Santa Cecilia por Ermes Dovico
EL PLAN DE TRUMP

Jerusalén "indivisible", un principio que debe ser aceptado

El plan de paz propuesto por el Presidente Trump para el Medio Oriente debería ser tomado muy en serio, intentando superar las tomas de posición preconcebidas. Una señal interesante viene de Egipto y Arabia Saudita, que no lo han rechazado inmediatamente. Pero la noticia más interesante es el principio de la indivisibilidad de Jerusalén, que reconoce una realidad de facto. Eso sí, estamos lejos todavía del necesario reconocimiento de la "soberanía divina" sobre Jerusalén, una ciudad sagrada para las tres religiones monoteístas

Internacional 03_02_2020

Como resultado de un meticuloso estudio de ochenta páginas, Estados Unidos ha presentado un nuevo plan de paz en un intento de reactivar la negociación más difícil en décadas, la que intenta poner paz a la disputa entre israelíes y palestinos. ¿Acaso un estudio así debería ser ignorado o, más aún, liquidado por el viento de las posiciones preconcebidas de los diversos líderes palestinos, que se sienten apoyados por las obvias protestas populares o por las estrategias políticas hegemónicas de Irán y Turquía? Exactamente esto es lo que está sucediendo, cuando en realidad lo que haría falta sería una lectura cuidadosa, un examen sin ideas preconcebidas, del que pueda surgir una evaluación de los diferentes puntos y, al final, una impresión general que pueda ser utilizada en una esperada negociación.

Al menos estas son las esperanzas cultivadas por una comunidad internacional que no cede ante la realidad que, desafortunadamente, se está deteriorando cada vez más. La parálisis de las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos se ha prolongado desde 2014 - ya hace casi seis años - y el 23 de enero pasado, unos días antes de la presentación del plan del presidente estadounidense Donald Trump, unos cincuenta jefes de estado y de gobierno reunidos en Jerusalén para conmemorar los 75 años de la liberación del campo de exterminio nazi de Auschwitz, señalaron cómo el antisemitismo, a expensas de cualquier perspectiva de paz, persiste, crece y se arraiga.  Y más aún dentro de la comunidad palestina, donde el antisemitismo es ahora endémico: tanto porque los antídotos especialmente en el sistema educativo no existen - de hecho son despreciados y rechazados -, como porque se da la manipulación de la verdad en la comunicación diaria.  La literatura que se ha difundido con motivo del aniversario de Auschwitz causa impresión, y la Autoridad Nacional Palestina también ha sido cuestionada por la difusión de un vídeo, producido por su grupo político más representativo, Al Fatah, que acusa a los judíos de ser “los que provocan el antisemitismo contra ellos mismos”, “del proyecto de esclavizar a la humanidad” y “de la creación de guetos por la arrogancia y la repugnancia hacia los no judíos”.

Habría suficiente para desalentarse. Pero por otro lado, también hay que señalar que los episodios de comprensión, solidaridad y amistad entre las personas de las dos comunidades, especialmente en Galilea, ya no son esporádicos. Lo cual es una señal de que también hay una creciente conciencia, y no sólo entre los palestinos, de que el camino del odio, la oposición, la violencia verbal y la agresión, la degeneración en enfrentamientos armados, el lanzamiento de cohetes y todo tipo de dispositivos desde Gaza sobre el territorio israelí, no lleva a ninguna parte.

Dicho esto, hay ciertas circunstancias que merecen una reflexión. La primera de ellas es la atención que la iniciativa de Trump ha despertado en la "cumbre" de algunos países árabes, Egipto y Arabia Saudita, que desempeñan el papel de protagonistas en el escenario del Oriente Medio. Y están interesados en aferrarse a los Estados Unidos - y a su aliado Israel - en la atávica rivalidad entre sunitas y chiítas.

No nos hagamos ilusiones: todos los musulmanes consideran al estado de Israel como un "intruso". Tampoco pueden aceptar, por convicción religiosa, que en la tierra que consideran como propia  exista una entidad nacional no islámica. Es bien sabido que, después de rechazar a finales de 1947 el plan de la ONU de dividir en dos estados - israelí y árabe - el territorio bajo mandato británico desde el Mediterráneo hasta el río Jordán, y un estatuto internacional para la ciudad de Jerusalén, los países árabes vecinos declararon la guerra al proclamado estado judío. Hicieron dos guerras más, en 1967 y 1973, y las perdieron de nuevo. Sólo Egipto y Jordania establecieron entonces la paz con Israel. Los palestinos - en años de negociaciones - nunca han aceptado que la nación judía estableciera en Jerusalén su capital política y administrativa y construyera centros residenciales para sus ciudadanos en las regiones de Judea y Samaria, de las que exigieron un retiro total. 

Hoy en día, los dos países más importantes del frente suní en el Oriente Medio no rechazan frontalmente el plan de paz regional - lo cual es ya un acontecimiento político relevante -, ciertamente por complacencia hacia el proponente americano, pero también porque están interesados en la parte financiera - hay en juego una ayuda de cincuenta mil millones de dólares - y sobre todo porque tienen en cuenta las "razones estratégicas superiores" del momento.

El examen del plan de Trump requiere ciertamente buena voluntad, podríamos añadir incluso "buena voluntad" y, sobre todo, tiempo. Hoy nuestra atención se detiene en el problema de Jerusalén, que contempla una novedad avanzada, una propuesta esperada, realista y razonable al mismo tiempo: la ciudad se proclama "indivisible". Es decir, se reconoce la imposibilidad efectiva de separar y gestionar los servicios esenciales (agua, gas, recogida de residuos, transporte) en un tejido urbano consolidado. Y supera con un compromiso la obstinación palestina de acoger las estructuras institucionales de las capitales de dos estados, manteniendo las israelíes en la ciudad y proponiendo que las del estado palestino estén en su barrio oriental, más allá de la actual barrera de separación que se mantendría.

El plan americano reconoce a Israel la continuidad en la protección de los Lugares Santos de Jerusalén, garantizando la libertad de culto para judíos, cristianos y musulmanes y respetando el status quo en la Explanada de las Mezquitas. La indivisibilidad de Jerusalén es un principio importante que debe ser respetado. Al mismo tiempo, sin embargo, estamos todavía muy, muy lejos del necesario reconocimiento de la "soberanía divina" sobre Jerusalén, una ciudad sagrada para las tres religiones monoteístas, abierta a todos los pueblos porque "todos han nacido en ella".