San Alberto Magno
Además de ser uno de los más grandes teólogos y filósofos de la Edad Media, fue capaz de ocuparse brillantemente de tantos campos del conocimiento que se mereció el título de Doctor Universalis.
Para intuir el genio de san Alberto Magno (c. 1200-1280), bastaría su explicación de la perfecta armonía entre fe y ciencia, las enseñanzas transmitidas a santo Tomás de Aquino y la valorización crítica de Aristóteles. Además de ser uno de los más grandes teólogos y filósofos de la Edad Media, el santo, nativo de Baviera, fue capaz de ocuparse brillantemente de tantos campos del conocimiento (astronomía, botánica, química, física, mineralogia, música, etc.) que se mereció el título de Doctor Universalis.
Decidió entrar en los dominicos en 1223, tras haber escuchado al beato Jordán de Sajonia, primer sucesor de santo Domingo como maestro general de la Orden de Predicadores. Estudió en Padua y París. Pronto inició su faceta de escritor, que ejerció durante toda su vida, junto a la enseñanza. Entre sus alumnos tuvo a Tomás de Aquino, objeto de las burlas de sus compañeros, que lo llamaban «el buey mudo». Alberto, en cambio, profetizó su grandeza: «Lo llamáis el buey mudo, pero yo os digo: cuando este buey muja, ¡sus mugidos se oirán de un extremo a otro de la tierra!». El compañerismo y la profunda amistad entre ambos, que tuvo una gran influencia en la teología católica, nunca se interrumpió. Alberto quiso que Tomás estuviera a su lado en el Estudio teológico de Colonia, le pidió su ayuda en la disputa con los averroístas y defendió la doctrina de su discípulo cuando, poco después de la muerte de Tomás (1225-1274), algunos eclesiásticos llegaron al absurdo de cuestionar su ortodoxia.
Estudió con rigor el pensamiento de Aristóteles sin exaltarlo ni demonizarlo a priori como hacían otros pensadores, valorizando, en cambio, sus argumentaciones racionales que, en la estela de su vasta obra filosófica y teológica, tenían como objetivo demostrar la unidad entre fe y razón. Con su pensamiento contribuyó de manera muy importante al desarrollo del método científico, afirmando que «el experimento es la única guía segura en la investigación» (De Vegetalibus) y «el que es contrario solo puede ser confutado de dos maneras, a saber: con la demostración de la verdad o con la demostración del error».
Con su sabiduría inspirada, discernía entre el estudio de la naturaleza y la manifestación de lo sobrenatural. «En el estudio de la naturaleza no debemos investigar cómo Dios creador puede usar a sus criaturas para llevar a cabo milagros y, así, manifestar su poder: lo que tenemos que investigar, más bien, es cómo la naturaleza, con sus causas inmanentes, puede existir». En virtud de esos dones -a los que se unían la caridad, la incesante oración y una tierna devoción por la Virgen-, Pío XI alabó así a san Alberto Magno en 1931, año de su canonización y proclamación como Doctor de la Iglesia: «Figuras como la de Alberto nos recuerdan que entre ciencia y santidad no existe oposición ninguna, esa oposición que encuentra sitio en esas pobres almas que no sienten el inefable vínculo de parentesco, la profundidad y la sublimidad de las relaciones que unen la verdad y el bien».
Patrón de: científicos, estudiantes de ciencias naturales
Para saber más:
Catequesis de Benedicto XVI sobre san Alberto Magno (audiencia general del 24 de marzo de 2010)