San Vicente por Ermes Dovico
VEREDICTO

Italia: Turetta condenado a cadena perpetua, pero el patriarcado no es el problema

En el caso del asesinato de Giulia Cecchettin, no se ha juzgado solamente a Filippo Turetta, condenado ayer a cadena perpetua por su asesinato, sino también al llamado patriarcado. Pero podría decirse que el caso tiene más que ver con la contracultura feminista que ha hecho a los hombres menos viriles y más frágiles.

Filippo Turetta, de 23 años, asesino confeso de Giulia Cecchettin, ha sido condenado a cadena perpetua por el Tribunal de Venecia.

En todo el asunto que ha girado en torno a este vil crimen, incluido el juicio, no sólo se ha acusado a Turetta, sino también al llamado patriarcado. Un término que, lejos de su significado clásico, ha adquirido una connotación nueva: el varón heterosexual es por naturaleza violento con las mujeres. Es un defecto genético, un dato antropológico que la historia confirma y la actualidad consolida, una inclinación “inextirpable” e inherente a la virilidad, una desviación innata que la jauría masculina tiene que admitir y por la que además tiene que estar dispuesta a dejarse ayudar.

Por lo tanto no sólo ha sido juzgado Turetta, sino también el patriarcado y con él todos los portadores del cromosoma XY (los transexuales están exentos). Y por eso la sentencia ha condenado al acusado y en su persona también al machismo, a la toxicidad del hombre como hombre.

Pregunta: ¿Es una operación mediática honesta y legítima superponer a la condena de la conducta de un individuo la condena de todo un montaje antivalórico, de toda una anticultura? En resumen, y volviendo a nuestro caso: ¿es correcto ver en Turetta un ejemplo paradigmático, un síntoma del fenómeno social que considera que algunos hombres anulan a las mujeres hasta el punto de matarlas? Y, por tanto, ¿es correcto que al condenar al primero se condene también al segundo?

No cabe duda de que algunas condenas penales, al tiempo que sancionan a individuos, declaran culpables a sistemas sociales o fenómenos u orientaciones culturales enteros. Pensemos en las condenas del proceso de Nuremberg: no sólo los jerarcas nazis acabaron en el banquillo, sino toda la subcultura de la supremacía aria, del racismo, del neopaganismo orientado a la dominación mundial. Podemos recordar también el maxiproceso palermitano celebrado a finales de los años ochenta y noventa en el que fueron condenados decenas y decenas de mafiosos. Se llamó con razón “maxiproceso a la mafia” para indicar precisamente que, además de a los mafiosos, se condenaba a todo un sistema de corrupción y violencia.

Por último, recordemos el asesinato de Saman Abbas, asesinada con la complicidad de sus familiares -incluidos sus padres- porque se negó a un matrimonio concertado. La condena a los familiares era también la condena de un sistema de normas sociales “patriarcales, autoritarias y gerontocráticas”, como escribió en su día Anna Bono en este mismo periódico.

Por lo tanto, no es ningún problema, como hipótesis abstracta, que queramos condenar algo más junto con Turetta, algo que va más allá del único caso de la noticia y abarca muchos otros casos similares, unidos en una tendencia que va en detrimento de las mujeres. Pero, ¿qué es ese algo más? Para los medios de comunicación y las redes sociales es precisamente el patriarcado. Pero hemos visto que esta acepción de patriarcado es puramente ideológica, al servicio del feminismo y de la contracultura woke.

Traducido a términos más concretos: el hecho de que Turetta matara a una mujer no significa que todos los hombres sean asesinos en potencia. Es trivial incluso escribirlo. Por lo tanto, la ecuación “condenar a Turetta” es igual a “condenar a todos los hombres como igualmente culpables” no se sostiene. Además, como escribió en su momento Bono, “la gente sigue hablando muy equivocadamente del patriarcado como responsable de los sentimientos que llevaron a Filippo Turetta a matar a Giulia Cecchettin. Nuestra sociedad no tiene nada en común con el patriarcado, un sistema social cuyo declive comenzó en Italia y Europa con la revolución industrial. Además, incluso bajo el patriarcado, un muchacho no se atrevería a matar a alguien por motivos personales, y mucho menos a una mujer, un recurso demasiado preciado para que una comunidad se prive de él simplemente por complacerle”.

Dicho esto, ¿podría el asesino de Giulia encarnar otro tipo de anticultura? Sí, paradójicamente ha sido la cultura feminista la que ha hecho a los hombres menos viriles, menos responsables, menos fuertes para soportar las decepciones, los fracasos. Les ha minado de sus roles sociales, les ha hecho más inseguros, más cobardes. Quizás el problema de Turetta y de muchos otros posibles Turetta no es el patriarcado, sino el afeminamiento. No en el sentido de poses externas que recuerdan los movimientos femeninos, sino en el sentido de la fragilidad del varón de hoy que repudia la idea de sacrificarse por una mujer, entre otras cosas porque ella está tan emancipada que ya no necesita a un hombre; en el sentido de la debilidad de no saber aceptar los propios límites, las propias derrotas y los “no” de los demás.

Toda esta cultura de la fluidez ha hecho que el varón se diluya, se diluya en sus peculiaridades y prerrogativas naturales, que son la fuerza -y no la violencia, que es la prepotencia de los débiles-, el coraje, la responsabilidad, la inventiva. Un hombre viril, y por tanto el verdadero hombre, no mata a una mujer, sino que ofrece su vida para defenderla. Es lo que escribe san Pablo: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (cf. Ef 5,25). Éste es un dato que antes de ser un dato de fe es un dato antropológico, es decir, una orientación natural implantada en el corazón de todo varón.

Turetta, pues, si realmente queremos revestir su acto y su condena de un valor simbólico, representa al varón tal y como ha sido “masticado” por el pensamiento masificado, vaciado desde el interior de su carácter y “escupido” al final porque resulta insípido. Más que un hombre, un homúnculo que lo exige todo y siempre se ofende si no obtiene lo que pide, porque así fue educado desde niño. Que ha cambiado la templanza y la mansedumbre por la intemperancia y la ira, el sano odio a sí mismo por el desprecio a quien no le aprecia, el don por la posesión. El amor por el odio.