«Les cuento sobre San Juan Pablo II, el místico y profeta»
El 18 de mayo, hace cien años, nacía Karol Wojtyla en Wadowice, Polonia. Incluso de vacaciones en las montañas, como Papa, “continuó siendo un místico y contemplativo”, narra a la Brújula Cotidiana Monseñor Alberto Maria Careggio, organizador de sus estancias de verano en el Valle de Aosta. “Sufrió mucho al no ver las raíces cristianas reconocidas y predijo proféticamente qué consecuencias enfrentaría Europa, que se volvió atea”. Y un día, durante la guerra en la ex Yugoslavia, sufrió “su pequeña Pasión”, abrazado a una gran cruz, bajo la lluvia, para implorar la paz.
“Por todo lo que ha hecho, San Juan Pablo II merecería ser reconocido como compatrono de Europa”. Lo dijo a la Brújula Cotidiana Monseñor Alberto Maria Careggio, obispo emérito de Ventimiglia-San Remo y amigo personal del gran Papa nacido en Wadowice.
Hoy, exactamente a cien años del 18 de mayo de 1920, día del nacimiento de Karol Wojtyla († 2 de abril de 2005), resulta en efecto evidente el alcance de toda la vida del santo polaco y en particular de sus 26 años y medio de pontificado, durante los cuales indicó incansablemente a Europa y al mundo entero la urgencia de regresar a Cristo. Es un santo, Juan Pablo II, que ni siquiera debía haber nacido, al menos según la opinión de los médicos que habían aconsejado encarecidamente a su madre Emilia que abortara. Pero la mujer, cuya causa de beatificación se inició junto con su esposo, quería continuar el embarazo, a riesgo de su propia vida.
Una experiencia, compartida por el Papa del Evangelium Vitae con el propio Monseñor Careggio. Aquel sacerdote (que luego el propio Juan Pablo II lo nombraría obispo seis años más tarde) que desde 1989 se encargó de organizar las vacaciones de verano de Wojtyla en el Valle de Aosta. Y así pudo ver, día tras día, toda la humanidad de Juan Pablo II y su profunda dimensión contemplativa. Por eso lo entrevistamos.
Monseñor Careggio, usted fue el organizador de las vacaciones de verano de Juan Pablo II en el Valle de Aosta desde 1989. ¿Qué recuerdos tiene? ¿Estaba con él en esos días?
De la mañana a la tarde. El uso del término “vacaciones” no es correcto porque para él significaba cambiar de lugar pero seguir siendo lo que era, es decir, un contemplativo, un místico: estos rasgos de San Juan Pablo II no se han destacado lo suficiente. Era un amante de las montañas porque veía en las montañas la representación simbólica de las ascensiones espirituales. Cuando salió, con el rosario siempre con él, hacía media hora de silencio absoluto porque necesitaba rezar. Llevo dentro de mí sus miradas desde que llegabamos a la cima o a nuestra meta, eran miradas tan penetrantes que no eran fáciles de sostenerlas: entraban en el corazón. Ante cualquier belleza, la quería compartir con el P. Stanislao [Stanislao Dziwisz, por mucho tiempo secretario de Wojtyla, nota del editor] y conmigo, y me agradecía porque le preparaba las excursiones. En ese disfrute estaba contemplando a Dios. De estos episodios habrían mucho.
Nos diga alguno...
Cuando Juan Pablo II se rompió el fémur, ese año fue igualmente a Valle de Aosta. Entonces estaba cojo y dio los primeros pasos en el camino apoyado en mi y de Don Stanislao. El primer día habríamos dado veinte pasos. Los días siguientes mejoraba, siguió adelante y me decía continuamente: “Eh, Don Alberto, tienes un Papa cojo”. El último día, estaba a punto de irse, me repitió esta frase. Y yo le respondí: “Es verdad, Santidad, pero hace caminar a la Iglesia”. Quedó asombrado y luego, para atenuar su asombro, dijo en tono de broma: “¿Pero también en el Valle de Aosta?”.
Tenían grande confianza...
Sí, pero él estaba muy atento a las personas. Una vez debíamos llevarlo a un magnífico glaciar. El Santo Padre ya tenía problemas para caminar y ese día, entre preocupado y conmovido, aún no le había dirijido la palabra. En un momento me miró y dijo: “¿Pero qué tienes hoy? Aún no me has hablado”. ¡Aquí está la atención del hombre de Dios! Mira, un Papa como él que se dirige a un pobre sacerdote... es algo que no puedo olvidar.
¿Cuánto tiempo duraban normalmente estas estancias?
Diez días, no más. Estaba angustiado por los fieles que iban a Roma a ver al Papa mientras estaba de vacaciones. Decía: “Solo piensen cuántos peregrinos vienen de lejos para saludar al Santo Padre y yo estoy aquí de vacaciones”. Incluso siendo un místico particular, su preocupación era estar con la gente. Pero hay otro episodio importante que me gustaría contar.
Díganos...
