ENTREVISTA/MICHELE BOLDRIN

La Argentina de la insolvencia es la versión extrema de Italia

Argentina ha estado a punto de caer en su novena situación de insolvencia, evitada in extremis sólo por un acuerdo con los acreedores. Aún así, el grave problema de la credibilidad y de las finanzas públicas sigue existiendo. Y todo esto es una lección para Italia porque el país de los Apeninos no es muy diferente. Hablamos de ello con el economista Michele Boldrin.
 

Internacional 13_08_2020 Italiano English

Habría sido la novena situación de insolvencia en su historia republicana, pero el Gobierno de Buenos Aires parece haber logrado evitarla anunciando la firma de un acuerdo con los acreedores. El peor de los casos se ha esquivado principalmente gracias a la mediación del FMI y a la disponibilidad de los propietarios de los títulos: la enésima quiebra argentina, de hecho, podría haber tenido graves consecuencias en toda la economía regional, especialmente en un momento de crisis internacional sin precedentes. Por su parte, durante las agotadoras negociaciones, el Ejecutivo de Fernández no dejó de jugar la carta de la retórica propagandística en términos de consenso popular. El ministro de Economía Martin Guzmán, un economista considerado poco ortodoxo, tildó a su homólogo en la mesa de negociaciones de “lobo de Wall Street”, algo poco halagador. Después del fallido “interludio” liberal de Macri, la Casa Rosada volvió a manos de los peronistas, notoriamente partidarios del bienestar y de las políticas dirigistas. Pero Argentina, con sus casi nueve situaciones de insolvencia, representa sólo la punta del iceberg de una situación sistémica en América Latina donde la cultura política populista ha hecho de la acumulación de la deuda pública un “compañero de viaje” inseparable para la mayoría de los presupuestos estatales. ¿Qué precio ha tenido, tiene y tendrá en la economía real? Se lo hemos preguntado a Michele Boldrin, profesor de la Universidad de Washington en San Luis y uno de los economistas más conocidos de Italia.

El Gobierno de Fernández está orgulloso después del acuerdo alcanzado con los acreedores extranjeros para la reestructuración de la deuda. ¿Está justificado este optimismo?
Las condiciones reales de los argentinos no me parecen halagüeñas: la economía está en implosión. La aceptación del acuerdo por parte de los acreedores se debe principalmente al hecho de que las finanzas nacionales están tan dañadas que temen la perspectiva de una recaudación nula. Por otra parte, la reestructuración es un problema de credibilidad por un lado y de “juego duro” por otro, porque el país que entra en mora siempre puede decidir no pagarte. Está claro que si pagas cero,  nadie está dispuesto a prestar nada, pero si tienes el Fondo Monetario Internacional dispuesto a intervenir, tu poder de negociación se hace fuerte.

De hecho, la mediación del FMI ha sido fundamental para el éxito de las negociaciones. ¿Cuál es la razón de esta línea que mantiene la organización dirigida por Kristalina Gheorghieva?
Desde hace algunos años, la orientación política del Fondo Monetario Internacional, al igual que la de otros muchos organismos internacionales, se ha vuelto muy populista. El FMI puede elegir cometer errores políticos y ya veremos cuáles serán las consecuencias. Lamentablemente, esta organización ya no sirve para nada y creo que incluso se podría cerrar: dentro de ella no hay criterios de evaluación en cuanto a la calidad del trabajo y todo se reduce a dinámicas políticas. Su actitud de populismo económico que comenzó en el momento de la crisis griega, continúa y la cuestión argentina es prueba de ello.

El país ha estado a punto de declararse insolvente por novena vez en su historia republicana, la tercera en los últimos veinte años. ¿Me equivoco o se está convirtiendo en un esquema consolidado y casi aceptable?
Hay mucha literatura, comenzando por Obstfeld y Rogoff, sobre países con deuda soberana en moneda extranjera que declaran insolvencias parciales e incompletas y luego comienzan a fallar de nuevo. Se trata de un truco complicado en el que existen diferentes variables: la deuda de ese tipo siempre tiende a rendir más y el riesgo de impago ya está incorporado. Así que, si soy un inversor que se lanza a tales operaciones, puede que lo haya calculado. Si sale mal, es lógico perder el 40-50% del capital, porque ya he registrado mis ganancias. Posteriormente, cuando la situación mejore, volveré a hacer lo mismo. Por su parte, el país que busca la insolvencia puede aprovechar y usar la amenaza en las negociaciones y decir: “No te pago”. Al final, los que ponen el dinero en ello miran la sustancia: en el caso argentino, si los acreedores han aceptado el acuerdo con el Gobierno es porque les ha convenido eso, visto que habrían podido ganar menos. Éste es el mecanismo que está detrás. Pero el problema es otro.

