Inmaculado Corazón de María
El arraigo del culto al Inmaculado Corazón de María ha pasado a través de algunas de las más grandes manifestaciones marianas de la historia, como Fátima, donde la Virgen pidió la Comunión reparadora de los cinco sábados
El día después de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia celebra la memoria litúrgica del Inmaculado Corazón de María, aguardando, con firme esperanza, el cumplimiento de la promesa hecha por la Madre celestial a los tres niños pastores de Fátima: “Finalmente, mi Inmaculado Corazón triunfará”. Este triunfo será el preludio de un tiempo de paz “para aquellos que dirán sí a mi Hijo”, antes de la última lucha escatológica que terminará con el segundo, definitivo y glorioso advenimiento del Cordero, Nuestro Señor Jesucristo, como lo profetizó san Juan Evangelista en el Apocalipsis. La Madre y el Hijo, por tanto, cuyos Sagrados Corazones están tan entrelazados y perfectamente unidos en el mismo misterio de salvación que no pueden ser separados. Ya lo enseñaba san Juan Eudes (1601-1680), fundador de la Congregación de Jesús y María, quien fue el primero en celebrar las fiestas del Sagrado Corazón y del Inmaculado Corazón con sus hermanos.
Las revelaciones de Jesús a santa Margarita María Alacoque (1647-1690) fueron el impulso más potente para la devoción al Sagrado Corazón, que se extendió a pesar de la hostilidad de la herejía jansenista. El arraigo del culto al Inmaculado Corazón de María pasará, superando también diversos obstáculos, a través de algunas de las más grandes manifestaciones marianas de la historia. Como la aparición del 27 de noviembre de 1830 a santa Catalina Labouré, quien después de haber contemplado la figura radiante de la Inmaculada Concepción vio aparecer los Sagrados Corazones de Jesús y María, el primero coronado de espinas, el segundo atravesado por una espada, así como una M atravesada por la I de Iesus y coronado por una cruz, con 12 estrellas alrededor. Es la imagen que se hizo célebre con la difusión de la Medalla Milagrosa, el extraordinario compendio de símbolos difundido en todas las Sagradas Escrituras y que recuerdan, en particular, la participación de María en la obra redentora del Hijo. Esta admirable participación, que convierte a María en la Corredentora, está ya implícita en las palabras dirigidas por Dios a Satanás inmediatamente después del pecado original (Génesis 3, 15); luego se expresa en la profecía de Simeón (“Y a ti también una espada traspasará el alma”, Lc 2:35) y culmina en el grandioso signo de la Mujer vestida del sol (Ap 12).
Este designio divino, en el que el dolor adquiere significado y se convierte en todo uno con el Amor, prosiguió con Fátima. Aquí, el 13 de junio de 1917, Nuestra Señora comunicó su misión a la pequeña Lucía dos Santos (1907-2008): “Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. El 10 de diciembre, ocho años después, Lucía, que ya estaba en el convento, vio a María y a Jesús a su lado, quien le dijo: “Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre que está cubierto de espinas que los hombres ingratos continuamente le clavan, sin haber quien haga un acto de reparación para arrancárselas”. Fue entonces cuando la Virgen le hizo una promesa solemne a Lucía sobre la Comunión reparadora de los cinco sábados: “A todos aquellos que, durante cinco meses, en el Primer sábado, se confiesen, reciban la Santa Comunión, recen el Rosario y me hagan 15 minutos de compañía, meditando en los misterios del Rosario con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para la salvación de sus almas”.
En 1944, Pío XII extendió la memoria litúrgica a toda la Iglesia, en memoria de la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María, realizada dos años antes por el mismo pontífice por invitación de la beata Alexandrina María da Costa. La celebración, establecida inicialmente el 22 de agosto, en la Octava de la Asunción, se trasladó al día actual (el primer sábado después del Sagrado Corazón de Jesús) a través de la reforma de 1969, con el grado de memoria facultativa, que san Juan Pablo II hizo obligatoria con posterioridad. La liturgia nos recuerda que María, sede de la Sabiduría, meditaba en el silencio cotidiano la voluntad divina y “guardaba todas estas cosas en su corazón”. La Madre Celestial ha secundado todas las inspiraciones de la Gracia. Precisamente por esta razón es necesario imitarla y luchar junto a Ella contra el mal, para que Ella y el Hijo puedan reinar - como decía san Maximiliano María Kolbe - “en cada corazón que late en la tierra”. De cara a la gloria eterna.
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