DIPLOMACIA

Pekín decide sobre los obispos, lo confirma el Vaticano

El nombramiento de monseñor Shen Bin como obispo de Shanghái, tres meses después de que el gobierno chino hiciera el mismo nombramiento, desafiando los acuerdos  con la Santa Sede de 2018, revela el verdadero equilibrio de fuerzas en el campo. Pero en el Vaticano todavía no lo han entendido.

Libertad religiosa 18_07_2023 Italiano

Las relaciones entre China y la Santa Sede recuerdan una escena de telenovela en la que una mujer abandona a su pareja, quien a su vez corre tras ella rogándole que regrese a casa. Esta es la clara sensación que da el traslado anunciado por la Santa Sede el 15 de julio, del obispo Shen Bin de la diócesis de Haimen a la de Shanghai, vacante desde hace diez años.

Solo que este nombramiento ya había sido decidido hace más de tres meses por el gobierno chino y el 4 de abril Monseñor Shen Bin ya había tomado posesión oficialmente en Shanghái, sin el consentimiento de la Santa Sede, en violación del acuerdo provisional “secreto” de octubre. 2018, renovado en 2020 y nuevamente en 2022. Entonces hubo un no comment de la Santa Sede, una solicitud de tiempo para evaluar la situación. Evaluación que llegó al mismo tiempo que el nombramiento del sábado con una entrevista al secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, elaborada por la propia Secretaría de Estado y difundida por la Oficina de Prensa del Vaticano.

En resumen, Parolin, por un lado, denuncia la violación de los acuerdos por segunda vez en pocos meses (en noviembre de 2022 ya se había producido el caso de monseñor Giovanni Peng Weizhao), sin embargo, sin exagerar; por el otro, expresa el deseo del Vaticano de continuar el diálogo. En cuanto a Shen Bin, la decisión del Papa es “sanar la irregularidad canónica que surgió en Shanghái”, para “el bien mayor de la diócesis”. Sin embargo, el secretario de Estado vaticano espera que estas decisiones unilaterales no se repitan y que el acuerdo sea respetado por China; además, recuerda que hay otros tres temas por resolver a través del diálogo con el gobierno chino: “la Conferencia Episcopal; la comunicación de los obispos chinos con el Papa; evangelización”. Teniendo en cuenta que después de 5 años estamos con el primer punto, el nombramiento consensuado de obispos, los otros tres pertenecen al libro de los sueños, al menos mientras exista este régimen. Por último, para ayudar al diálogo, el cardenal Parolin propone “la apertura de una oficina de enlace estable de la Santa Sede en China”.

Una propuesta, esta última, para volver a subrayar con fuerza la voluntad de diálogo con el Gobierno de Pekín, pero que desde un punto de vista práctico no tiene mucho sentido, dado que hay canales abiertos de diálogo y que ya existe una “misión de estudio” en Hong Kong, que desde el año pasado cuenta nuevamente con dos diplomáticos en vigor.

Pero el verdadero nudo de todo el asunto es que, si bien nadie cuestiona la voluntad de diálogo de la Santa Sede, parece igualmente evidente que a Beijing no le importa; y, en efecto, el acuerdo le sirve para neutralizar a la Santa Sede (que no habla para no poner en peligro el diálogo) mientras continúa a pasos forzados el proceso de “sinización” de la Iglesia y la persecución de quienes no se someten a las directivas del Partido Comunista.

El nombramiento de monseñor Shen Bin en Shanghái el pasado mes de abril por parte de las autoridades gubernamentales es, por tanto, un claro gesto deliberado de desprecio, para afirmar el poder absoluto de Pekín. Y no cabe duda de que -aunque se intente justificar- el reciente nombramiento de monseñor Shen Bin por el Papa es bochornoso y humillante para la Santa Sede.

Ahora solo queda implorar que no le vuelvan a hacer pasar por esta vergüenza. Es decir, en la mejor de las hipótesis, los próximos nombramientos de obispos los decidirá todavía Pekín, pero informando a la Santa Sede antes de hacerlos públicos, para preservar la apariencia de consenso (en todo caso, ni eso es tan seguro).

El hecho es que al régimen comunista chino no le interesa en absoluto un verdadero diálogo con la Santa Sede, entre iguales. Pero el problema más grave -y peligroso- es que en el Vaticano todavía no lo han entendido y siguen concediendo todo sin recibir nada a cambio, sacrificando también a los católicos chinos.