavos en las tierras que visitaba y por la captura de los bandidos. Tuvo tanto éxito en estas empresas que «esas poblaciones [...] reconocen por unanimidad que fue la Iglesia católica la que las liberó». Y si hoy esas tierras, a pesar de las persecuciones, dan testimonio de una fe y una adhesión tan fuerte a Cristo, ha sido gracias a las semillas de conversión sembradas por san Daniel.
Para saber más: