Gaza: Por qué es correcto hablar de una respuesta "desproporcionada”
El Patriarca Pizzaballa y el Cardenal Parolin acusan a Israel de una respuesta “desproporcionada”. No sólo las cifras les dan la razón, sino que los hechos demuestran que Israel está perdiendo su alma.
El pasado 22 de marzo, con la serena valentía que siempre le ha distinguido, el Patriarca de Jerusalén ha pedido a Occidente que actúe para poner fin a la tragedia de Gaza, calificando de “desproporcionada” la respuesta israelí a las masacres del 7 de octubre. Valentía, sí, porque el cardenal Pizzaballa sabe muy bien que será duramente cuestionado por esta postura. El 14 de febrero, el Secretario de Estado, el cardenal Parolin, se había aventurado a expresarse en el mismo sentido. “Estoy de acuerdo con lo que ha dicho el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin”, ha asegurado el cardenal Pizzaballa, “es una respuesta desproporcionada. Posteriormente ha recibido críticas feroces con reacciones duras y severas: el problema es que todo el mundo quiere ‘alistar’ a los demás en una narrativa contra la otra, una línea que la Iglesia no puede seguir en absoluto. Una de las principales dificultades que encontramos es precisamente hacer comprender que la Iglesia tiene su propia narrativa, su propio modo de expresarse, un lenguaje que apunta siempre y únicamente a la paz”.
En aquella ocasión, el embajador israelí ante la Santa Sede había definido las declaraciones de Parolin como “deplorables”, pero luego se corrigió a sí mismo utilizando el término “desafortunadas”; una corrección risible en la medida en que carecía de todo sentido. Pero no se conformó con esas declaraciones. El citado embajador también consideró oportuno exculpar a Israel culpando a Occidente, afirmando que mientras por cada militante de Hamás abatido, perdían la vida tres civiles, “en las operaciones de la OTAN en Siria, Irak y Afganistán, la tasa era de 9 o 10 civiles por cada terrorista. Por lo tanto, la tasa de las IDF (el ejército israelí) de evitar muertes de civiles es aproximadamente 3 veces mayor, a pesar de que el campo de batalla en Gaza es mucho más complicado”. Lo cual es una mentira al más puro estilo putiniano. En Afganistán murieron 52 mil insurgentes y 46 mil civiles, pero al menos la mitad de ellos fueron víctimas de ataques talibanes. En Siria, de 95 mil víctimas civiles, 13 mil son atribuibles a ataques occidentales, ya que los rusos han sido mucho más activos en Alepo. En cuanto a Irak, recomendamos consultar Iraq Body Count. De los 120 mil civiles muertos (de 2003 a 2011), 15 mil son atribuibles a acciones de la coalición liderada por Estados Unidos. Todos los demás son atribuibles a atentados terroristas y, en gran medida, al vandalismo. Los insurgentes eliminados fueron 39 mil.
Y así, Occidente, que respalda a ultranza al gobierno israelí, ha recibido este “regalo” a cambio de su apoyo. Y, por otra parte, dadas las dificultades y el aislamiento en que se encuentra Israel en estos momentos, no se podía esperar otra cosa. Criticar al gobierno israelí se ha convertido en un deporte extremo, como el puenting o el parkour: no hace falta mucho que te califiquen de antisemita, ya sea el gobierno israelí o también la prensa alineada y cubierta como en un patio de armas. Y además hay que partir de la premisa: la masacre de 1.200 judíos de todas las edades y sexos fue cometida por subhumanos sedientos de sangre y un Estado tiene derecho a defenderse y a garantizar que no se produzcan masacres similares. Sí, pero ¿a qué precio? ¿Con qué límite?
Expliquémonos entonces recurriendo a la historia y a los números, tratando de entender por qué el cardenal Parolin y posteriormente Pizzaballa han pronunciado susodicha palabra: “desproporcionado”. En la guerra de independencia de 1948, Israel logró resistir contra todo pronóstico con la pérdida de “sólo” 6 mil vidas contra las 20 mil árabes. En 1967, con un ataque preventivo totalmente justificable, Israel infligió una estrepitosa derrota a los árabes con casi mil muertos israelíes y 18 mil árabes. Mucho más difícil fue la campaña de Yom Kippur en 1973 con 2.800 muertos israelíes y 18 mil árabes. Después de la campaña del Líbano (654 muertos israelíes de 1982 a 1985) hay al menos cuatro campañas militares contra Gaza en 2008, 2014 y 2021 con 98 muertos israelíes (casi todos militares) y 3.900 muertos palestinos (la mayoría civiles).
Sólo las muertes de todas las naciones árabes en las guerras árabe-israelíes a lo largo de setenta y cinco años pueden calcularse en al menos 70 mil. Pues bien, las últimas cifras de la batalla de Gaza, en curso desde el 7 de octubre de 2023, informan, a fecha de hoy 23 de marzo de 2023, de 32 mil palestinos muertos de los cuales 13 mil milicianos (según el gobierno israelí) con 74 mil heridos y 8 mil desaparecidos, probablemente aún enterrados bajo los escombros. Todo ello en una población tan grande como la de la provincia de Valencia encerrada en un espacio minúsculo de 365 kilómetros cuadrados, y en menos de siete meses. Y a esto hay que añadir al menos 442 palestinos asesinados en Cisjordania por el ejército y los colonos.
Realizamos otra comparación que puede dar una idea de la “desproporción” reprochada por parte de Parolin. Durante la Segunda Guerra Mundial, Italia contó 26 mil muertos civiles bajo los bombardeos aliados desde 1940 hasta el 8 de septiembre de 1943 y otros 40 mil desde esa fecha hasta el final de la guerra. Los nazi-fascistas mataron a 15 mil civiles en veinte meses.
Lo que hay que constatar, desgraciadamente, es que los valores que caracterizaban a la sociedad israelí en el pasado, a pesar de ser una nación en guerra y que se defendía con gran dureza, ya no existen. La práctica del fuego libre adoptada por el ejército israelí en los últimos meses ya no es lo que era en los años setenta y ochenta, ni siquiera cuando se trata de salvar la vida de sus propios ciudadanos, que para una Golda Meir era sagrada aunque no pactara con terroristas. Tres rehenes israelíes fueron asesinados por error por su propio ejército el 16 de diciembre, y lo mismo ocurrió con el abogado israelí Yuval Doron Kastelman, que había defendido heroicamente a civiles contra terroristas palestinos en Jerusalén el 1 de diciembre. Kastelman había arrojado su arma asegurando que era judío, pero en vano. Fue abatido sin piedad según una práctica que refleja la considerable impunidad de que gozan hoy los militares israelíes. Y el comentario de Nethanyau fue: “Así es la vida. Cosas que pasan”, despertando la ira del ex general Benny Gantz.
Un símbolo apropiado de esta barbarie es la ministra May Golan, que ha asegurado: “Me siento personalmente orgullosa de los escombros de Gaza y de que cada niño palestino, incluso dentro de 80 años, podrá contar a sus nietos lo que hicieron los judíos”. A esto hay que añadir el saqueo indiscriminado e impune de hogares palestinos, tal y como informó un periódico israelí independiente. Y hay que añadir otra masacre, el 29 de febrero, en la que el ejército israelí disparó contra la multitud que intentaba desesperadamente conseguir alimentos para no morir de hambre. Serán las autopsias las que digan cuántas de las 104 víctimas murieron por las balas o por la estampida, pero hay que señalar desde ahora que el “incidente” es el resultado de una conducta despiadada adoptada por el gobierno israelí durante estos cinco meses de guerra.
La historia ha seguido su curso. Como decía La nueva Auschwitz en una vieja y profética canción, “no es posible ser como ellos/no es difícil ser como ellos”. Sin embargo, la llama de la esperanza no se ha apagado en Israel. Hay activistas judíos que defienden a los palestinos de la violencia de los colonos y del ejército; el diario Haaretz y con él otros periódicos independientes se resisten a la deriva soberanista y autoritaria de la “democratización” de Nethanyau y estigmatizan duramente a quienes, en nombre de la solidaridad judía, acaban alineándose con la derecha más extrema. El director israelí Yuval Abraham ha ganado el Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín con un documental sobre la opresión de los palestinos en Cisjordania y, por ello, se le acusa de antisemitismo mientras que él sólo es antifascista sea del bando que sea y del color que sea el nuevo fascismo. Israel corre el riesgo de perder su alma, como escribió Aluf Benn en un magnífico ensayo publicado en Foreign Affairs.
En él, Benn recordaba el discurso fúnebre que pronunció en memoria del joven Roi Rotberg, mutilado y asesinado por los palestinos en 1956. “No culpemos a los asesinos. Durante ocho años han permanecido en los campos de refugiados de Gaza y nos hemos apropiado ante sus ojos de las tierras y de las aldeas donde vivían ellos y sus padres”. La persona que pronunció estas palabras no era antisemita, ni negaba el derecho de Israel a defenderse. No era otro que Moshe Dayan, el general artífice del triunfo de 1967, y que, como tantos generales israelíes (de Ytzhak Rabin a Ehud Barak) ha sabido ganar guerras para pensar en la paz, sin buscar “soluciones finales” sino asumiendo la responsabilidad, año tras año, generación tras generación, de luchar duro pero manteniéndose humano y buscando un compromiso entre justicia y seguridad. Así es como Israel ha salvado su propia alma hasta ahora.
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