PASTORES ALEMANES

La Iglesia en Alemania se derrumba y el remedio es peor que la enfermedad

Las deserciones entre los fieles teutones están alcanzando picos alarmantes, pero aún lo es más el remedio propuesto por la cúpula católica local: la sinodalidad. Una terapia de la que esos mismos datos muestran el fracaso y que parece diseñada para matar al "paciente".

Ecclesia 01_07_2023 Italiano English

Si hay un aspecto positivo de la hiperburocratización de la Iglesia en Alemania y del odiado kirchensteuer (el impuesto sobre las religiones), es el hecho de que cada año es posible obtener datos precisos y puntuales sobre el declive numérico, con movimiento uniformemente acelerado, del catolicismo alemán.

El 28 de junio, la Conferencia Episcopal Alemana (DBK) ha publicado las estadísticas para el año 2022, datos que no dejan escapatoria: si la tendencia continúa, dentro de cuarenta años la Iglesia católica en Alemania dejará de existir. La cifra más llamativa es el asombroso aumento del número de personas que han abandonado la Iglesia: 522.821. Para ser precisos, se trata de personas que han decidido dejar de pagar el kirchensteuer, el impuesto que hay que pagar para sostener a la iglesia a la que pertenecen, que corresponde aproximadamente al 9% de las cotizaciones pagadas. Se trata de un porcentaje adicional y no de una parte de los impuestos que se asigna a las confesiones religiosas, como en el caso del “8xmille” italiano. En esencia, una persona que tenga que pagar un impuesto de 3.000 euros se encontrará con casi otros 300 adicionales.

La aclaración es importante, porque algunas de las personas que han pedido la baja como miembros de la Iglesia católica no lo han hecho por rechazo a la fe, sino para no contribuir con su dinero a proyectos e iniciativas pastorales que traicionan la propia fe. Sería interesante saber cuántas de las defecciones -obviamente una parte pequeña- pertenecen a esta categoría.

En cualquier caso, si la cifra del 2021 ya era claramente preocupante, con alrededor de 360.000 defecciones (150.000 más que en 2020), el más de medio millón del año pasado constituye un trágico aumento del 44%: en sólo un año, la Iglesia católica en Alemania ha perdido el 2,4% de sus fieles, que ahora son menos de 21 millones. Esta disminución del número de creyentes en el rígido sistema alemán se corresponde también con una pérdida de dinero: unos 180 millones de euros faltan en las arcas de la Iglesia católica en Alemania. Una tendencia similar había afectado también a la Iglesia en Austria -que también cuenta con un impuesto similar, el kirchenbeitrag-, donde más de 90.000 personas se marcharon en 2022, frente a las 72.000 del año anterior y las casi 59.000 de 2020.

Igual de descorazonadora es la cifra de asistencia a Misa: solo el 5,7% de los “inscritos” en la Iglesia católica asiste a Misa -la única excepción con cifras dobles es la pequeña diócesis de Görlitz, con el 13,1%-, aunque no se especifica con qué frecuencia. Esta cifra está en alza con respecto a 2021 (4,3%) y más o menos en línea con el 2020 (el ligero aumento afecta también a los bautizos, las primeras comuniones y las bodas); pero hay que tener en cuenta que el bienio 2020-2021 estuvo marcado por la pandemia. De hecho, si tomamos como referencia el año anterior a la crisis, nos encontramos con que solo una de cada dos personas asiste a Misa, frente a las ya pocas que lo hacían en 2019: 2 millones de personas en 2019, 1.186.00 personas en 2022. El desplome también se produce en las ordenaciones sacerdotales: sólo 33 ordenaciones en las 28 diócesis de Alemania –poco más de un sacerdote por diócesis-, a las que hay que sumar 12 sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas: 45 en total frente a 65 en 2021; un 30% menos.

Si estas cifras son realmente dramáticas, las explicaciones dadas por “los que cuentan” en la Iglesia en Alemania lo son aún más. Irme Stetter-Karp, presidenta del poderoso Comité Central de los Católicos Alemanes (ZdK), ha comentado: “La Iglesia ha perdido confianza, especialmente a causa del escándalo de los abusos. Pero actualmente tampoco está mostrando suficiente determinación para poner en práctica visiones de un futuro de ser cristiano en la Iglesia”.

Poco después ha especificado qué quería decir con esas palabras: “Ni siquiera tres años de Camino Sinodal pueden invertir esta tendencia si ahora falta la implementación operativa”, ha proseguido Stetter-Karp, que no pierde la oportunidad de entrar en polémica tanto con la Santa Sede como con los cuatro obispos alemanes que vetaron la financiación del Consejo Permanente del Sínodo: “La crisis evidente empuja al cambio. Necesitamos reformas urgentes en la Iglesia. Es vergonzoso que ahora tengamos que luchar dentro de la Iglesia para que las cosas avancen”. Una llamada al suicidio.

La lógica de las declaraciones no es precisamente férrea: si las esperanzas del pueblo alemán estaban puestas en la abolición del celibato, la ordenación de mujeres, la despenalización de la homosexualidad, la congelación del poder episcopal en beneficio de otro organismo burocrático más y todas las demás comodidades promovidas por el Synodaler Weg, al menos deberíamos haber visto un efecto galvanizador durante los años de promesas sinodales, una señal de marcha atrás o al menos de contención del colapso. En lugar de ello, los resultados muestran una aceleración constante de la caída hacia el abismo y las declaraciones de Stetter-Karp una ceguera ideológica cada vez más profunda.

Ceguera de la que no escapa el presidente de la DBK, el obispo de Limburgo Georg Bätzing: “Nos hemos planteado importantes cuestiones y desarrollos en el Camino sinodal. En su mayoría hemos encontrado respuestas y queremos promover el cambio. Me comprometo a ello y asumo con gusto esta responsabilidad para la diócesis de Limburgo”. A los dos presidentes del Camino Sinodal ni siquiera les conmueve la idea de que tal vez las personas fueron hechas para Dios, que tienen sed y necesidad de Él, y no de las “ingeniosas” maniobras del Politburo eclesiástico; que sienten asfixia y náuseas por las “liturgias” póstumas que se escenifican en las iglesias; que no se vence a la creciente secularización secularizando aún más a la Iglesia.

Ay de quien considere que el impuesto eclesiástico quizás sea una forma de chantaje a la que todavía pocos cristianos están dispuestos a someterse; no es difícil pensar que la excomunión de facto de quienes no pagan el abultado impuesto -¡fieles privados de sacramentos y funerales! -, es una represalia que cada vez menos gente está dispuesta a soportar, sobre todo ante una jerarquía que no ha destacado por la transparencia en el tratamiento de los abusos, salvo cuando trata de desviar las inoportunas miradas inquisidoras de su propia irresponsabilidad, para dirigirlas hacia las “reformas estructurales” pregonadas por el Camino Sinodal.

Dentro de unos años, cuando la cura científicamente perfecta de estos pastores y dirigentes del catolicismo alemán arroje el inevitable y espléndido resultado de la extinción de la Iglesia en Alemania, declararán triunfalmente: “La operación ha tenido éxito: el paciente ha muerto”.