ENTREVISTA / P. PICCOLO

La Presentación de María y el significado de esta fiesta

Según el apócrifo Protoevangelio de Santiago, María fue presentada por sus padres en el Templo a la edad de tres años. Pero, ¿cuál es el origen y el significado de la memoria litúrgica actual? La Brújula Cotidiana entrevista al padre Antonio Luigi Piccolo, rector general de la Orden de la Madre de Dios.

Ecclesia 21_11_2025 Italiano

La imagen que nos describe el Protoevangelio de Santiago sobre la Presentación de María en el Templo, cuya memoria litúrgica se celebra hoy, es tierna y, en cierta medida, envuelta aún en el misterio. Es importante recordar que este episodio no se describe en las Sagradas Escrituras, pero sí está presente en este texto apócrifo del siglo II, algunos de cuyos elementos han sido aceptados por la tradición católica. Y para comprender mejor cómo surge esta memoria litúrgica mariana tan importante, la Brújula Cotidiana (en Italia La Nuova Bussola Quotidiana) ha entrevistado al padre Antonio Luigi Piccolo, rector general de la Orden de Clérigos Regulares de la Madre de Dios, el instituto religioso fundado en Lucca el 1 de septiembre de 1574 por san Giovanni Leonardi, que dedicó toda su existencia y ministerio a la Virgen.

Padre Piccolo, ¿cuál es la historia de la memoria litúrgica de la Presentación de la Santísima Virgen María?
Hay que decir que la fiesta tiene orígenes antiguos, también porque el culto a la Virgen es antiguo. Las primeras huellas se pueden encontrar ya desde los inicios de la Iglesia. Los cristianos han prestado gran atención a la Virgen desde los comienzos del cristianismo. Esto demuestra que su figura está profundamente arraigada en la memoria desde los orígenes. La fecha de la festividad, el 21 de noviembre deriva del día de la consagración de la basílica de Santa Maria Nova, en la ciudad de Jerusalén, en el año 543. La primera celebración de la Presentación se remonta al calendario de Basilio II de Bizancio, emperador del siglo XI. El episodio de la vida de la Virgen que se celebra es el de la pequeña María —el Protoevangelio de Santiago nos dice que solo tenía tres años— que es presentada en el Templo del Señor por sus padres Joaquín y Ana. Se trata de una fiesta que se celebraba en el rito bizantino. En este punto es necesario hacer una precisión: el año litúrgico en el rito bizantino estaba y sigue estando marcado por doce fiestas. Pues bien, cuatro de ellas eran y son fiestas marianas. La Iglesia de Roma, evidentemente, se había visto muy influida por el mundo bizantino. Avancemos en el tiempo hasta llegar al siglo XIV. En aquella época, el pontífice Gregorio XI se encontraba en la llamada “cautividad de Aviñón”. Le llegaron noticias de la suntuosa fiesta del rito bizantino y, impresionado por el relato, decidió introducirla en el calendario católico romano. Pero no fue hasta 1585 cuando el Papa Sixto V la adoptó para toda la Iglesia occidental. El Papa Clemente VIII dio aún más importancia a la fiesta en la Iglesia. Cuando llegó la revisión del calendario litúrgico tras el Concilio Vaticano II, la fiesta se convirtió en una verdadera memoria litúrgica. San Juan Pablo II eligió la fecha del 21 de noviembre como día dedicado a las consagradas de clausura.

¿Qué nos dice este importante episodio de la vida de María?
Partamos primero del texto: “Cuando la niña cumplió tres años, Joaquín dijo: ‘Llamad a las hijas sin mancha de los judíos: que cada una tome una antorcha encendida y la mantenga encendida para que la niña no se vuelva atrás y su corazón no sea atraído fuera del templo del Señor’. Así lo hicieron hasta que subieron al templo del Señor. El sacerdote la recibió y, tras besarla, la bendijo exclamando: ‘El Señor ha engrandecido tu nombre en todas las generaciones. En el último día, el Señor manifestará en ti a los hijos de Israel su redención’”. Centrémonos en un dato: Ana y Joaquín no habían tenido hijos y el pueblo judío lo consideraba como una especie de desgracia “enviada” por el Señor. Ana, entonces, decidió hacer un voto a Dios: si ella y Joaquín tenían un primogénito (niño o niña), lo consagrarían al Señor. Así es como nace la presentación de María en el Templo. Una vez nacida la niña, debían cumplir la promesa hecha a Dios. Y así nos lo cuenta este evangelio apócrifo: “Para cumplir la promesa hecha, llevémosla al Templo del Señor”.

Así pues, tenemos ante nosotros a la Virgen María entrando en el Templo. Pensar en esta niña ante un misterio tan inmenso nos llena de ternura. Una pregunta, entonces: ¿podía ya ser consciente del proyecto de Dios sobre ella siendo tan pequeña?
Sería bonito poder entrar en el corazón de María en ese momento para poder responder a esta pregunta. Creo que la palabra “conciencia” en relación con el proyecto de Dios sobre ella es demasiado fuerte, dada la tierna edad de la niña. Pero sin duda, al subir esas escaleras, sentía en su corazón una gran alegría.

Hemos hablado del plan de Dios. Entonces, ¿cómo encaja este momento tan importante de su infancia en este diseño tan vasto y misterioso?
El episodio nos presenta a una niña que no tiene miedo: la separación de sus padres podría haber sido algo traumático y, sin embargo, ahí está ella, entrando en el Templo con plena confianza en el Señor. No mira atrás, sino que, como nos cuenta el Protoevangelio, “el Señor Dios la revistió de gracia; y ella danzó con sus pies” al subir los demás escalones. María baila. Es una danza que recuerda mucho al Magnificat que cantará en el momento en que sea definida “bendita entre las mujeres” (Lc 1,42). En ese instante se regocijará llena de alegría. Y así lo hace en la Presentación en el Templo. Y luego, siempre según nos dice el Protoevangelio, sube las escaleras. El verbo “subir” tiene muchos significados importantes en la fe. Ese subir, ese ir hacia el Padre, a su Templo, parece recordar ese “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Ya en el momento de la Presentación, María confía plenamente en la Palabra de Dios, en su Señor. Las imágenes que nos presenta este episodio de la Virgen están cargadas de significado; y meditar sobre todo ello, creo que es casi una necesidad-deber para todo cristiano, hijo de María. Comprender la infancia de la propia madre, para cada uno, significa también comprender los propios orígenes. Pero hay algo que siempre me fascina y me hace reflexionar: María entra en el Templo, sí. Pero luego, ¿qué sucede en ese lugar? Esto no está escrito. Es muy probable que ese período le sirviera a María casi como un “gimnasio” para lo que vendría después. Para el cumplimiento del proyecto divino sobre ella. En este período sin duda alguna se habrá adentrado mejor en las Escrituras hebreas. En silencio. Un silencio que volveremos a encontrar más adelante en su biografía: “Y guardaba todas estas cosas en su corazón”.