Reforzar la fe
Señor, baja antes de que se muera mi niño. (Jn 4,49)
Después de dos días, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado: «Un profeta no es estimado en su propia patria». Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: «Si no veis signos y prodigios, no creéis». El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». Jesús le contesta: «Anda, tu hijo vive». El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: «Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre». El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea. (Jn 4,43-54)
Jesús, en la narración de este signo prodigioso, no interviene hasta que el padre se dirige a Él como Señor. Los signos tienen que servir para reforzar la fe, no para colmar la curiosidad. He aquí por qué es necesario reconocer a Jesús como Señor, es decir reconocer que Le pertenecemos, que somos suyos. Así, podemos abandonarnos a la idea de que estamos llenos de límites, mientras que Él todo lo puede. Una vez reforzada nuestra fe, estaremos listos para testimoniar eficazmente el bien que nos ha hecho Dios, exactamente cómo hizo este padre.