La sorpresa Zemmour, el escritor judío que devuelve la esperanza a los católicos
Éric Zemmour, periodista y ensayista de origen judío argelino, nacido en 1958, podría convertirse en la nueva referencia de los católicos franceses si se presenta a las próximas elecciones presidenciales. Macron ha sido el primer presidente “post-cristiano” que considera la religión nacional de Francia como uno de los muchos cultos existentes. La Francia de las instituciones y de los medios de comunicación se ha deslizado hacia la izquierda, mientras que el país real se vuelve cada vez más católico y conservador. Zemmour, aunque no es cristiano, es consciente de que, sin la Iglesia, Francia estaría perdida.
¿Han encontrado por fin los católicos franceses en Éric Zemmour (periodista y ensayista de origen judío argelino, nacido en 1958) un líder en el que confiar? Así lo parece por la entusiasta acogida que ha recibido por parte de los numerosos veteranos de la Manif pour tous por ejemplo, que en tiempos de Hollande había movilizado a gran parte de Francia contra el matrimonio entre personas del mismo sexo. Fue una batalla que se perdió, pero demostró la importancia del catolicismo francés en el país real, mientras que el país legal y los medios de comunicación lo consideraban un “hecho social” en vías de extinción. Políticamente, la movilización de la Manif pour tous fue de todo menos exitosa: no sólo se introdujo la ley, sino que en las posteriores elecciones presidenciales, en 2017, el líder más cercano a ellos, el neogaullista François Fillon, fue duramente derrotado –mientras que Marine Le Pen, que no había participado en ninguna de las manifestaciones contra el matrimonio gay, no daba demasiadas confianza a los católicos-.
En la segunda vuelta el electorado creyente se abstuvo o confió en Macron. Gran error: el actual presidente es el primer jefe de Estado francés auténticamente poscristiano. Hollande, heredero del viejo anticlericalismo masónico de los socialistas (con la excepción de Mitterrand, que quería un funeral religioso y nunca atacó a la Iglesia), estaba en todo caso dentro del horizonte del cristianismo, aunque lo combatiera (o más bien por eso precisamente). Para Macron, en cambio, el catolicismo no es “el enemigo”, por utilizar una famosa fórmula de León Gambetta. Es simplemente una de las muchas religiones que componen el paisaje “multicultural” francés, una minoría sustancial ciertamente a proteger, como proclamó con ocasión de los sacerdotes asesinados por inmigrantes o islamistas o tras el incendio de Notre Dame: pero más o menos como se protege a los osos panda.
Ahora bien, es cierto que el número de los que participan en los servicios religiosos, y más aún en la vida asociativa de las parroquias, está en rápida disminución. Sin embargo, como muestran dos estudios recientes, uno de Philippe Portier y Jean Paul Willalme sobre la religión en la Francia contemporánea (La religion dans la France contemporaine, Colin, “La religión en la Francia contemporánea”) y otro del politólogo Dominique Reynié (Le XXI siècle du christianisme, Editions du Cerf “El siglo XXI del cristianismo”), la cantidad no va contra la calidad: los cristianos son cada vez menos, pero mucho más combativos, reactivos y conscientes de lo que está en juego que antes. En el fondo cuadra con una predicción (o profecía) de Juan Pablo II y especialmente de Benedicto XVI.
Precisamente porque se han vuelto más “identitarios”, por así decirlo, los católicos franceses no quieren ser protegidos, sino que quieren que su voz se escuche en la esfera pública, y ciertamente ya no confían en “los restos” de las diversas democracias cristianas a la francesa ahora encarnadas por Bayrou, que está completamente subordinado a Macron. Precisamente por ese mayor sentido del orgullo de llamarse creyente, la hostilidad de la época de Hollande es siempre mejor que la indiferencia de Macron: el caso es que ningún candidato o precandidato ha calentado el corazón de los creyentes hasta la llegada de Zemmour.
Zemmour es judío, credo que practicó hasta 2013, pero lleva años repitiendo que está “impregnado de catolicismo”. Y así es, porque siendo un nacionalista gaullista, Zemmour sabe muy bien que la historia de Francia, que no empieza en 1789, sería inexistente sin la Iglesia católica por un lado y el catolicismo por otro, tanto como devoción popular como impregnación en la alta cultura, y en la cultura literaria en particular. Leyendo sus libros, el último La France n'a pas dit son dernier mot (“Francia no ha dicho su última palabra”) pero sobre todo, en lo que se refiere a la religión, el anterior Destin Français (“Destino francés”) se ve que pertenece a la tradición de lo que Maurice Barrès, novelista y parlamentario de derechas de principios del siglo XX, llamaba “ateos católicos”. Personalmente no creyentes, pero convencidos de que sin el catolicismo no seríamos nada, no tendríamos pasado, pero sobre todo no tendríamos futuro. Los “católicos adultos” se burlan de esta tendencia por considerarla poco sincera y casi dirigida a instrumentalizar la religión: pero en realidad la protege (especialmente contra el desafío del Islam) mucho más que muchos “creyentes devotos”.
Zemmour es el primero, y mucho más que el propio Fillon, que dice a los católicos franceses j'ai vous ai entendu, que está dispuesto a llevar su voz a la esfera pública y política, como parte fundamental de la nación francesa. El de Zemmour es, al fin y al cabo, una continuación del gaullismo original del General, de André Malraux y de muchos otros, y del neogaullismo “soberanista” de Philippe de Villiers y de Philippe Seguin, y también de varias intuiciones de Sarkozy, aunque este último no escape a las críticas de Zemmour por estar excesivamente “americanizado”.
Nada que ver con la extrema derecha o con el racismo, como escriben los grandes medios de comunicación y afirman los políticos de izquierdas y los de la “izquierda de derechas”, es decir, muchos exponentes del Partido Popular Europeo. Además, en realidad hoy De Gaulle, Malraux, Pompidou serían considerados de extrema derecha. Mientras que el país francés real se ha vuelto cada vez más conservador, el país legal y el país mediático se han desplazado más hacia la izquierda. Y para periódicos como Le Nouvel Observateur, Libération o Le Monde, ser creyente (del cristianismo, por supuesto, no del islam) se considera ahora algo deshonroso, de lo que hay que avergonzarse, mientras las iglesias católicas y los edificios religiosos se caen a pedazos o son incendiados por “manos misteriosas”.
Tal vez Zemmour no llegue lejos, tal vez ni siquiera se presente a las elecciones: pero desde hoy los católicos franceses tienen una esperanza más.