El legado de Benedicto XVI: Continuar con la reconstrucción del postconcilio
El legado de Benedicto XVI consiste en retomar la cuestión del Concilio y del postconcilio donde él la dejó, continuando con la contención de las tendencias más destructivas y prosiguiendo con la reconstrucción. Para el Papa Francisco, sin embargo, el debate sobre Concilio y postconcilio se ha terminado y la Iglesia está aún en una posición de conservación, no de salida. La cuestión de la Misa tridentina es una prueba de ello. Aún así, la multitud de fieles que ha ido a Roma para despedir al Papa Ratzinger demuestra que su legado pertenece a la épica religiosa. Francisco no podrá ignorarlo.
Ahora que el funeral celebrado el miércoles ha marcado el final del período inmediatamente posterior a la muerte terrenal de Benedicto XVI y se han recordado los diversos aspectos de su grandeza, uno no puede evitar mirar hacia delante y preguntarse qué quedará de su legado en un futuro próximo. Para algunos quedará poco o nada de ella, porque las posiciones oficiales de la Iglesia actual ya parecen haber superado a las de Benedicto XVI, su muerte habría eliminado un escollo y continuar por el nuevo camino ahora debería ser más fácil. Por otro lado están los “continuistas”, según los cuales el pontificado de Francisco está en la línea del de Benedicto, que hasta ahora simplemente se ha desarrollado de acuerdo con las premisas que él estableció y así seguirá siendo. Ambas posturas me parecen insatisfactorias. Por lo tanto, voy a intentar presentar otra.
Ratzinger/Benedicto representa una época, la del Concilio y el postconcilio. Él encarnó la interpretación más equilibrada de aquella época, logrando elaborar un cuadro convincente de la misma de tal manera que no dejó (casi) nada fuera, ni siquiera los errores cometidos y las cuestiones que siguen abiertas y por reconsiderar. Su legado, por tanto, consiste en retomar todo el asunto desde donde lo dejó, sin llevar a cabo una transición de una época a otra, continuando con la contención de las tendencias disolventes y prosiguiendo con la reconstrucción. Francisco, en cambio, pretende dejar atrás esta época que, según él, considera que la Iglesia todavía está en una posición de conservación y no de salida. Quiere ser postconciliar. Es cierto que se refiere a menudo al Concilio, pero precisamente para decir que ya no hay que detenerse en él y en la época que inauguró. El debate entre Concilio y postconcilio se ha acabado para él. La prueba más clara de esta posición, entre las innumerables que podríamos mencionar, fue el motu proprio Traditionis custodes, que estableció que la “cuestión litúrgica” había terminado y, con ella, la “cuestión” de toda una época. Pero ésta era precisamente la cuestión principal que Benedicto XVI consideraba necesario dejar abierta.
Si esta síntesis mía tiene algo de verdad, la solución “continuista” se cae por su propio peso. ¿Y qué sucede con la otra? ¿Es la que queda de pie? ¿Quiere decir esto que el nuevo paradigma se impondrá definitivamente, la época conciliar y postconciliar será borrada y la resistencia aplastada? No lo creo, y explicaré por qué.
Lo que hemos visto en los últimos días pertenece al género de la épica religiosa: Cuántas personas han rendido homenaje a Benedicto, cuántas personas han declarado implícitamente que se han sentido “tocadas” por él, cuántos han testificado que su muerte terrenal no es la muerte de su legado sino más bien lo contrario, cuántos han revivido el discurso de Ratisbona del 12 de septiembre de 2006 y sus otros escritos, cuántos se han ocupado de casos no resueltos como la prohibición de hablar con sabiduría para que no se tergiversara la verdad sobre él. Por supuesto, también hemos visto otras actitudes, por lo general bastante mezquinas, como siempre ocurre en estos casos. Pero la adhesión de inteligencia y corazón de los fieles a Benedicto ha sido impresionante y, visto lo visto en estos días de su muerte y funeral, el legado de Benedicto no se desvanecerá tan pronto, sino que toda la Iglesia se verá afectada durante mucho tiempo.
Incluso me atrevería a decir que Benedicto y su legado influirán en la Iglesia aún más después de su muerte física que antes, cuando estaba vivo. Todos recordamos sus dos últimas intervenciones públicas: una sobre los abusos del clero y otra sobre el celibato sacerdotal con el cardenal Sarah. Estas dos intervenciones “frenaron” algunos procesos negativos y evitaron decisiones que quizá ya se habían tomado pero estaban congeladas. Con su muerte esto ya no será posible, pero esta labor la continuarán a partir de ahora aquellos que han asumido su legado. Esto representa una fuerza aún mayor, primero porque contarán con la ayuda de un “mecenas celestial”, y segundo porque la causa estará alejada de las contingencias de la historia, adquiriendo así un valor emblemático y, por tanto, más movilizador.