San Expedito por Ermes Dovico
SANTOS Y GASTRONOMÍA/6

Oliver Plunkett, el último mártir irlandés en Inglaterra

Arzobispo de Aarmagh y primado de Irlanda, vivió las persecuciones inglesas en Irlanda en el siglo XVII y fue condenado en Inglaterra a una muerte de crueldad sin precedentes. Beatificado por Benedicto XV en 1920, luego canonizado por Pablo VI en 1975, es un ejemplo de fidelidad a su vocación y a su tarea.
- LA RECETA: SOPA DEL MARISCOS 

Cultura 10_07_2021 Italiano English

Una cucaracha cruza rápidamente el pavimento y se detiene abruptamente cerca de la pata de la mesa. Comienza a buscar algo con las antenas tocando por el suelo, con un movimiento alterno, como si estuviera tanteando en busca de algo que solo ella puede ver. El hombre de largo cabello gris la mira, sentado en el borde de la pequeña litera que hace las veces de cama en la celda estrecha.

Un zapato deformado golpea al insecto, aplastándolo y haciendo estremecer al hombre. Alza la mirada sobre el compañero de celda que, después de exterminar al intruso, va a sentarse en la otra cama, colocada cerca de la pared opuesta. Es joven, un veinteañero, rubio y guapo pero cubierto de harapos. Es un delincuente común, atrapado robando en una casa que, lamentablemente para él, pertenecía a un juez. Espera ser ahorcado, por ser reincidente.

El otro, el hombre de cabello gris es el arzobispo de Aarmagh en Irlanda, Oliver Plunkett. La muerte también está a la vista para él. Pero las acusaciones en su contra son mucho más graves: un complot papista contra el rey, con testigos de todo tipo.

Los dos comparten la estrecha celda de la prisión de Newgate en Londres, desde hace algunos días. Pero esos pocos días fueron suficientes para que Oliver convenciera al ladrón John Smiley, incrédulo y no bautizado, de la existencia de Dios y de la necesidad de recibir el bautismo. Y lo bautizó con un poco de agua sacada del cántaro que los guardias les dan todos los días. John también tomó la comunión de las manos del obispo, un simple trozo de pan seco, parte de su ración diaria. ¿Pero que importa? John vio a su compañero de celda feliz y eso es suficiente para que él también se sienta mejor.

¿Y cómo no podía ser feliz Oliver Plunkett? A pesar de la desesperada situación en la que se encontraba, el hecho de haber llevado otra alma a Dios lo llenaba de una felicidad indecible. La misma felicidad que había sentido años antes - le pareció una eternidad - cuando encontró por primera vez al sacerdote italiano, el padre jesuita Pier Francesco Scarampi, enviado por el Papa como representante a la Confederación de Killkenny (Parlamento autónomo irlandés), habiendo sido nombrado nuncio apostólico en Irlanda unos meses antes. Fue entonces cuando Oliver se dio cuenta de que el camino que quería tomar era el del sacerdocio. A pesar de la diferencia de edad de treinta años, él y Scarampi se unieron de inmediato: compartían el gusto por la vida austera y penitencial, y su visión principal era la idea común de defensa de los católicos.

Cuando Scarampi fue llamado a la Ciudad Eterna en 1647, decidió llevarse a Oliver Plunkett con él, entusiasmado con esta decisión. En Roma, Oliver hizo un buen uso de su extraordinaria inteligencia al estudiar con éxito en el Irish College. Fue ordenado sacerdote en 1654, en la capilla del Urbanian College de Propaganda Fide. Recibió la ordenación de manos de un obispo irlandés, refugiado en Roma debido a las feroces políticas anticatólicas de Oliver Cromwell, que comenzaron en 1649. Los sacerdotes católicos que eran descubiertos administrando los sacramentos en Irlanda, venían ahorcados o deportados a las Indias Occidentales.

