La certeza del don de Dios
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. (Jn 15,11)
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud». (Jn 15,9-11)
El discípulo que con fidelidad y amor intenta poner en práctica lo aprendido de Jesús sabe que esto es ya un anticipo de la alegría que será siempre más plena en el Paraíso. Y si la enfermedad, el dolor, la fatiga, los imprevistos parece que se llevan la alegría, podemos estar seguros de que esta no es la verdadera alegría que nos da Cristo. De hecho, la verdadera alegría no puede desaparecer por causas externas a nosotros. Solo el pecado que nace de nuestro interior y obtiene nuestro consenso puede alejarnos de la alegría que es don de Dios para quien le es fiel. Por esto, la cruz no solo no nos aleja de Cristo, sino que nos acerca aún más a Él si la aceptamos con fe.