Mario Draghi, un ejemplo paradigmático de la arrogancia de los líderes tecnócratas de la UE
Mario Draghi, ex primer ministro italiano, olvida convenientemente su pasado: fue él, junto con otros tecnócratas europeos, quien promovió las políticas de austeridad que han deprimido el crecimiento y los salarios durante años, contribuyendo al estancamiento económico que ahora asegura que hay que combatir.

Mario Draghi, primer ministro de Italia del 13 de febrero de 2021 al 22 de octubre de 2022, ha regresado al Senado italiano el 18 de marzo y, como de costumbre, lo ha hecho con la actitud de alguien que llega para dar lecciones, como si fuera el único depositario de la verdad absoluta. ¿Y en calidad de qué? En calidad de asesor de la Comisión de la UE, por supuesto. Pero el tono y la forma con los que se ha dirigido a los senadores revelan una vez más su estilo profesoral, desdeñoso, incluso burlón en ocasiones. Su comentario final a los parlamentarios presentes no pasó desapercibido: “Escuchad, veo que estáis mirando vuestros relojes, así que muchas gracias por vuestra atención. Gracias”. Un comentario final que ha dejado un sabor amargo, como si el ex primer ministro quisiera enfatizar la poca estima que tiene por las instituciones democráticas, las mismas instituciones que decidieron darle la espalda en 2022 y poner fin a su etapa en el gobierno.
Draghi ha hablado durante dos horas y media, informando a las comisiones parlamentarias sobre un nuevo informe sobre la competitividad europea, un tema sin duda importante, pero que no puede abordarse con la arrogancia de alguien que en los últimos años ha contribuido a crear muchos de los problemas que ahora afirma estar dispuesto a resolver.
Europa, ha dicho Draghi, está más sola de lo que cree, amenazada por la inestabilidad geopolítica y la incertidumbre económica. El ex primer ministro ha insistido en la necesidad de crecimiento interno, ha advertido de los peligros de las soluciones bilaterales y también ha subrayado la necesidad de desarrollar el mercado europeo en lugar de mantener el actual superávit comercial con el resto del mundo.
Nada inusual hasta ahora, excepto que Draghi parece haber olvidado su propio pasado. En su momento promovió las políticas de austeridad junto con otros tecnócratas europeos, las mismas políticas que han deprimido el crecimiento y los salarios durante años, contribuyendo al estancamiento económico que ahora dice estar combatiendo. ¿Dónde estaba esta preocupación por el crecimiento cuando, en el momento de la crisis griega, Europa impuso recortes draconianos en nombre del rigor presupuestario?
Es una paradoja que no pasó desapercibida para el senador de la Liga, Claudio Borghi, quien ha señalado que Draghi ahora habla de inversión pública y deuda pública, mientras que en el pasado negaba la posibilidad de recurrir a ellas. En el pasado, Draghi decía que no podíamos endeudarnos, ¿y ahora podemos endeudarnos para comprar armas? “He comentado en broma que se parecía un poco a Fonzie (cómico italiano), que no ha tenido las agallas de decir que estaba equivocado, que debería haberse disculpado, pero que simplemente no se le ha ocurrido”, explica Borghi. Se refiere al plan ReArm Europe, un proyecto respaldado por Draghi para fortalecer la capacidad militar de la Unión Europea mediante la movilización de la friolera de 800.000 millones de euros, una suma colosal que, casualmente, ya no parece ser un problema.
Y también tenemos el tema de la energía, donde el ex primer ministro ha destacado el dramático aumento de los precios del gas en Europa, especialmente en Italia, donde el impuesto sobre la electricidad es uno de los más altos del continente. Ha recordado la necesidad de reducir el coste de la energía para las empresas y las familias como si fuera un observador externo, olvidando que cuando estaba en el Gobierno los precios se dispararon sin que encontrasen ninguna solución estructural. Draghi siempre ha apoyado la línea europea en materia de políticas energéticas, incluidas aquellas que han llevado a una dependencia aún mayor de los suministros extranjeros y a costes insostenibles para el sistema productivo italiano. Y ahora en el Senado habla de competitividad, pero sin hacer la más mínima referencia a la responsabilidad política de quienes, como él, han contribuido a hacer a Europa más débil y vulnerable.
Pero el aspecto más cuestionable del discurso de Draghi ha sido su actitud. No se trata solo del contenido, por contradictorio que pueda ser. Es la forma en que se presenta, su negativa a cuestionarse a sí mismo, su incapacidad para reconocer los errores del pasado. Es el mismo Draghi que, durante la pandemia, hizo declaraciones como “los que no se vacunen morirán”, contribuyendo a una narrativa exagerada que ha dividido al país. Es el mismo Draghi que consideraba a Luigi Di Maio un estadista y apoyó su nombramiento como enviado de la UE al Golfo, una elección que ahora parece cuanto menos cuestionable. Es el mismo Draghi que, como primer ministro, se impacientaba con quienes se atrevían a cuestionarlo, y que ahora vuelve a comparecer ante el Senado sin autocrítica alguna, sin el más mínimo reconocimiento de culpa.
Esta conferencia no ha servido solo para actualizar a los parlamentarios sobre las políticas europeas, sino también una demostración del enfoque de Draghi hacia la política en general. Él es, por supuesto, un hombre institucional, pero también un hombre al que le cuesta aceptar la dinámica de la democracia parlamentaria. No es casualidad que cuando su mayoría comenzó a desmoronarse en 2022, eligiera irse sin negociar ni buscar soluciones políticas.
No es casualidad que tres años después haya vuelto con la misma actitud de superioridad, dando la impresión de que la política es solo una molestia, un obstáculo en el camino de las grandes estrategias tecnocráticas. El problema es que la política, por imperfecta que sea, es el corazón de la democracia. Y también es la razón por la que Mario Draghi, a pesar de su indudable competencia, no logró mantenerse en el gobierno: porque la política requiere confrontación, humildad para admitir errores y capacidad para construir consenso. Cualidades que, una vez más, Draghi ha demostrado que no posee.