San Bruno por Ermes Dovico
FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

La verdadera compasión

Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? (Lc 10,25)

En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».

Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».

El respondió:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».

Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».

Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».

Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.

Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo:
“Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.

¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».

Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».

Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».

(San Lucas 10,25-37)
 

La famosa parábola del buen samaritano nos muestra claramente que la fe auténtica no se mide por las palabras o las filiaciones, sino por la capacidad de dejarse mover por la compasión y traducirla en gestos concretos. El sacerdote y el levita, a pesar de conocer la Ley, se alejan del hombre herido; en cambio, el samaritano, considerado un extraño e incluso un enemigo por el pueblo judío, se detiene, cura las heridas y se hace responsable de ese hombre desconocido. Jesús invierte así la lógica humana: no se trata de preguntarse «¿Quién es mi prójimo?», sino más bien de decidir «¿A quién elijo como prójimo?». ¿Eres capaz de detenerte ante las heridas de los demás o prefieres pasar de largo? ¿En qué situaciones de tu vida concreta puedes convertirte en un buen samaritano?