Cristo Rey por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

El último día del mes

Proclama mi alma la grandeza del Señor. (Lc 1,46)

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como lo había prometido a nuestros padres— en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». María se quedó con ella unos tres meses y volvió a su casa.  (Lc 1,39-56)


El abandono de la Santísima Virgen María a la voluntad de Dios inspira toda la oración del Magnificat: Él es el protector de los humildes y la humillación de los soberbios, incluso en sus proyectos más secretos. Dios ha elegido de verdad una óptima madre terrenal para su Hijo, una madre a la que todas las madres del mundo deberían dirigirse para desarrollar su delicado y bellísimo deber como educadoras. María, con su humilde sí al Padre, permitió la Encarnación de Jesús, el acontecimiento más importante de toda la historia. En el último día del mes dedicado a ella, pedimos a María que nos ayude a ser siempre más dóciles a la voluntad de Dios, como hizo ella.