El perdón de la monja de Chiavenna
Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. (Mt 5,44)
«Habéis oído que se dijo: “‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». (Mt 5,43-48)
Cada cristiano auténtico es también misionero con respecto a los demás hombres. La medida extrema de don y de testimonio es el perdón, destinado a aquellos que no solo están humanamente lejos, sino que, además, son enemigos o perseguidores. Haciendo algo tan alejado de la lógica humana como es perdonar a los enemigos, los discípulos de Jesús testimonian su fe ilimitada en Dios y en el Amor por excelencia, dejando una señal indeleble en quien recibe su perdón, pero también en aquellos que saben y presencian tal gesto. Todos recordamos, por ejemplo, a sor Maria Laura Mainetti, hoy beata, asesinada a puñaladas con un rito satánico por tres jóvenes en el 2000 en Chiavenna: pues bien, la monja murió de rodillas diciendo: “¡Señor, perdónalas!”.