El motivo por el que la yihad gana en África
Desde hace dos meses ha habido una progresión de ataques islamistas en África, a pesar de los dieciocho años de intervención militar, también por parte de Occidente, para derrotar a los terroristas. La culpa es del mal gobierno, la corrupción y el tribalismo, que son los verdaderos lastres para el desarrollo de África. Estados Unidos se rinde y abandona el continente.
Desde el pasado mes de diciembre, los grupos yihadistas vinculados a Al Qaeda y al Isis han intensificado sus actividades en el África subsahariana. Por otro lado, en el África oriental, al Shabaab ha cometido cinco ataques en la capital de Somalia, Mogadishu, y tres ataques, incluido uno en una base militar, en la vecina Kenia. En el África occidental y central los países más afectados han sido Nigeria, Níger, Malí y Burkina Faso.
En el clima de alarma creado por esta ola de ataques, la víspera de Navidad llegó la noticia de que Estados Unidos planea retirar sus tropas del África occidental: entre seis mil y siete mil soldados desplegados en su mayoría en el África subsahariana y las quinientas tropas especiales desplegadas contra al Shabaab en Somalia. El anuncio fue realizado por el secretario de Defensa, Mark T. Esper. La principal misión de las tropas americanas, explicó, es entrenar y ayudar a las fuerzas de seguridad africanas en la lucha contra la yihad. Pero es el caso de replantearse la oportunidad de luchar contra grupos armados sin la capacidad y la intención de atacar a Estados Unidos en su territorio. Y lo que es más importante, el secretario de Defensa dejó claro que para Estados Unidos se ha convertido en una prioridad detener “dieciocho años de actividades antiterroristas en regiones infestadas de milicianos y combatientes en las que miles de soldados estadounidenses operan en un intento de mantener un mínimo de estabilidad sin perspectivas reales de soluciones definitivas”. El presidente Donald Trump ha prometido reiteradamente poner fin a las “guerras interminables” y la lucha contra el terrorismo en África ha demostrado ser, en efecto, una “guerra interminable” sin “perspectivas de soluciones duraderas” a pesar de la enorme inversión de recursos financieros, tecnológicos y humanos puesta a disposición por la comunidad internacional.
Desde 2001, cuando Estados Unidos inició las primeras misiones antiterroristas africanas, han sido evidentes los problemas, aún no resueltos, que han frenado y en parte provocado el fracaso de la lucha contra la yihad: vastos territorios fuera de control, fronteras permeables, inestabilidad política, conflictos étnicos y religiosos y, sobre todo, corrupción omnipresente y desenfrenada.
La corrupción y el mal gobierno son los factores clave del fracaso. Millones de dólares destinados al entrenamiento y al equipo militar se desvían sistemáticamente dejando a las tropas no sólo desprotegidas, sino también desmoralizadas y desmotivadas. Pero más aún: el despilfarro, el descuido y el acaparamiento ostentoso de los recursos nacionales, la evidencia de que los dirigentes y los gobiernos están por encima de la ley, sus violaciones de los derechos humanos, la legitimación de las injusticias… Todo esto crea desconfianza, resentimiento y frustración entre la población, especialmente entre los jóvenes, alimentando, incluso más que la pobreza y el desempleo, el consenso y la adhesión a los grupos yihadistas tanto en los países de mayoría musulmana como cristiana. Estrechamente entrelazados con la corrupción están el tribalismo y las actividades ilegales: secuestros, tráfico de emigrantes, drogas, armas, piedras preciosas, productos de la caza furtiva de animales... El tribalismo favorece la yihad fortaleciendo el sentido de pertenencia religiosa. Las actividades ilegales y criminales lo financian. La incapacidad del Estado para garantizar los derechos fundamentales, los servicios y la seguridad produce profundas desigualdades económicas y sociales, además de un vacío del que se aprovechan los yihadistas.
Por lo tanto, las intervenciones militares pueden, a lo sumo, contener el islamismo, pero no bastan por sí solas para derrotarlo, sobre todo si tienen que depender en gran medida de los recursos extranjeros. Después de dieciocho años de intervención -fuerzas militares regionales, misiones de mantenimiento de la paz de la ONU y la Unión Africana, operaciones militares americanas y francesas- los principales grupos yihadistas siguen activos y han surgido otros. El caso de Boko Haram es emblemático. “Técnicamente derrotado” en 2015, cuando se vio obligado a retirarse de los territorios y ciudades conquistados, se dividió en dos grupos: el más pequeño, Jas, dirigido por el líder histórico Abubakar Shekau, tiene sus bases en el bosque de Sambisa; el Iswap, vinculado a Isis, dirigido por Abu Musab al-Barnawi, se ha reorganizado en las costas e islas del lago Chad, donde está creando un verdadero protoestado. Comprometido a suplir un vacío gubernamental y administrativo, ha conquistado el consenso y el apoyo que Boko Haram nunca logró entre la población abandonada a sí misma, privada de servicios e infraestructuras. Aunque los métodos de Iswap son a menudo violentos y autoritarios, ofrece a los pueblos de la región más de lo que reciben de sus estructuras familiares y sus gobiernos. Protege contra el robo de ganado, construye pozos, proporciona el orden y la seguridad necesarios para que las personas trabajen y lleven una vida social, e incluso garantiza servicios sanitarios básicos. Las comunidades del lago lo aprecian, y están dispuestas a pagar “el impuesto revolucionario” porque reciben algo concreto a cambio.
Erradicar Iswap y otros grupos yihadistas no será fácil. Estados Unidos lo ha comprendido y tiene la intención de dejar que otros lo hagan.