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Montessori, un “método educativo” que no educa

Hace 150 años nació María Montessori, una doctora y pedagoga universalmente conocida por el método educativo que lleva su nombre, basado en la espontaneidad. Alrededor del mundo hay más de 20.000 escuelas inspiradas en ella. En realidad su enfoque, basado en el positivismo, disuelve la idea misma de educación y autoridad y borra el pecado original. Sus ideas han resultado ser proféticas en sentido negativo: pacifismo, ambientalismo… Hasta llegar a la teoría de género.

Educación 31_08_2020 Italiano English

María Montessori  abrió en 1910 una Casa de Niños en el convento de las Franciscanas Misioneras de María, en Roma, de acuerdo con la Superiora General, Madre Marie de la Rédemption. Unos años más tarde, en 1916, participando en la misa del Gallo en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario en Pompeya, Barcelona, donde vivía entonces, se emocionó hasta las lágrimas al escuchar un villancico. Estos dos episodios, presentes en las biografías de María Montessori (1870-1952), permanecen aislados.

Aunque nació y se crió en una familia de creyentes –sus padres eran católicos liberales cercanos a los ideales del Risorgimento- la relación con el cristianismo de la famosa pedagoga fue de hecho ocasional y superficial, nunca profundizó ni se transformó en una experiencia vivida y tampoco afectó en absoluto a su visión del mundo y sus decisiones, si acaso condicionadas por otras referencias ideológicas y culturales, como el positivismo y la teosofía. Reconocía, eso sí, la importancia de la dimensión espiritual en el proceso de crecimiento de los pequeños, pero para ella la divinidad tenía características cósmicas, paganas, nada que ver con el Dios encarnado en Jesucristo y presente en la Iglesia.

Además, ese momento de emoción en una noche de Navidad fue quizás sólo la nostalgia de una infancia lejana, mientras que la colaboración con las Franciscanas romanas no nació tanto de una idéntica preocupación educativa como del hecho de que las religiosas se ocupaban de los niños huérfanos después del devastador terremoto de Messina en 1908: una iniciativa humanitaria en la que Montessori, atenta a los dramas sociales de su tiempo, sentía como suya. Además, la mencionada Superiora General de las Franciscanas estaba cerca del modernismo, que en aquellos años estaba socavando la doctrina y los fundamentos de la fe.

La propia María Montessori fue influenciada por las tesis modernistas entonces en boga. De hecho, manifestó abiertamente su aversión a la idea del pecado original. Como muchos intelectuales de ayer y de hoy, tal vez preparados e inteligentes pero demasiado presuntuosos, ella también se sintió obligada a dar lecciones al Magisterio eclesiástico de sabiduría centenaria: la noción de pecado original era, en su opinión, incompatible con la “pureza” que veía en los niños. Tampoco aceptaba que en la trayectoria educativa de un niño existiera una autoridad que premiara y castigara, identificándola erróneamente como una expresión del poder que tiene a su cargo: de los padres, de los maestros, del Estado.

El niño, con la ayuda de herramientas didácticas apropiadas y originales que ella misma inventó, debe en cambio ser acompañado para identificar en sí mismo las cualidades y recursos que posee, para hacerlos emerger. El maestro permanece en la sombra, es sólo una herramienta, un medio en el camino para descubrirse a sí mismo. No hay maestros de la vida que seguir, no hay contenido valioso que confrontar. La educación ya no es un encuentro, ni un riesgo, sino un mecanismo a aplicar de forma elástica, adaptándose a las características de cada alumno: a lo sumo se exalta la creatividad, sin ningún vínculo orgánico con la realidad en su conjunto, sin la búsqueda de un sentido o un significado que dar a las cosas.

Evidentemente, el método Montessori no prevé ninguna “comunidad educativa” que reúna a las escuelas, las familias y las instituciones en un mismo objetivo, porque lo que cuenta es poner en primer plano a los individuos y fortalecerlos, como si fueran productos de laboratorio. Estamos a años luz de la obra maestra de la educación de Don Bosco, el sistema preventivo basado en la razón, la religión y el amor, que todavía tiene como objetivo formar buenos ciudadanos y no genios sin un vínculo real con el contexto social, criaturas de Dios y no individuos sin raíces.

María Montessori fue acusada de estar cerca del fascismo y de haber buscado el apoyo de Mussolini, quien de hecho apoyó inicialmente sus escuelas, tratando de condicionarlas para convertirlas en un instrumento de propaganda del régimen. El intento fracasó y “la mujer que revolucionó para siempre el mundo de la educación” se vio obligada a abandonar Italia, a donde regresó sólo después de la guerra, unos años antes de su muerte, después de haber viajado por medio mundo para dar a conocer sus ideas y crear un movimiento para difundirlas. El éxito de estas giras de un país a otro es innegable. Y fue precisamente durante estos viajes donde tuvo importantes encuentros (como con Mahatma Gandhi) que enriquecieron su bagaje ideológico, haciéndolo aún más complejo y heterogéneo. Se puede decir que sus intuiciones, su idea de la escuela, la educación, la formación, la sociedad, fueron proféticas, pero de manera negativa: es decir, de alguna manera precedieron y en cierto modo favorecieron el espectáculo más bien sombrío que vemos hoy en día, donde reinan ídolos que sólo aparentemente están a favor de la persona humana. Montessori creía en la educación ambiental, pero hoy en día se ha convertido en un integrismo ambientalista persistente; apoyó la educación para la paz, pero el resultado es un pacifismo abstracto unidireccional que ignora las dictaduras reales; creía en la educación “mundialista” (con el objetivo de abolir todas las fronteras), pero estamos reducidos a sufrir un globalismo totalitario que asfixia todas las identidades. En resumen, una decepción, bien oculta por una narrativa hagiográfica y acrítica que no nos ayuda a comprender los límites y contradicciones de una “maestra de la sospecha”, empeñada en frustrar –con sus ideas y obras- la estructura natural de la convivencia humana, a partir de la figura y el papel de la mujer. Hasta el punto de que los actuales partidarios, por ejemplo, del divorcio y el aborto voluntario, encuentran fácilmente en ella un punto de referencia porque, como protofeminista, apoyó la libertad de elección y autodeterminación más total, fuera de cualquier esquema preestablecido y de cualquier prejuicio. La novedad es que ahora también se ha convertido en el ídolo de los movimientos LGTBI, que luchan contra la llamada discriminación de género. ¿Por qué? Porque el método Montessori no prevé caminos diferenciados entre hombres y mujeres. En efecto, el material didáctico es neutro (no hay muñecos ni soldados de juguete); no hay colores distintivos (rosa y azul) en el aula ni en la ropa de los escolares; no hay competencia, con el riesgo de que prevalezcan los varones porque no se da peso a las notas y a los juicios; no hay temor de fomentar comportamientos diferenciados según el sexo porque el enfoque predominantemente práctico del método hace que todos aprendan las tareas domésticas, por ejemplo.