La pandilla de Sant'Anselmo es quien comanda en la guerra a la Misa antigua
El Dicasterio del Culto Divino pierde tiempo y recursos para demoler la Misa antigua porque el rito no congenia no solo con su prefecto, Arthur Roche, el hombre equivocado en el lugar equivocado, sino también con los que realmente mandan en el dicasterio de Sarah. Desde el secretario Viola hasta los subsecretarios García Macías y Marcjanowicz, pasando por Ravelli y Midili, que encabezan las celebraciones pontificias. Todos provienen del Pontificio Ateneo de Sant'Anselmo y se mueven animados únicamente por la ceguera ideológica.
Cualquier persona, aunque no sea intelectualmente dotada, es capaz de comprender que la cruzada emprendida contra el rito antiguo, desde el Traditionis Custodes hasta el reciente Rescriptum, no es más que un deseo de venganza, una ciega obstinación llena de odio. Es cuestión de simple observación: la Iglesia católica se encuentra casi exangüe, con obispos que ensalzan la homosexualidad, curas “mimados” que abusan de las monjas y son protegidos por las más altas esferas, conventos cerrados a la fuerza, iglesias y seminarios cada vez más vacíos, y fieles que huyen de la Iglesia.
Si excluimos a Polonia, en los países occidentales la frecuencia semanal a Misa está muy por debajo del 50%: Italia está vergonzosamente en un 34%, pero incluso parece causar una buena impresión en comparación con España (27%), Austria (17 %), Alemania (14%), y con los dos últimos, Francia y Holanda, en donde ni siquiera uno de cada diez católicos va a Misa dominical.
Con este escenario, el Dicasterio del Culto Divino considera oportuno perder tiempo y recursos para martillar a los que van a Misa, pero según un rito que no les agrada. En cualquier empresa, el Prefecto del mencionado Dicasterio, Monseñor Arthur Roche, habría sido despedido sin más: pues no sólo es incapaz de revitalizar el mercado, sino que también es lo suficientemente incompetente para esterilizar las pocas filiales sanas.
En retrospectiva, el único problema de Roche es que es el hombre equivocado en el lugar equivocado, lo cual no es poca cosa. No es ningún misterio su radical impreparación litúrgica; pero en ese momento, el único puesto libre para colocar a los propios miembros consagrados era el Culto Divino, dejado vacante por el cardenal Sarah; y así Roche tuvo que sentarse allí, como un barquero que preside el sindicato de los guías alpinos.
El resultado es que el Culto Divino es regido por otros y estos otros tienen una característica común: proceden del Pontificio Ateneo Sant'Anselmo. Comenzando por el Secretario, Mons. Vittorio Viola, que desde el año 2.000 enseña allí y aún hoy ocupa el cargo de Profesor Lector de Liturgia Sacramental. Luego los dos subsecretarios, Mons. Aurelio García Macías y Mons. Krzysztof Marcjanowicz, ambos con un doctorado en Liturgia obtenido precisamente en Sant'Anselmo. Una situación decididamente insólita en un dicasterio de la Curia romana, donde las diversas escuelas teológicas, filosóficas y litúrgicas deberían encontrar representación y que, en cambio, está blindado en lo alto por la pandilla de Sant'Anselmo.
Pero la invasión de Sant'Anselmo es aún más amplia. En sustitución de Mons. Guido Marini, ordenado obispo y designado para dirigir la diócesis de Tortona, encontramos a Mons. Diego Giovanni Ravelli de Brianza, también con licencia y doctorado en Sant'Anselmo. Y además no podía faltar el oficio litúrgico del Vicariato de Roma. A cubrir el cargo de director (desde 2011), y de responsable de las celebraciones litúrgicas de la diócesis (desde 2019), se encuentra el carmelita P. Giuseppe Midili; un gran amigo del P. Marko Ivan Rupnik, también con licenciatura y doctorado en el Ateneo, en donde es Profesor Titular de Pastoral Litúrgica.
