Santa Inés de Montepulciano por Ermes Dovico
EL ALIMENTO DE LA BIBLIA / 6

La miel, símbolo de abundancia y sabiduría

Desde Aristóteles hasta Virgilio, son muchos los autores antiguos que escribieron sobre las abejas. En la Biblia se menciona este precioso insecto cinco veces, mientras que el producto de su trabajo – la miel - más de sesenta. Siempre simboliza cosas positivas, como la abundancia, la sabiduría e incluso la palabra de Dios.
- LA RECETA: LEKACH

Cultura 23_01_2021 Italiano English

La evidencia más antigua de la apicultura auténtica se remonta a una pintura egipcia del 2.400 a.C. (véase la estilización en el dibujo de abajo). A la derecha observamos la operación de sacar los panales de las colmenas con el uso de humo (son colmenas horizontales, típicas de la tradición mediterránea), mientras que a la izquierda del dibujo un hombre sella los tarros. La imagen forma parte de una serie encontrada en el Templo del Sol, cerca de El Cairo.

De hecho, el tercer milenio a.C. es la época en la que la miel se “democratizó”, convirtiéndose en un alimento de consumo generalizado tras ser inicialmente un producto de lujo e incluso una prerrogativa real (véase la foto de un sello real del antiguo Egipto) y divina. Esto fue posible gracias al desarrollo de la apicultura a gran escala. De hecho, se han encontrado tarros y panales de miel que datan de esa época en tumbas privadas. Además de utilizarse como alimento, la miel se usaba como ofrenda en el templo y como regalo votivo, y también como “moneda” para pagar tributos.

La documentación sobre la miel nos llega de algunos tratados antiguos sobre apicultura: Aristóteles (384 a.C. - 322 a.C.), en su tratado De generatione animalium, realiza la primera descripción anatómica de las abejas y plantea una hipótesis sobre la formación de la miel: “La miel es una sustancia que cae del aire, especialmente al amanecer y cuando el arcoíris se curva”; “La abeja la lleva de todas las flores que florecen en un cáliz... extrae los jugos de estas flores con su órgano lingual”.

Tratados como éste serán fuente de inspiración para obras en latín, publicadas posteriormente, sobre todo en el siglo I. Tendrían un carácter literario pero también práctico: véanse las Geórgicas de Virgilio, la Naturalis Historia de Plinio el Viejo, el De re rustica de Columela. En realidad, durante los siglos siguientes el conocimiento de las abejas seguirá parado en este nivel primitivo y a menudo mitológico.

Autores como Rutilio Tauro Aemilianus Palladius, el ya mencionado Plinio el Viejo y otros presentaron a este insecto como emblema de unión, ahorro, limpieza y laboriosidad, aportando además información sobre las prácticas apícolas más utilizadas en su época. Así, sabemos que en la antigua Roma la apicultura se practicaba en espacios alejados de los núcleos de población. Como escribe Kurt Kristensen en una disertación sobre el tema (“La apicultura en la época romana”), “los autores latinos nos informan de que el villaticum estaba considerado entre las peores categorías de miel, porque su sabor recordaba a estercolero”. Aquí es interesante observar la pasión romana por legislarlo todo. “Una serie de ordenanzas municipales”, continúa Kristensen, “prohibían la colocación de colmenas en terrenos públicos y a lo largo de los caminos; y según el derecho romano las abejas que no estaban encerradas en una colmena eran consideradas legítimamente sin dueño. Esta consideración se refleja en ‘res nullius’”, literalmente “cosa de nadie”. Esta definición incluye cosas que nunca han sido propiedad de nadie (como los animales cazados o pescados), o bien cosas abandonadas por su dueño. Por otro lado, las abejas que se reunían en enjambres podían pasar a ser propiedad de quien consiguiera recuperarlas, según el ius primi occupantis.

Según la tradición de la época, a los recién casados se les daba una bebida a base de miel mezclada con agua o leche en señal de buena suerte: de esta costumbre procede la expresión “luna de miel” que aún hoy se utiliza para indicar el primer periodo del matrimonio.

En la época del emperador Augusto, hacia el año 30, la apicultura entró en su época dorada. Los métodos de apicultura estaban entonces bien establecidos, aunque, como se ha dicho, eran bastante primitivos: las abejas se recogían en troncos de árboles huecos y en cajas de madera untadas con arcilla y estiércol de vaca. Pero la apicultura era de gran importancia para los romanos, ya que la miel se utilizaba de muchas maneras: como edulcorante (además de para la alimentación, para endulzar el vino y para la preparación de bebidas como el hidromiel, el melicratum, etc.), como medicina y en algunos ritos religiosos. La cera, en cambio, se utilizaba para hacer tablillas en las que se escribía, en los ritos religiosos, en la medicina y para la iluminación.

Nos limitamos aquí a estos periodos históricos con respecto a la miel porque también son periodos bíblicos. A diferencia de la abeja (דְבוֹרָה - deborah en hebreo), que sólo se menciona en la Biblia cinco veces, el producto de su trabajo –la miel- se menciona más de sesenta veces: la encontramos en las rocas (Salmos 81,16), en la madera, pero también en los cadáveres de animales muertos (Jueces 14), y siempre simboliza cosas positivas: la abundancia (Éxodo 3,7-8), la sabiduría (Proverbios 24,13-14), e incluso la palabra de Dios (Salmos 19,10-11 y 119,103 y Ezequiel 3,3).

Varios pasajes de la Biblia indican cómo se consumía la miel: pura y simple (Samuel 14,29), con panal (Cantar de los Cantares 5,1), con leche (Cant. 4,11), con mantequilla y cuajada (Isaías 7,15), con langostas (Mateo 3,4), mezclada con harina (Éxodo 16,31).

El pueblo de Israel utilizaba la miel, al igual que los romanos, no sólo como alimento sino como medicina y para los ritos religiosos (aunque la abeja era considerada –en un principio- un insecto impuro). No sabemos qué variedad de abejas había hace veinte o treinta siglos (probablemente era la Apis Mellifera Syriaca), pero sabemos con seguridad que la apicultura era muy apreciada.

Catorce siglos después, en 1457, el pintor italiano Andrea Mantegna reunió en un cuadro al Salvador y a la miel. El cuadro es Jesús en el Huerto de los Olivos (conservado en el Museo de Bellas Artes de Tours, Francia), donde vemos dos elegantes colmenas a la izquierda. Recuerda al Salmo 117,12:
Me han rodeado como avispas [otras traducciones de la Biblia utilizan la palabra “abejas],
ardiendo como fuego entre las zarzas,
pero en el nombre del Señor los rechacé.