Para ayudar al islam moderado, no reconozcan a los talibanes
Después de 20 años de guerra en un intento por establecer una apariencia de democracia, Afganistán ha vuelto al punto de partida. ¿Occidente debería tener relaciones con los terroristas en el gobierno? Los afganos deberían rebelarse y los occidentales no creen en el giro “moderado” de los fundamentalistas.
Después de 20 años de guerra en un intento por establecer una apariencia de democracia, Afganistán ha vuelto al punto de partida. Una historia absurda que deja lugar a numerosas preguntas. ¿Qué pasará ahora? ¿Qué será de las mujeres y de todos los que se oponen a los talibanes? ¿Occidente debería tener relaciones con los terroristas en el gobierno? Estas son las preguntas que debemos hacernos ante lo sucedido. Kabul está en manos de los talibanes y para los afganos comienza un período cuyos efectos y consecuencias ya son evidentes.
Aunque los talibanes han declarado que no quieren oprimir a la población con las leyes de oscurantismo religioso del cual son portadores, las cosas cambiarán pronto. Cuando la atención de los medios internacionales se desvanezca, Afganistán se convertirá en un infierno. Ya llegan noticias desalentadoras sobre la caza de mujeres que no vistan o no tengan comportamientos que impone el islam radical. Algunas de ellas, incluidas algunas periodistas, han hecho saber que se han encerrado en sus casas por temor a ser atacadas o asesinadas. A pesar de esto, la posibilidad de que las “desobedientes” sean buscadas casa por casa es muy alta. Así como para todos los afganos que han trabajado con occidentales a lo largo de los años y que ahora corren el riesgo de morir.
Ante este escenario, Joe Biden, presidente de Estados Unidos, declaró que la intervención en Afganistán no tenía como objetivo crear un estado democrático, sino combatir el terrorismo. Palabras que en cierto modo son desconcertantes, pero que ocultan una perspectiva para los afganos: rebelarse contra el terrorismo de los talibanes. Solo entonces tendrá sentido la intervención de fuerzas extranjeras y podrá eliminar definitivamente al grupo. Mientras haya afganos que, por miedo o connivencia, dejen su patria en manos de Al Qaeda, Isis u otras organizaciones terroristas, Afganistán nunca tendrá paz.
Asimismo, la comunidad internacional no debe reconocer a un gobierno formado por terroristas. Sería otro error más en el enfoque del fundamentalismo islámico. Los talibanes deben estar incluidos en la lista internacional de terroristas. Cada nación debería prohibir los movimientos islamistas como el de los Hermanos Musulmanes. Solo prohibiendo estas realidades y cerrando todos los canales de negociación y comunicación con las democracias occidentales, podemos esperar revertir el curso de la historia en Afganistán y en todos los países en donde el islam oscurantista está en vigor. El mundo árabe moderado, de hecho, en estas horas está expresando su preocupación por el ascenso al poder de los talibanes, mientras que la parte del islam radical celebra.
Los próximos días, por tanto, serán decisivos para entender si los intereses económicos globales prevalecerán sobre los derechos humanos y la democracia. Aunque en este caso, la predicción sobre el destino de Afganistán es bastante simple: el llamado Emirato Islámico, declarado por los talibanes tras su entrada en Kabul, se convertirá en un punto de referencia para Occidente.