San Columbano por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

La piedra angular

Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten. (Lc 2,34)

Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, 31a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». (Lc 2,22-35)

Jesús no divide solo cronológicamente la historia de los hombres entre aquellos que vinieron antes y después de Él, sino también entre los que aceptan la Salvación que Él predica, enseña y testimonia y los que la rechazan. Jesús es, en otros términos, la piedra angular que divide a los hombres entre fieles e infieles. El encuentro de un ángulo que une dos paredes obliga a elegir qué dirección tomar. Por consiguiente, la piedra angular que es Jesús puede ser para nosotros ocasión de salvación si decidimos confiar plenamente en Él, o puede ser nuestra perdición si decidimos poner en nuestro corazón un ídolo en el lugar del único y verdadero Dios.