Ricos y pobres
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino (Lc 16,19)
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
(San Lucas 16,19-31)
Mientras que el pobre tiene un nombre (Lázaro), el rico, aunque es el protagonista de la historia, permanece sin nombre. Probablemente esto se debe a que ha perdido su identidad, porque ha elegido vivir separado de Dios para siempre. Su condena no se deriva de la posesión de riquezas, que en sí mismas son algo bueno (el Evangelio nos muestra que muchos ricos se salvan, como Zaqueo o José de Arimatea), sino del egoísmo con el que las ha utilizado, como si no tuviera que responder ante nadie por su uso. Quienes viven en la pobreza material pueden ser más propensos a reconocer su fragilidad y a recurrir con confianza a la Providencia divina. Pero para todos se aplica el mismo criterio: sin la fe y el compromiso de hacer la voluntad de Dios, tanto los ricos como los pobres pueden perderse. ¿Alguna vez has pensado en cómo utilizas lo que posees y si realmente lo consideras un don de Dios para compartir con los necesitados?