Elecciones en Israel: El gran reto de la estabilidad
Hoy se celebran elecciones parlamentarias en Israel, las cuartas en apenas dos años. 39 listas compiten. Hasta ahora Netanyahu ha sido un protagonista indiscutible y siempre ha conseguido salir a flote. Pero lo que hay que tener en cuenta, sobre todo, es el cambio en el electorado árabe y en los partidos que se presentan, mucho más integrados en el sistema israelí.
Los sondeos revelan una vez más quién volverá a ser el ganador: el primer ministro de Israel desde hace casi 12 años ininterrumpidos, Benjamin Netanyahu. El líder y dirigente del partido de centro-derecha Likud será reelegido probablemente en el primer lugar de 28 a 30 diputados, en la consulta de hoy, martes 23 de marzo, la cuarta en poco menos de dos años. Lo que ha sucedido, como es sabido, es que durante las últimas tres legislaturas nunca han sido posible asegurar una mayoría estable a los distintos gobiernos (todos presididos por Netanyahu). ¿Y esta vez?
La pregunta es obligada, ya que el sistema electoral es estrictamente proporcional, expresión de una democracia parcelada en muchos partidos y movimientos, y siempre con listas en abierta competencia entre sí (¡esta vez hay 39!). La gobernabilidad es ciertamente difícil, pero está garantizada por las coaliciones formadas y presididas –en zonas de centro derecha o centro izquierda- por una persona designada por el Presidente del Estado. Normalmente es el cabeza de lista que ha recibido el mayor número de votos. Naturalmente, hay reglas y procedimientos que hay que respetar, empezando por el que fija el umbral para el candidato más votado de una lista en el 3,25% de los votos.
Las últimas elecciones del 2 de marzo de 2020 habían dado lugar a un gobierno de coalición de los partidos de centro-derecha y religiosos, y preveían la alternancia al frente del mismo de Netanyahu y del general Benny Gantz, líder del partido Kahol Lavan (Azul y Blanco); pero posteriomente el acuerdo no se mantuvo debido a unos pocos diputados de los dos partidos en el momento en que había que votar los presupuestos generales del Estado. De hecho, había figuras deseosas de emerger, de expresar una renovación sobre todo en el liderazgo de la nación. Son las que ahora esperan, y han hecho todo lo posible, para tener éxito.
La disminución de estos dos partidos parece ser una conclusión inevitable: los sondeos dan al Likud una treintena de escaños, en lugar de los últimos 36, debido a la entrada en escena del abogado Gideon Saar, que al frente del nuevo partido de derechas Tivka Hadasha (Nueva Esperanza) podría obtener entre 9 y 10. La lista Yesh Atid (Hay un futuro) de Yair Lapid, que abandonó a Benny Gantz, ganaría 18-20 escaños más. Este último, al frente de Kahol Lavan, sólo conseguiría cuatro según las despiadadas previsiones (y teniendo en cuenta los 12 diputados de antes…).
Por otro lado se esperan entre 7 y 8 diputados del partido derechista Yamina de Naftali Bennet, por los votos que espera recibir del mundo religioso; y más o menos otros tantos del partido ruso Yisrael Beitenu, cuyo líder Avigdor Lieberman ha garantizado durante muchos años el apoyo a los gobiernos presididos por Netanyahu, en los que fue ministro de Defensa. Pero su adhesión a una coalición de centro-derecha no es segura. Yamina, con su ambigua identidad política y sus posturas reticentes en temas importantes (derechos civiles, minoría árabe, estrategias de seguridad) podría unirse a una coalición de centro-izquierda. Por su parte, Lieberman ha quedado tan expuesto en su campaña por la secularización del Estado que no podría entrar en una coalición que incluyera a los ortodoxos religiosos.
Los partidos confesionales, componentes tradicionales de los gobiernos de centro-derecha, por tanto aliados privilegiados de Netanyahu, mantendrían sus posiciones: es decir, 8 diputados para el sefardí Shas y 7 para el asquenazí Judaísmo Unido de la Torá. En la extrema derecha, el pequeño partido nacionalista y religioso liderado por Bezael Smotrich ha encontrado espacio y ganaría de 2 a 4 escaños. Sin embargo, esta parte del electorado, importante por su consistencia e incidencia en la vida de la nación, no ha cambiado en absoluto respecto al pasado. Recientemente ha ignorado una sentencia del Tribunal Superior sobre las conversiones al judaísmo validadas por rabinos reformistas.
