La guerra civil europea, fruto de la exclusión de Dios
Hay quien asegura que actualmente se dan las condiciones para una “guerra civil europea”, cuyo origen se encuentra en el nacimiento de los Estados ideológicos modernos, fundados sobre la desesperación de la que solo se puede salir con la salvación que viene de Dios. Desde Schmitt hasta Nolte, pasando por Wojtyła y Ratzinger, repasamos el pensamiento sobre un tema de actualidad.

La crisis de Europa no solo está marcada por la guerra en Ucrania o por la inconsistencia de la Unión Europea, sino también por las tensiones internas de muchos países. El caso de Francia es significativo, con una fuerte precariedad política e institucional, junto a considerables tensiones sociales. El movimiento Bloquons tout es más radical que los Gilets jaunes. También la gran manifestación contra los migrantes celebrada en los últimos días en el Reino Unido da testimonio de una profunda e extendida insatisfacción social. El resultado de las recientes elecciones en la región alemana de Renania-Westfalia ha confirmado una vez más que estas citas electorales ahora son fuente de conflicto y de proscripciones que no terminan con el cierre de las urnas. En Italia existe un “clima de odio” y de deslegitimación ideológica que podría provocar alguna explosión.
¿Se dan las condiciones para una “guerra civil europea”? Algunos observadores dicen que sí (véase aquí), al menos en perspectiva, y atribuyen las causas a tres factores: la polarización identitaria dentro de los Estados; el declive demográfico de la población autóctona con la sensación generalizada de peligro y alarma por la sustitución que puede derivarse de ello; y la crisis de confianza en las instituciones. A esto habría que añadir la acción globalizadora de poderosos sujetos transnacionales y el control progresivo de las poblaciones a través de las nuevas tecnologías. Todo ello puede producir una exasperación conflictiva. El tema es serio y merece cierta reflexión.
El historiador Ernst Nolte dedicó su obra más importante, el ensayo sobre Nacionalsocialismo y bolchevismo, a la “guerra civil europea”. También describió las principales características de la “guerra civil europea” en una conferencia pronunciada en Brescia el 20 de abril de 1990 titulada La guerra civil europea 1917-1945. Sostenía que no es necesario que la guerra civil se desarrolle de forma declarada y con masas armadas en los dos frentes, como ocurrió, por ejemplo, en la guerra de secesión estadounidense de 1861-1865 o en la guerra civil española de 1936-1939. La Revolución Francesa también fue una guerra civil y, desde entonces, Europa siempre ha sido escenario de guerras civiles. La Primera Guerra Mundial también fue una guerra civil; el breve y trágico período de la República de Weimar tuvo aspectos sangrientos de guerra civil; la Revolución Bolchevique desde octubre de 1917 hasta al menos 1920 se desarrolló en un contexto de guerra civil. También fue una guerra civil la llevada a cabo por el nazismo en Alemania, sobre todo por la persecución de los judíos; y por encima de todo fue una inmensa guerra civil (y no solo entre Estados) la que se libró entre el nazismo y el bolchevismo en toda Europa. Esta guerra se libró dentro de cada nación.
En el caso italiano algunos historiadores también han hablado de “guerra civil”, sobre todo en referencia al período de la Resistencia. En la encíclica Centesimus annus (1991), Juan Pablo II aseguraba que la caída del Muro de Berlín, que dividía Europa en dos, marcó el verdadero final de la Segunda Guerra Mundial. De este modo, reconocía que desde 1945 hasta 1989 en Europa había continuado una “guerra civil europea” a pesar de que no se había librado ninguna guerra entre Estados.
Según Nolte, la guerra civil europea presupone el nacimiento de los Estados ideológicos modernos y la asunción del principio de “atribución colectiva de culpa”. Ya durante el Terror francés se hicieron “atribuciones colectivas de culpa”. Debemos reconocer que estos dos elementos siguen muy presentes hoy en día en las sociedades europeas. Un fenómeno, solo aparentemente anómalo con respecto al tema, lo atestigua claramente: el exterminio mediante el aborto legalizado en todos los países europeos, que se asemeja mucho a una “atribución colectiva de culpa” por parte del Estado ideológico.
Carl Schmitt también dedicó muchas páginas al tema de la guerra civil europea. Según él, el Estado ideológico de la modernidad, con Bodin y sobre todo con Hobbes, nace de la “desesperación”, y lo mismo ocurre con todas las guerras civiles modernas. Tocqueville, quizás el primero, intuyó que la democracia también alcanzaría formas de centralización cada vez mayores y, por lo tanto, también la democracia podía considerarse el escenario de una nueva “guerra civil europea” basada en la desesperación. Es muy significativo que, en relación con Tocqueville, Schmitt afirme en su último libro, Ex captivitate salus, que le faltaba una concepción de la salvación que le permitiera superar su desesperación.
Así, el tema de la guerra civil europea nos lleva a los conceptos de redención y salvación, con los que volvemos a Juan Pablo II. El Papa decía que incluso hoy, tras el fin de las grandes ideologías y los totalitarismos, sigue existiendo una gran ideología del mal: basta pensar en el “exterminio legal de los seres humanos concebidos y aún no nacido”, “esto ocurre porque se ha rechazado a Dios como creador y, por lo tanto, como fuente de la determinación de lo que es bueno y lo que es malo”. Juan Pablo II leía la historia de Europa y constataba la existencia, también hoy, de una especial “guerra civil europea” con las consiguientes “atribuciones de culpa colectiva”, y veía su origen en la desesperación moderna, que es la otra cara de la soberbia de la modernidad. Con el pecado original, “el hombre se había quedado solo: solo como creador de su propia historia y de su propia civilización, solo como aquel que decide lo que es bueno y lo que es malo”, así lo afirma en el libro Memoria e identidad.
Las reflexiones de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI sobre Europa completan el cuadro: Europa ha alejado a Dios de sí misma y, al hacerlo, se ha privado no solo del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, sino también del Dios de los filósofos, es decir, se ha reducido a la “autolimitación de la razón”. Así, ha caído inevitablemente de la desesperación religiosa a la desesperación de la razón. Por eso Europa se odia a sí misma y avanza hacia la “autodestrucción de la conciencia europea”: Europa contra Europa, es decir, una guerra civil europea.