En septiembre de 1994, Juan Pablo II debía ir a Sarajevo, pero no pudo debido a rumores bastante pesados por temores de accidentes, potencialmente peligrosos para la vida del Papa y de su escolta. A regañadientes renunció. Por estos pensamientos, ese año pasó su verano en el Valle de Aosta con evidente angustia. Y también para la estancia de 1991 recuerdo una experiencia similar. Durante esa estancia hubo un día tremendo, sombrío y lluvioso. Imagínate que yo quería quedarme en casa, pero él quería salir a toda costa. Entonces Don Stanislao, los otros pocos hombres de su compañía y yo lo acompañamos. Terminamos empantanados. Luego llegamos a una pradera, donde había una gran cruz de madera. Wojtyla se quedó allí sin decir una palabra, bajo la lluvia, en medio del camino. Empapado como estaba, se arrodilló y abrazó la cruz de una manera que no puedo describir. Se quedó allí durante 5-10 minutos, solo, mientras todos nos alejamos por respeto. Cuando se separó de esa cruz, la cara del Papa, estaba transfigurada, ya no era el mismo. Debe haber sufrido su pequeña Pasión.
¿Y después?
Luego continuamos el viaje vigilando al Santo Padre, en silencio. Y, cuando llegamos a la meta, secamos zapatos y calcetines junto al fuego. Mientras tanto, el clima cambió. Por la tarde, bajo un sol abrasador, quería volver a pasar delante a esa cruz. Ese día no dijo casi nada, pero debe haber hecho su Viernes Santo. Este es el Papa místico.
Entonces, ¿la guerra en la ex Yugoslavia fue su gran dolor?
Sí, y sufrió porque deseaba la paz. La falta de paz y la situación en Europa fueron sus cruces. ¡Cuánto sufrió al no ver reconocidas las raíces cristianas de Europa! No entendía a estos segundos padres de Europa, que al no reconocer las raíces cristianas han hecho de Europa algo que se aleja de su historia y que hoy se muestra frágil. De hecho, predijo proféticamente qué consecuencias enfrentaría Europa, que se volvió atea.
Hablando de valores, usted tiene en común con Juan Pablo II el heroísmo de sus madres: ambas se negaron a abortar, incluso en una situación muy delicada.
Es verdad. Como fue el caso de Karol, los médicos también le dijeron a mi madre que ella debía absolutamente abortar. Le dijeron que sino lo hacía los dos moriríamos. "Dios me lo dio y yo no lo toco", fue su respuesta. Toda la familia se había ido al pueblo de los abuelos para prepararse para nuestro funeral, porque mi madre quería ser enterrada en el pueblo de sus padres y había la certeza de que moriríamos. Bueno, nací en la cocina de mi abuela. Hoy estoy cerca de los 83 años y mi madre murió a casi 91 años.
¿Y Juan Pablo II conocía a su madre?
El Papa tenía una veneración particular hacia mi madre y hacia las madres en general. A veces incluso ayudaba a mamá en los trabajos más delicados. Cuando murió mi madre, Juan Pablo II me llevó unos días allí con ellos en el Vaticano. Unos años más tarde, al final de mi visita a Castelgandolfo, me saludó diciendo tres veces: “¡Mamá, mamá, mamá!”. Por lo tanto, pensando que Karol Wojtyla era un hijo devoto, criado a partir de los nueve años sin el calor de una madre, se entiende mejor por qué escribió palabras bellísimas sobre las mujeres y las madres. A menudo, en estas cosas hay un subsuelo, que expresa la experiencia personal en la verdad. Y entonces…
¿Cosa?
Hay otro detalle, que mencioné en mi testimonio en el proceso de beatificación. Para el cumpleaños 90 de mi madre, el Papa nos invitó a Castel Gandolfo para una misa y un almuerzo juntos. Mi madre no tenía ganas de ir, traté de convencerla pero ella confirmó: “No tengo ganas”. Entonces llamé al médico, quien me dijo que la llevara rápido al hospital. La hospitalización fue inmediata. Al día siguiente, mamá estaba en agonía, sin aliento. Entonces decidí, ya de noche, advertir a Castel Gandolfo.
¿Y qué respondieron?
La monja por teléfono, que conocía bien a mi madre, me dijo triste que habría advertido inmediatamente al Santo Padre. Entonces regresé con ella, moribunda, le susurré la primera parte del Ave María y mamá inmediatamente cortó su jadeo para responder “Santa María, Madre de Dios ...”. Entonces ella me dijo: “Estoy por morir, por favor”. Se dio la vuelta y se durmió. Al día siguiente me llamaron desde Castel Gandolfo para recibir noticias: y me dijeron que el Santo Padre el día anterior había ido inmediatamente a orar por mi madre. Ahora, uno no puede decir post hoc, ergo propter hoc, pero lo que sucedió me parece obvio. Tuvo la sacudida de la muerte, se esperaba que muriera en la noche (murió unos seis meses después, después de romperse el fémur)... y en su lugar se despertó en silencio y unos días más tarde fue dada de alta. Lo dije en el proceso, aunque este hecho, como otros ante mortem, no sirve a la causa. En cualquier caso, los santos son santos. ¡Y Juan Pablo II es un gran santo!