Debido a la desenfrenada persecución religiosa, Plankett no pudo regresar de inmediato a su tierra natal, por lo que ejerció el ministerio sacerdotal en Roma durante algunos años, entre los capellanes de la casa oratoriana de San Girolamo della Carità, y se dedicó a la atención espiritual de los enfermos.

Mientras tanto, se graduó en derecho en la Universidad de la Sapienza. En 1657 fue nombrado profesor de teología en el Urbanian College, donde enseñó a los misioneros jóvenes hasta 1669; además, trabajó como asesor para asuntos irlandeses de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide.

Por lo tanto, parecía destinado a una existencia serena y pacífica en Roma, casi resignado a no volver nunca a Irlanda. Pero el destino tenía otros planes para él.

Cuando Oliver Cromwell murió, con el reinado de Carlos II la política anticatólica de los ingleses en Irlanda se atenuó y, en 1670, Plunkett, tras una breve estancia clandestina en Londres, pudo volver a casa como arzobispo de Aarmagh y primado de Irlanda, con la tarea de reorganizar la arquidiócesis y la Iglesia irlandesa. El nombramiento de arzobispo fue pronunciado con motu proprio el 21 de enero de 1669 por Clemente IX (1600-1669), fruto de una iniciativa personal del Papa. El Pontífice era consciente del deseo de Plunkett de regresar a su país al servicio de las almas de esas tierras lejanas. El nombramiento de arzobispo también implicaba el título de Primado de toda Irlanda.

Al llegar a casa, se puso a trabajar y su primer acto fue establecer la Compañía de Jesús en Drogheda, donde fundó una escuela para niños y una universidad para estudiantes de teología.

Extendió su ministerio a los católicos de habla gaélica de las Tierras Altas y las Islas de Escocia. Trabajó duro en la lucha contra el alcoholismo entre los sacerdotes. En 1670 organizó una conferencia episcopal de la Iglesia católica irlandesa en Dublín, pero tuvo desacuerdos con el arzobispo de esa ciudad, Peter Talbot, sobre la primacía en Irlanda. A esto se sumaron las discordias con la orden franciscana, debido a una propiedad, en la que se inclinó a favor de los dominicos.

En 1673 los británicos reanudaron la persecución anticatólica. El colegio de jesuitas de Drogheda fue arrasado y una serie de edictos hicieron que la situación fuera aún más explosiva. Se ordenó al arzobispo de Aarmagh que abandonara el país, pero Plunkett ignoró la orden y, de nuevo clandestino, recorrió el país vestido como un laico que sufría de frío y hambre. Permaneció en la clandestinidad hasta 1679.

Perseguido en todos los lugares, Plunkett se las arregla obstinadamente a evadir la captura, pero a un cierto punto comete una imprudencia que le costará caro. Va a visitar a un pariente suyo que se estaba muriendo y así se selló su destino. De hecho, fue reconocido y arrestado.

En 1679 fue juzgado en Dundalk y encarcelado en Dublín. Al año siguiente fue llevado a Londres para un nuevo juicio por alta traición a pesar de que los tribunales ingleses no tenían jurisdicción sobre los acusados ​​de crímenes cometidos en Irlanda. La mayoría de los testigos que lo acusaban eran delincuentes comunes. A esto se sumó el testimonio de dos perjurios franciscanos, que fue decisivo para orientar el juicio del tribunal.

Oliver Plunkett fue declarado culpable de alta traición por “planear la muerte del rey, querer provocar la guerra en Irlanda, alterar la religión de ese lugar y traer una potencia extranjera al país”. Fue condenado a muerte.

La ejecución de Oliver Plunkett, que tuvo lugar en Tyburn, Inglaterra, fue de una crueldad sin precedentes: pero esa era la ley. Ese tipo de ejecución era la regla. Con muy raras excepciones, como funcionarios de alto rango (Tommaso More, Giovanni Fisher, Margherita Pole) decapitados o asesinados rápidamente, todos los demás recibieron antes de la muerte sufrimientos indescriptibles, con duros interrogatorios, encarcelamientos severos y torturas refinadas. En el momento de la ejecución, todos fueron ahorcados, pero momentos antes de la asfixia fueron liberados de la soga y aún semiconscientes fueron destripados.

