EL FENÓMENO

El hombre inútil: el problema es la modernidad

El uso de robots y la tecnología en general hacen que el hombre esté “anticuado”, según el título de un libro de Anders. Pero el problema, más que en la tecnología, radica en el pensamiento moderno que niega la similitud del hombre con Dios y lo compara con un simio. Si el hombre se guía por sus pasiones en lugar de por la razón, podemos hacer con él todo lo que hacemos con los animales...

Creación 02_11_2021 Italiano English

En París se ha abierto una pizzería sin pizzero. Ni siquiera hay una persona en caja o un camarero. En su lugar hay un robot. Todo está automatizado. Los comentarios son entusiastas: “¡Fantástico!”, “¡Increíble!”. Parecen los comentarios de un grupo de niños ante un juguete nuevo y sofisticado. En realidad, es sólo un ejemplo entre muchos de un fenómeno que debería suscitar una reflexión más madura. Tomemos el ejemplo del Telepass: ahora hay varias salidas de autopista totalmente automatizadas. O las cajas automáticas de los supermercados. Pensemos en la unión cada vez más fuerte entre la ingeniería mecánica y la inteligencia artificial, que pretende producir robots que sustituyan a los humanos. Y es que los seres humanos se ponen enfermos, tienen embarazos, hacen huelga, cuestan dinero. Los robots no.

En este punto, me gustaría dedicar una digresión a Boston Dynamics. Es una empresa que nació en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, el famoso MIT; en 2013 fue comprada por Google, en 2017 por el grupo japonés SoftBank y en 2020 por Hyundai. Todo el mundo ha visto vídeos de los productos de la empresa: robots bailarines, perros robot (ver aquí). Qué bonitos, ¿verdad? Muy gracioso el perro robot. Sin embargo, personalmente cuando vi estos vídeos sentí un escalofrío de terror. ¿Qué pasaría si estos robots se utilizaran contra los humanos? ¿En guerra o contra la población civil? Unos meses después, aquí está la confirmación (ver aquí).

Pero volvamos al tema original. El uso de robots, y de la tecnología en general, tiene como objetivo sustituir al ser humano que, en este punto, se convierte en algo “anticuado”. Éste es el tema de un libro en dos volúmenes del filósofo alemán Günther Anders titulado La obsolescencia del hombre. Su tesis es la siguiente: desde el punto de vista productivo, la máquina ha llegado a ser mejor que el hombre, que por lo tanto se ha quedado anticuado. No se trata de herramientas neutrales: las máquinas han cambiado el mundo de tal manera que el hombre se ha quedado atrás, no sólo operativamente sino también en términos de pensamiento. Estas ideas se parecen mucho a las de Ted Kaczynski, el famoso “Unabomber”. En su manifiesto, Kaczynski explica que la tecnología está reduciendo cada vez más los espacios de libertad humana, modificando (también a nivel simbólico) el mundo en el que vivimos.

Si Anders y Kaczynski tienen razón, el hombre, una vez obsoleto, será definitivamente inútil. Llegados a este punto, se abren los escenarios maltusianos: ¿por qué mantener a la humanidad con vida, dado que es inútil? Dado que los costes de mantenimiento son mayores que los beneficios...

Está claro que el problema en este punto no es la tecnología, sino la propia modernidad. Sacar al hombre del centro de la creación, negar su semejanza con Dios y afirmar su semejanza con el mono, olvidar la razón para transformar al hombre en un ser movido por las pasiones (como los animales) no puede tener otra consecuencia que tratar al hombre como un animal. Por lo tanto, todo lo que se hace con los animales (experimentos, caza de selección o cría intensiva, inseminación artificial, eutanasia, vacunas periódicas, correas y bozales...) se puede hacer con los humanos.

Normalmente, lo que hace que este pensamiento sea aceptable (porque se acepta), es la idea de que todo esto recaiga sobre los demás. Esto es un error. Cuando alguien dice que “somos demasiados en esta tierra”, quiere decir que yo sobro; cuando alguien dice que hay que reducir el CO2, quiere decir que yo soy el exceso de CO2. Esto es inaceptable y, de hecho, no lo aceptamos. Cuando no nos gusta algo gritamos, damos un puño en la mesa y, cuando volvemos a abrir los ojos, esperamos que haya desaparecido. No creo que eso funcione. Tal vez deberíamos pensar en ello un poco más seriamente.