Evidentemente para estos señores de Sant'Anselmo la liturgia debió ser algo muy teórico, ya que son incapaces de afrontar la realidad que aqueja a nuestras iglesias; y también debió ser algo muy ideológico, dada la furia ciega contra los jóvenes, niños, familias, que en su cabeza acaban todos bajo la etiqueta de “adversarios del Concilio”, sólo porque aman el Rito antiguo.
Christophe Dickès, historiador y periodista francés, hermano del poeta Damien, intenta devolver a la realidad a estos liturgistas de escritorio, con un espléndido artículo aparecido nada menos que en las columnas de Le Figaro. Dickès señala que el problema de este pontificado parece ser el pequeño mundo tradicionalista, que, en Francia, donde está particularmente extendido, representa alrededor del 4% de los católicos; por lo tanto, “una minoría en la minoría”. Una minoría evidentemente considerada subversiva, ya que peligrosamente quienes pertenecen a ella enseñan “el catecismo a sus hijos, haciéndoles aprender los diez mandamientos y las oraciones que los católicos deben saber”, y con considerables sacrificios tratan de preservar a sus hijos del “cancel culture”, enviándolos a escuelas privadas o de padres de familia que se deben autofinanciar.
A estas familias les encanta ir a la Misa antigua. ¿Todos esnobs? ¿Todos anti conciliar? ¿Todos lefebvrianos? En verdad, después de las ordenaciones sacerdotales de 1988, estas personas “quisieron mostrar su fidelidad a la Santa Sede, manifestando sus necesidades espirituales, como lo permite el derecho canónico (can. 212 § 2)”. Lealtad que hoy se paga con fuertes bofetadas.
Pero ¿qué encuentran en la Misa de rito antiguo? Allí, reconoce Dickès, hay “una verticalidad y una sacralidad” que es menos evidente en el rito aprobado por Pablo VI. Además, es definitivamente un “rito menos clerical”, un rito en el que está prohibido cualquier “personalismo: los fieles rezan tú a tú con Dios”, sin que el sacerdote pretenda actuar como su intermediario.
De hecho, es curioso que precisamente durante el pontificado que hizo de la sinodalidad su obsesión, ¡bajo la bandera del lema ‘Ensancha el espacio de tu tienda’! - y del anticlericalismo su uniforme, son justamente afectados. Y sin ninguna piedad. Nadie pensó en recibir una delegación, para poder escuchar sus peticiones, para escuchar sus necesidades, como es preciso deber de los pastores. Nada. Sólo fueron recibidos dos representantes de la Fraternidad de San Pedro. “En cuanto a los laicos, las madres de los sacerdotes, de 50 a 65 años, que caminaron 1500 km, de París a Roma, para colocar una súplica a los pies del Vicario de Cristo, fueron recibidas por apenas 3 minutos. 1500 kilómetros por un puñado de segundos”.
Un comportamiento que revela la falsa retórica que ya se ha convertido en regla en Roma: se dice que todos deben encontrar un lugar en la Iglesia, pero no los “tridentinos”; se habla de valorar a los laicos, pero no a los que van a la Misa antigua; se dan codazos para mostrar cuánto se aprecia y se quiere a las familias y a los niños, pero sólo a los que van a la “Misa Nueva” o tal vez ni siquiera ponen un pie en la iglesia. Ninguna acogida, ni misericordia, ni escucha para los que son llamados “atrasados” cada semana; en cuanto a los de la Misa en latín, parece haber un solo mandato: «Reeducarlos. Por las buenas o por las malas. La sinodalidad parece estar de moda, pero ‘ellos’ tienen un solo derecho: sufrir en silencio», concluyó Dickès.
Parece que en Roma hay una versión singular de la parábola del hijo pródigo, donde el padre ahuyenta al hijo mayor, porque está cansado de tenerlo siempre con él.