La virtud de la fortaleza
Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído. (Lc 7,22)
Los envió al Señor diciendo: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?». Los hombres se presentaron ante él y le dijeron: «Juan el Bautista nos ha mandado a ti para decirte: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”». En aquella hora curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Y respondiendo, les dijo: «Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Y ¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!». (Lc 7,19-23)
Jesús invita a los discípulos de san Juan Bautista a testimoniar sobre los hechos prodigiosos que él ha realizado y acerca de la buena noticia por él anunciada a los pobres de espíritu. Hay, por consiguiente, en la historia humana un tiempo dedicado más a los testimonios y a los mártires que a los maestros. Para ser verdaderos testimonios de Cristo, esforcémonos en aumentar en nosotros la virtud de la fortaleza. Si es practicada, la fortaleza infunde vigor para hacer el bien a pesar de las dificultades. Solo así podremos superar nuestras contradicciones sin desalentarnos por nuestros defectos. Con esta virtud podremos cumplir hasta el fondo nuestro deber y, siguiendo el ejemplo de los mártires, seremos capaces de decir “sí” o “no” incluso cuando cuesta decirlo. Al final, la fortaleza aumenta la paciencia y nos ayuda a soportar los males con buen espíritu, con perseverancia y lealtad.