La oposición laica parece confiar en el éxito de la lista Yesh Atid de Yair Lapid, hasta ayer un importante componente del partido de Benny Gantz. Sus aliados favoritos en una coalición de izquierdas son los laboristas de Avodà, herederos de la gran tradición de los kibbutzim y de personalidades históricas como Isaac Rabin y Shimon Peres. El liderazgo lo asume hoy la feminista Merav Michaeli al frente de una lista que podría conseguir 6 diputados. Y también los socialistas de Meretz, un partido presente desde hace muchos años en la vida política y parlamentaria, hoy animado por intelectuales de clase media y por muchos jóvenes. Se espera que su lista reciba entre 4 y 5 diputados.
Si Lapid consiguiera formar una coalición parlamentaria, atrayendo también a los diputados centristas de Benny Gantz, a los errantes de Naftali Bennet y a los anticlericales de Avigdor Lieberman, podría esbozar un “futuro” político diferente, según el nombre de su partido. Sería el giro anti-Netanyahu perseguido en vano en las tres reñidas elecciones de los últimos años. Aunque no será fácil oscurecer el rostro del premier “eterno” que en estas consultas ha jugado, y parece que bien, la delicada carta –y hasta ahora descuidada- del electorado árabe.
Lo que ha ocurrido es que las últimas generaciones de esta minoría (el 21% de la población) han aprovechado con realismo las oportunidades que les ofrece un sistema democrático como el israelí, empezando por la educación, cursando estudios superiores y universitarios; y luego en el mundo laboral, llegando a asumir puestos de responsabilidad en el empleo privado y estatal, y en las empresas; y acogiendo el prometedor futuro que abren las relaciones de paz establecidas por Israel con las naciones árabes del Golfo. Una minoría que en la emergencia de Covid superó muchos prejuicios y descubrió la eficacia de la cooperación local con los centros sanitarios nacionales.
Tanto es así –como se desprende de una reciente encuesta de opinión- que el 46% de los árabes-israelíes se declaran dispuestos a unirse a cualquier coalición de gobierno. En Galilea se requiere la intervención de la policía (hasta ahora obstaculizada e incluso expulsada) para combatir la creciente violencia entre los jóvenes (112 víctimas sólo en 2020). La Lista Árabe Unida, compuesta por cuatro partidos, había conseguido en las últimas elecciones 15 diputados. Ahora está formada por tres partidos, uno de los cuales, el Ma'an de Muhammad Darawshe, conocido como activista de la cooperación árabe-israelí, ha dejado la tradicional exaltación del voto étnico a otros para centrarse en problemas prácticos, como la respuesta a la violencia, el trabajo con los jóvenes, la planificación urbana.
Y ha surgido un nuevo partido, el Ra'am de Mansour Abbas, que incluso mira con simpatía a Netanyahu y que no ha dudado en realizar su campaña electoral en varias ciudades de Galilea, entre ellas Nazaret. Aquí, presentado en un mitin por el alcalde Ali Salam, deseó “el comienzo de una nueva era de hermandad, prosperidad y seguridad”, algo que, según afirmó con alegría, ya es una realidad en Abu Dhabi. Todos estos son signos del conflicto entre la modernidad y la tradición, de una nueva tendencia en la realidad social árabe y, por tanto, de la impugnación de la estructura tribal que, sin embargo, resiste junto con otras numerosas normas de la sharia islámica. Por último, no hay que olvidar que los partidos de la izquierda israelí siempre han incluido en sus listas a candidatos de la minoría árabe, tanto musulmanes como cristianos.
Habrá que ver lo que sucederá en estas elecciones y, sobre todo, lo que son capaces de hacer los partidos para conseguir una coalición que garantice la necesaria estabilidad de gobierno, incluso imprescindible, en un momento de desasosiego por los escenarios de la política exterior en Oriente Medio –de por sí conflictivos por la presencia militar de potencias extranjeras- que se han visto trastocados o modificados con la llegada del demócrata Joe Biden a la Casa Blanca. Los éxitos de los que se jacta Netanyahu en la admirable lucha contra la pandemia y en la consolidación de la paz con el mundo árabe deberían prevalecer, en la consideración del electorado, sobre sus trabas judiciales (con la reanudación del juicio por presunta corrupción y abuso de funciones), que sus adversarios consideran preeminentes.