Posteriormente, con una crueldad que excedió todos los límites humanos, sus cuerpos fueron descuartizados y los pobres restos rociados con brea, fueron colgados en las puertas y en las principales áreas de la ciudad.

Ese tipo de ejecución también se aplicó a Oliver Plunkett: fue ahorcado, destripado y descuartizado. Era el 1º de julio, según el calendario antiguo; es decir, el 11 de julio del año 1681. Según los distintos calendarios se celebra el 11 o el 12 de julio, pero aparece el 1º de julio en el Martirologio Romano.

Fue el último de los mártires católicos asesinados en Inglaterra. El cuerpo fue enterrado inicialmente en el patio de St Giles in the Fields, dentro de dos pequeños contenedores, junto a los cuerpos de otros cinco jesuitas asesinados anteriormente. Su cabeza momificada (en la foto) se encuentra en Drogheda, conservada en un ataúd, colocada en el transepto izquierdo de la iglesia católica de San Pietro. La mayoría de sus restos descansan ahora en la abadía de Downside, en Inglaterra, después de haber sido exhumados y conservados durante 200 años en el monasterio benedictino de Lambspringe, cerca de Hildesheim, Alemania.

Unos días después de la ejecución de Oliver Plunkett, la “conspiración papista” (Popish Plot) resultó ser una falsificación organizada por Lord Shaftesbury, el cual fue encarcelado en la Torre de Londres.

Oliver Plunkett fue beatificado en 1920 por el Papa Benedicto XV y canonizado en 1975 por el Papa Pablo VI (el primer santo irlandés en casi 700 años). La Iglesia Católica lo recuerda el 1º de julio. Fue nombrado patrón del proceso de paz y reconciliación en Irlanda.

Con el restablecimiento de la jerarquía católica en Inglaterra y Gales, solo en 1850 fue posible afrontar la posibilidad de una beatificación de mártires, al menos de aquellos cuyo martirio estaba probado, a pesar de los siglos transcurridos. En 1874, el arzobispo de Westminster envió a Roma una lista de 360 ​​nombres con evidencia de martirio para cada uno de ellos. A partir de 1886 los mártires, en grupos más o menos numerosos, fueron beatificados por los Supremos Pontífices. Cerca de cuarenta de ellos también fueron canonizados.

Se pueden hacer muchas reflexiones sobre la vida y la muerte de Oliver Plunkett: podemos recordar su increíble energía, su erudición, su aguda inteligencia y su ejemplar coraje. Supo conciliar los deberes de pastor y de administrador, con informes periódicos y cuidadosos redactados a Roma.

Aquí recordamos las palabras del Postulador de la Causa, John Hanly, quien escribió sobre él en el Osservatore Romano del 12 de octubre de 1975:

"La Iglesia, hoy como siempre, necesita el ejemplo de sus santos miembros. Y también necesita su intercesión en el trono de la misericordia. El ejemplo de Oliver Plunkett puede inspirar hoy a los fieles que viven en países donde la fe católica se ve obstaculizada de diversas maneras, si no abiertamente condenada al ostracismo. Como arzobispo de Aarmagh, fue un hombre pobre, pero se preocupó por un alto nivel de decoro clerical para los sacerdotes de su provincia, lo que no es para la Iglesia de hoy un ejemplo de poca relevancia. Si estos niveles hubieran sido mundanos, el primer aliento de persecución lo habría encontrado fugitivo, en lugar de disfrazado de buen pastor dispuesto a sufrir sin dejar de ser fiel a su rebaño. El mundo de hoy, en el que la vocación, la fidelidad al propio trabajo tienen tan poco sentido, necesita su ejemplo”.