San Carlos Borromeo
«Modelo de la grey y de los pastores en tiempos modernos», lo llamó Pío X en la encíclica Editae Saepe de 1910, escrita para el tercer centenario de la canonización, en la que recordó que san Carlos fue «consejero infatigable de la verdadera Reforma católica...»
Pocas personas han conseguido obrar incansablemente por el bien e influir en su siglo como san Carlos Borromeo (1538-1584). Con razón ha sido definido «un segundo Ambrosio» y está considerado uno de los ejemplos más resplandecientes de santidad que animaron la Reforma católica. Utilizó los bienes de su familia para construir hospitales y orfanatos, asistió personalmente a los apestados, promovió en el Concilio di Trento la institución de los seminarios y defendió la fe de las herejías protestantes. «Modelo de la grey y de los pastores en tiempos modernos», lo llamó Pío X en la encíclica Editae Saepe de 1910, escrita para el tercer centenario de la canonización, en la que recordó que san Carlos fue «consejero infatigable de la verdadera Reforma católica contra esos novadores cuya intención no era la reintegración, sino más bien la deformación y destrucción de la fe y las costumbres».
Era hijo del conde Gilberto y de Margarita de Medici, hermana de Pío IV. Su familia era rica y tenía una gran fe, por lo que recibió una profunda educación cristiana que lo ayudó a seguir siendo humilde a pesar de los múltiples cargos que tuvo desde que era niño. Cuando tenía 12 años fue nombrado abad comendatario de la abadía de San Leonardo y decidió entregar todas las rentas a los pobres. Tras licenciarse in utroque iure, el recién elegido Pío IV quiso que fuera a Roma y lo nombró cardenal diácono cuando tenía solo 21 años. El pontífice pronto se quedó impresionado por el ascetismo de su sobrino, que ante la repentina muerte de su hermano Federico reaccionó abandonándose totalmente a Dios, intensificando el ayuno y las penitencias. A su vida de renuncias se unía un rasgo fundamental: era un hombre de acción, genial e incansable, hasta el punto que una persona como san Felipe Neri dijo de él: «Pero este hombre ¡es de hierro!».
Gracias a su positiva influencia se reabrió el Concilio de Trento, del que fue protagonista. No solo obtuvo la institución de seminarios para la formación de sacerdotes, sino que se ocupó de otras cuestiones fundamentales: defendió la doctrina católica en lo que atañe el carácter sacrificial de la Misa, fue presidente de la comisión de teológicos encargados de escribir el Catecismo Romano, revisó el Misal y el Breviario y se interesó por la música sacra que había que utilizar en la liturgia. A la muerte de Pío IV podría haberle sucedido en la cátedra petrina, pero prefirió apoyar al dominico Michele Ghislieri, que se convirtió en papa con el nombre de Pío V y favoreció la aplicación de los decretos tridentinos.
Como arzobispo de Milán, san Carlos puso en marcha las decisiones del Concilio de Trento. Entonces la diócesis de Milán se extendía por tierras suizas, vénetas y genovesas, y desde hacía ochenta años no tenía un obispo residente. El santo la recorrió a lo ancho y a lo largo, restauró la disciplina en el clero, ordenó a los párrocos que mantuvieron los registros actualizados, reavivó la fe del pueblo con oraciones colectivas y procesiones. Su fama de santidad alcanzó la cima durante la peste de 1576-77: mientras el gobernador y el gran canciller abandonaban la ciudad, él volvió (estaba fuera en una visita pastoral) para socorrer a los enfermos y organizó una procesión con la reliquia del Santo Clavo para placar la epidemia.
El pueblo lo amaba, pero su obra de reforma y su defensa del clero de las injerencias de los poderosos no fue del agrado de todos. Algunos religiosos lo agredieron e incluso sufrió un atentado, que fracasó: un fraile de los Humillados - una orden que fue suprimida por su deriva protestante - le disparó un tiro con un arcabuz cuando estaba en oración. Murió con 46 años, agotado por la enfermedad, la actividad pastoral y las penitencias, tras haber dado testimonio con su vida de la inseparable unión entre fe y obras, algo que Lutero negaba. Dijo san Carlos: «Las buenas obras son la base de la oración; quitadlas y tampoco durará la oración».
Patrón de: catequistas, obispos; Lombardia