La estratégica mirada de Trump sobre sus vecinos, una señal del nuevo mundo multipolar
Las polémicas declaraciones de Trump, que asegura querer recuperar el control de Panamá, anexionarse Groenlandia e incluso Canadá, no son meras provocaciones, sino premisas de una nueva estrategia.
En los últimos días, algunas declaraciones “extrañas” del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, han llamado la atención de los medios de comunicación estadounidenses y mundiales: hablamos de provocadoras afirmaciones sobre la futura influencia y control de Estados Unidos sobre el Canal de Panamá, Groenlandia e incluso sobre Canadá, país al que se ha referido en broma como un “estado de la Unión”, del que el primer ministro Justin Trudeau sería el “gobernador”.
Los discursos, que naturalmente han provocado intercambios agrios y polémicos, han sido desestimados mayoritariamente como boutades típicas de la desbordante personalidad del magnate, o interpretados como presagios de un tira y afloja comercial sobre aranceles y derechos. Pero quizá habría que entenderlos en un contexto más amplio, a la luz de unos equilibrios globales que han cambiado profundamente en los últimos años, y como componentes de una estrategia global de política exterior de la próxima administración estadounidense.
Los tres casos mencionados, de hecho, además de la evidente vinculación con la preanunciada nueva ofensiva proteccionista de la “Trumpenomics”, tienen otro importante elemento en común: prefiguran el marco de un intento de Estados Unidos por recuperar su hegemonía indiscutida en el continente americano, una especie de reedición actualizada de la “doctrina Monroe” que inspiró la política exterior del país durante la mayor parte del siglo XIX y hasta la intervención en la Primera Guerra Mundial decidida por Woodrow Wilson.
Las indirectas dirigidas a Ottawa parecen, de hecho, junto con las amenazas de altas barreras arancelarias, pensadas para para debilitar la posición política ya de por sí inestable del primer ministro progresista Trudeau, y así favorecer la victoria del partido conservador canadiense en las próximas elecciones, cuyo líder Pierre Pollevre es un libertario populista en considerable sintonía con las posiciones trumpianas. Junto al eje de hierro ya establecido por Trump con el presidente argentino libertario Javier Milei, la presión sobre Canadá configura un posible bloque liberal-conservador liderado por Washington entre el Norte y el Sur del continente, frente al enlace de izquierdas entre el Brasil de Lula y la Venezuela de Maduro, que mantienen excelentes relaciones con China y Rusia.
Desde este punto de vista también se entiende bien el foco sobre el Canal de Panamá encendido de repente por Trump justo antes de entrar en la Casa Blanca. Administrado por Estados Unidos antes de ser entregado por Jimmy Carter al gobierno panameño, el canal tiene ahora un tráfico de buques mercantes de los que el 70% son mercancías con destino a Estados Unidos. Pero el gobierno local, al tiempo que impone altos aranceles al tránsito de esas mercancías, está forjando relaciones cada vez más amistosas con China, al igual que el gobierno de Honduras. Las advertencias de Trump a Panamá son, por tanto, el anuncio de un intento de combatir la expansión de la influencia económica de Pekín en el continente americano, y en particular en la zona del Caribe, que en los últimos años se ha traducido además en la construcción de numerosas grandes infraestructuras; y la reivindicación de un nudo de comunicaciones vital para los intereses estadounidenses “en el jardín de casa”.
En cuanto a Groenlandia, Trump le concede una importancia estratégica crucial por razones de seguridad, ya que representa un nudo geográfico entre América y Europa, y una “ventana” al Mar del Norte. En un momento en el que se están redefiniendo las relaciones internas dentro de la Alianza Atlántica, con las peticiones de Trump a sus aliados europeos de desplegar muchos más recursos autónomos para la defensa, reforzar el control de la gran isla ártica –donde ya existe una importante base militar estadounidense- podría representar en el futuro una línea de defensa más estrictamente nacional para la nueva administración norteamericana, y servir también para advertir a Rusia, en el marco de las próximas posibles negociaciones de paz, de que Washington no tiene intención de desentenderse militarmente del frente europeo. Desde el punto de vista económico, pues, los grandes recursos minerales de Groenlandia -petróleo y minerales raros- serían una pieza fundamental para reforzar la política estadounidense de independencia en el campo de las materias primas, que era uno de los puntos fundamentales del programa electoral de Trump, para “desacoplar” las cadenas de suministro concentrándolas en territorios “amigos” y evitar en lo posible depender de Pekín, Moscú o zonas del mundo vinculadas a ellos.
En resumen, estos ballons d'essai lanzados por el próximo presidente -más aún si se combinan con el duro tira y afloja ya iniciado con el gobierno mexicano por el doble golpe de la inmigración ilegal y los aranceles comerciales- indican una clara tendencia de la próxima administración a rediseñar la política exterior partiendo no de una proyección global, sino de un área de influencia estadounidense definida muy claramente.
La convicción de Trump es, evidentemente, que el actual desorden mundial -con todos los conflictos y riesgos constantes de desestabilización que conlleva- sólo puede superarse, sobre la base de una evaluación realista, en la perspectiva de un equilibrio multipolar caracterizado por la coexistencia de zonas de influencia y hegemonía de las distintas potencias, en forma de un “sistema” renovado marcado por el reconocimiento mutuo y un grado suficiente de disuasión, en el que las crisis puedan resolverse con soluciones pragmáticas de compromiso. Un sistema en el que, sin embargo, Estados Unidos, gracias a su superioridad en la economía digital de alta tecnología, su investigación aeroespacial y de IA, y su supremacía militar aún vigente, pueda mantener un papel de autoridad incuestionable y una capacidad para proteger eficazmente sus intereses vitales.
Se trata de un diseño diametralmente opuesto a la línea seguida por las últimas administraciones demócratas, caracterizada por la estridente contradicción entre las ambiciones ideológicas de hegemonía mundial occidental y la cesión de facto a los competidores más agresivos, entre las pretensiones de dirigir la gobernanza del planeta y la alimentación constante de los más variados factores de desestabilización.