San Atanasio
Las cinco veces en que se vio obligado al exilio por su indómita defensa de la fe, amenazada por los arrianos, nos dan una idea de por qué san Atanasio (c. 295-373) es llamado «el Grande»
Es, en todos los sentidos, el hombre de la Providencia. Las cinco veces en que se vio obligado al exilio por su indómita defensa de la fe, amenazada por los arrianos, nos dan una idea de por qué san Atanasio (c. 295-373) es llamado «el Grande». No podemos ni siquiera imaginarnos qué habría sido de la Iglesia y de la verdad católica sin un hombre de Dios como Atanasio, venerado en todas partes como «padre de la ortodoxia».
Vivió en esa época de crisis eficazmente resumida por la famosa frase de san Jerónimo: «Todo el mundo quedó consternado al verse arriano». El santo, perseguido por herejes y emperadores, fue el defensor más combativo de la divinidad de Cristo, que el sacerdote Arrio había cuestionado al sostener que el Hijo no era coeterno al Padre, lo que le reducía a mera criatura, a pesar de la enseñanza de las Sagradas Escrituras y la Sagrada Tradición.
Atanasio nació en Alejandría de Egipto de padres cristianos y hay por lo menos tres hechos que pueden ser considerados decisivos en su formación. Primero: era apenas un niño en la época de la Gran persecución de Diocleciano (303-305), que prosiguió con Maximino Daya; en Alejandría hubo innumerables mártires y su testimonio de fe en Cristo debió dejar una profunda huella en Atanasio. Segundo: en esos años estrechó lazos de amistad con san Antonio abad (c. 251-356), que había llegado a la ciudad para consolar a los cristianos perseguidos. El gran Padre del deserto murió muchos años después y será precisamente Atanasio quien escribirá la ejemplar Vida de Antonio, que tuvo gran popularidad y contribuyó a difundir el ideal monástico tanto en Oriente como en Occidente. Tercero: maduró bajo la guía del obispo san Alejandro, que se dedicó a informar a toda la cristiandad y a contrarrestar al sacerdote Arrio, cuya herejía tenía su fuente de propagación precisamente en Alejandría.
Alejandro quiso que Atanasio fuera su portavoz en el Concilio de Nicea del año 325, en el que se condenó el arrianismo y los Padres conciliares aprobaron el Símbolo, que definió dogmáticamente la consubstancialidad entre el Padre y el Hijo, partícipes de la misma sustancia. Tras la muerte del maestro, Atanasio le sucedió en la sede patriarcal de Alejandría: era el 328 cuando inició sus 45 años como obispo, 17 de los cuales los transcurrió en exilio forzado, defendiendo siempre heroicamente la recta doctrina. Los arrianos siguieren impertérritos profesando sus errores y convencieron a Constantino - influido por Eusebio de Nicomedia - a destituir a Atanasio, calumniado y acusado de ser un impedimento para la paz. Fue el primer exilio, que el santo pasó en Tréviri. Pertenece a esta fase el famoso tratado sobre la Encarnación del Verbo, en el que escribió que el Hijo «se ha hecho hombre para que nosotros nos convirtiéramos en Dios; Él se hizo visible en el cuerpo para que tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó Él mismo la violencia de los hombres para que heredáramos la incorruptibilidad».
El segundo exilio lo transcurrió en Roma, después de que unos noventa obispos orientales, en su mayoría sus adversarios, se habían reunido en Antioquía y lo habían destituido de nuevo con el apoyo del arriano Constancio II, que durante su largo imperio (337-361) no le dio tregua. En el periodo italiano, Atanasio obtuvo el apoyo del papa Julio y de más de 50 obispos, además del apoyo de Constante (hermano de Constancio). El Concilio de Sárdica lo rehabilitó. Pero su persecución no acabó y llegó al culmen en los sínodos de Arlés y de Milán (353 e 355), en los que el emperador Constancio ordenó a los obispos que apoyaran la condena de Atanasio, so pena de hacerles dejar sus sedes: los únicos que se resistieron fueron los santos Paulino de Tréveris, Dionisio de Milán, Lucifer de Cagliari y Eusebio de Vercelli, que acabaron exiliados. En el 356 le tocó a san Hilario de Poitiers sufrir el exilio por haber defendido la ortodoxia.
Mientras tanto, Constancio había nombrado a un antipapa y exiliado al papa Liberio, que al inicio había defendido firmemente a Atanasio. Sin embargo, el pontífice, amenazado de muerte, acabó cediendo a una fórmula de compromiso, cuyo contenido exacto se desconoce; pero se sabe que se trataba de una fórmula ambigua semiarriana, que incluía la idea de la “semejanza” entre Padre e Hijo, pero no de la sustancia igual. En esta fase se llegó al punto de ocupar Alejandría con cinco mil soldados. Se profanaron iglesias y el pueblo cristiano se movió en defensa de su obispo, que tuvo que refugiarse durante años en el desierto, protegido por amigos ermitaños.
No pudo volver definitivamente a su sede episcopal hasta el 366, siendo emperador Valente (que precedentemente lo había exiliado), perseverando hasta el final en la profesión de la doctrina sobre la Santísima Trinidad. La situación eclesial poco a poco se estabilizó gracias también a la llegada al solio pontificio de san Dámaso, otro enérgico opositor de las herejías. Fue proclamado Doctor de la Iglesia en 1568. No por nada, su contemporáneo san Gregorio Nacianceno, en un elogio fúnebre, había llamado a san Atanasio «el pilar de la Iglesia».
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