La purificación
Dad limosna de lo que hay dentro (Lc 11,41)
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo le rogó que fuese a comer con él.
Él entró y se puso a la mesa.
Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo:
«Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad.
¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro?
Con todo, dad limosna de lo que hay dentro, y lo tendréis limpio todo».
(San Lucas 11,37-41)
Las abluciones son ritos de lavado exterior que sirven para recordarnos que no podemos purificarnos por nosotros mismos, sino que necesitamos la intervención de Dios. Jesús, que ya es puro, con el gesto de no realizar ese rito manifiesta implícitamente que no necesita purificación. Esta declaración velada de su divinidad escandaliza al fariseo, quien, en cambio, como le señala Jesús, debería preocuparse sobre todo por la purificación interior. También nosotros estamos llamados a vivir los ritos externos no como simples obligaciones, sino como recordatorios de nuestra constante necesidad de Dios. Cuando participas en un rito, ¿lo vives como un acto externo o como un recordatorio de tu dependencia de Dios? Cuando haces la señal de la cruz, rezas el Rosario, estás en Misa, ¿te preocupas más por la apariencia externa o por la purificación del corazón que solo Dios puede operar en ti?