Virgen de Fátima por Ermes Dovico
DESPUÉS DEL CONCLAVE

Los cardenales que podrían quedarse como refugiados en Italia pero regresan a países en guerra

Sudán del Sur, Haití, Birmania… Son países donde sacerdotes y fieles laicos sufren cada día violencia y persecución causadas por la guerra y el odio político y religioso. Sus cardenales han estado  en Roma para el Conclave y tendrían derecho al estatus de refugiados, pero regresan para estar al lado de sus fieles, aceptando compartir sus riesgos.

Libertad religiosa 13_05_2025 Italiano English

Los cardenales que han participado en el cónclave abandonan Roma y regresan a sus hogares. Sin embargo, algunos de ellos –y no pocos- podrían solicitar asilo al Gobierno italiano y obtendrían sin duda el estatuto de refugiados, ya que viven en países donde reina la violencia y nadie está a salvo, especialmente si es cristiano. Ni siquiera ellos.

El 8 de mayo, mientras el cardenal Stephen Ameyu Martin Mulla votaba en la Capilla Sixtina, en su país, Sudán del Sur, unos hombres armados (quizá delincuentes o quizá combatientes de una de las muchas milicias étnicas que asolan el país) irrumpieron en el complejo de la parroquia de Santa María Auxilio de los Cristianos y asesinaron a Paul Tamania, coordinador de la Organización Católica para el Desarrollo y la Paz de la diócesis de Tombura-Yambio. En la misma parroquia, el pasado 10 de diciembre fue asesinado James Undo, director del coro parroquial, también víctima de hombres armados que, sin motivo aparente, entraron en la iglesia y comenzaron a disparar a ráfagas antes de huir.

La parroquia de Santa María Auxilio de los Cristianos ha creado desde hace tres años un campo de refugiados que acoge a miles de personas desplazadas que huyen de la violencia que sigue sacudiendo el país desde el inicio de la guerra civil en 2013. Los enfrentamientos se han intensificado y extendido en las últimas semanas tras el recrudecimiento de las tensiones en las altas esferas del Gobierno entre los líderes dinka y nuer, las dos etnias mayoritarias que se disputan los cargos políticos y el poder desde que Sudán del Sur se independizó en 2011. “La Iglesia no es un campo de batalla, es un lugar sagrado, un refugio donde las personas acuden en busca de la paz de Dios, no la crueldad del hombre”, se lee en el comunicado que difundió monseñor Barani Eduardo Hiiboro Kussala, obispo de Tombura-Yambio, al día siguiente del ataque, “y que se viole un santuario así es un pecado grave y una herida a nuestra humanidad colectiva”. Dirigiéndose a las autoridades ha dicho: “Salvad a vuestro pueblo, restableced la paz y la seguridad. Es vuestro deber solemne proteger la vida y la dignidad de todos los ciudadanos”.

El cardenal Chibly Langlois también tendría igual o más motivos para pedir asilo. Vive en Haití y es obispo de Los Cayos. Desde hace años Haití es un terreno de guerra y enfrentamiento de cientos de bandas armadas que viven de actividades ilegales. Solo en la capital, Puerto Príncipe, hay unas trescientas. El mes pasado, monseñor Max Leroys Mésidor, arzobispo de la capital y presidente de la Conferencia Episcopal Haitiana, comunicó a los medios de comunicación vaticanos que, por motivos de seguridad, se había visto obligado a cerrar completamente 28 parroquias de su archidiócesis y que en otras 40 las actividades pastorales continuaban de forma intermitente, bajo constante amenaza. “Haití está en llamas y sangra: espera ayuda urgente. ¿Quién vendrá a ayudarnos?”, preguntaba al mundo denunciando la inercia de las autoridades haitianas y más aún la inercia del contingente de policías kenianos enviados hace más de un año —única intervención internacional bajo los auspicios de la ONU llevada a cabo hasta ahora—, sin ninguna preparación  ni motivación para arriesgar sus vidas.

En los tres primeros meses de 2025, 1.617 personas murieron y 580 resultaron heridas en Haití en enfrentamientos, agresiones y ataques a instalaciones públicas y privadas. Casi la mitad son civiles. “El pueblo haitiano es un pueblo mártir”, en palabras del padre Marc-Henry Siméon, portavoz de la Conferencia Episcopal Haitiana, “y la Iglesia, que está en comunión con este pueblo, vive este sufrimiento en su propia carne”. Son muchos los sacerdotes, misioneros laicos y religiosas que ya han perdido la vida. El duelo más reciente en la Iglesia católica ha sido la pérdida, el pasado mes de marzo en Mirebalais, de Evanette Onezaire y Jeanne Voltaire, dos hermanas de las Pequeñas Hermanas de Santa Teresa del Niño Jesús, asesinadas cuando una coalición de bandas armadas, la Viv Ansanm, invadió la ciudad y sus alrededores y atacó comercios, comisarías e incluso el hospital universitario.

En Birmania (Myanmar), la junta militar que gobierna desde el golpe de Estado de 2021 sigue bombardeando los territorios en los que las milicias populares desafían al ejército gubernamental. Esta es la difícil realidad a la que se enfrenta el cardenal Charles Maung Bo, arzobispo de Yangón, al regresar a su país. Desde principios de año ya han sido atacadas deliberadamente tres iglesias. En febrero, en Mindat, en el estado de Chin, fue bombardeada la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. El techo y las vidrieras sufrieron daños importantes, dejando el edificio inutilizable. Luego, en vísperas de la fiesta de San Patricio que se celebra el 17 de marzo, los soldados del Gobierno incendiaron la catedral dedicada al santo en Bhamo, en el estado de Kachin, donde en febrero ya habían destruido la casa parroquial, el edificio que albergaba las oficinas diocesanas y la escuela secundaria anexa. Sin embargo, la catedral, aunque gravemente dañada, no ha quedado totalmente destruida. En abril, los bombardeos destruyeron la iglesia católica de Cristo Rey en Falam, una pequeña ciudad que forma parte de la diócesis de Hakha, en el estado de Chin. Desde noviembre de 2023, lo que queda de la catedral de Cristo Rey, en el estado de Kayah, está ocupado por el ejército gubernamental que, tras bombardearla, la ha convertido en su base operativa. Su obispo, monseñor Celso Ba Shwe, está desplazado desde entonces junto con todos los sacerdotes y religiosos de la diócesis. Vivió en la selva durante semanas, junto con decenas de miles de fieles de su diócesis invadida, antes de encontrar un refugio seguro.

En las zonas de combate, la inseguridad impide a muchos fieles acudir a la iglesia, si es que aún tienen una. A pesar de los riesgos y las amenazas, los sacerdotes siguen dedicándose a los fieles para asegurarles el consuelo de los sacramentos y asistirles, incluso a costa de sus vidas. La última víctima es el padre Donald Martin Ye Naing Win, párroco de la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, en la región de Sagaing, una de las más gravemente afectadas por la guerra. Fue asesinado en febrero, en su rectoría.

En África, América y Asia, otros cardenales siguen vivos y comparten las dificultades y los peligros de sus religiosos y fieles.

. Continuará