¿Cuál es?
El problema es la credibilidad. Lo que importa, al final, es lo que hacen las empresas. Y muchas multinacionales ya han anunciado que se van de Argentina. Si las empresas se van, significa que la economía del país no es creíble, como sucede en los países africanos. El Gobierno ha tenido una disputa con los acreedores que quizás haya resuelto, pero no gratis. Y punto. Mientras tanto, la recesión continúa, las empresas cierran y la gente se va. No es que después de que se llegue a un acuerdo se alcanzará la utopía: mañana en la mesa argentina habrá la misma comida que ayer.

El ministro de Economía Guzmán ha presentado la reestructuración de la deuda como una victoria del Gobierno...
No es una victoria. El país ha estado en una crisis de ingresos durante más de dos años y medio y la reestructuración de la deuda ciertamente no significa que Argentina vuelva ahora felizmente a los mercados internacionales. Una cosa es recibir préstamos de una o más instituciones internacionales, y otra cosa es volverse atractivo para los mercados. Es muy gracioso ver cómo un país que está estructuralmente preparado para abusar de las finanzas públicas simplemente necesita hacer una “pequeña penitencia” para que se le conceda más crédito. Cíclicamente, además, después de un corto período en el que parece haberse vuelto virtuoso, comienza a hacer tonterías y cae en el error de nuevo. El propio Macri cometió uno grave: al heredar de Kirchner una situación muy precaria, estaba convencido de que para evitar el desastre habría bastado con apostar por una especie de política de “aterrizaje suave”. Y se equivocó.

¿Ve similitudes entre la situación argentina y la italiana?
Argentina es la versión más extrema de Italia. Tiene menos habitantes y es más grande geográficamente, pero por lo demás la situación es la misma: gasto público exagerado, Estado pletórico, servicios sociales públicos horrendos, mal sistema educativo, tendencia a conceder bonificaciones, evasión fiscal muy alta y emigración de los mejores jóvenes. La única diferencia es que mientras que el sector económico italiano está sostenido por la manufactura, el argentino está sostenido por el sector primario. Todo lo demás es igual, pero ellos han sido más desafortunados.

 

¿Por qué?
No tienen la suerte de estar en el euro y, por lo tanto, de poder endeudarse con una moneda nacional creíble. Si no tuviéramos el euro tendríamos que endeudarnos en liras o en moneda extranjera como se han visto obligados a hacer los argentinos porque el ahorro nacional no es suficiente para financiar el déficit a un costo razonable. Si no tuviéramos el euro y el BCE estaríamos en la misma situación que Argentina. Sin la perspectiva de entrar en la moneda única habríamos entrado en mora en el período 94-96. Por otro lado, después de la crisis de 1992 no es que las cosas se hayan arreglado; sólo se puede decir que se han calmado cuando se hizo evidente que nos dejarían entrar en el euro.

Hablando de incumplimiento de pagos, ¿por qué las crisis de deuda están tan extendidas y son tan frecuentes en América Latina?
El colonialismo ha dejado a América Latina con una estructura social absolutamente bipolar. La burguesía urbana de origen europeo, impulsada por una mezcla de nacionalismo e intereses personales, decidió entre la primera y la segunda posguerra vivir en países avanzados que pudieran permitirse niveles de vida, servicios públicos y bienestar comparables a los europeos. Una característica constante y generalizada en América Latina -ahora reducido a Chile y Colombia- es que los salarios del sector público son mucho más altos que los del sector privado. Exactamente como en Italia, pero allí de una manera aún más evidente. Todo esto ha generado un sistema de deuda determinado por un sector urbano parasitario. En esto Argentina es ejemplar: incluso la industrialización es parasitaria en comparación con la agricultura. El resto de la economía viaja en el atraso tecnológico y cultural, produce pocos ingresos y por lo tanto hace que la deuda sea la única solución. En el caso argentino, además, la agricultura eficiente y productiva ha sido gravada fuertemente durante largos períodos y esto ha causado inestabilidad política, con reacciones militares de la burguesía campesina a la imposición de impuestos excesivos. Lamentablemente es una prisión histórica que se sigue perpetuando porque el mundo político y cultural latinoamericano está en manos de las mismas élites de ascendencia europea. Además las ideologías populistas, enemigas de la meritocracia que representa un obstáculo para la pseudoigualdad, han servido hasta hoy de pegamento: si se le sigue diciendo a los pueblos que su pobreza no se debe al atraso, a los impuestos y a un gasto público demasiado elevado, sino al imperialismo y al capitalismo americano, el resultado será siempre éste