San Leónidas de Alejandría por Ermes Dovico
SEDE VACANTE

El fin de un pontificado marcado por el “cambio de paradigma”

En estos doce años el Papa Francisco ha dado a la Iglesia un impulso decisivo hacia la autosecularización que ha acabado con la propia figura papal reducida a una voz entre muchas otras en el debate sobre los temas de actualidad.

Ecclesia 22_04_2025 Italiano English

El pontificado del primer Papa jesuita de la historia ha llegado a su fin: las oraciones de todo el pueblo cristiano se ofrecerán en sufragio por el alma del Pontífice fallecido durante los tradicionales novenarios. Desde la tarde de aquel 13 de marzo de 2013, cuando Francisco se asomó a la abarrotada plaza saludando a todos con un sencillo “buenas noches”, han pasado ya más de doce años. Años en los que el “cambio de paradigma” arrancó con el acelerador a fondo, pero también con el freno de mano echado dada la presencia de un Benedicto XVI silencioso, pero vigilante.

Este juego de fuerzas opuestas se entendió muy bien durante el Sínodo sobre la Familia, que dio lugar a la conocida exhortación postsinodal Amoris Lætitia, en la que quienes querían introducir elementos evidentes de ruptura tuvieron que contentarse con “desviarlos” en las notas. Luego vinieron los Dubia de cuatro cardenales —Caffarra, Burke, Brandmüller, Meisner— que nunca obtuvieron respuesta, señal de que el Papa quería seguir su camino sin dar razones de su actuación, ni siquiera a quienes están más estrechamente unidos al papa en el gobierno de la Iglesia universal, en razón de su nombramiento cardenalicio. La línea inicial fue, en cualquier caso, el intento desesperado de mostrar una supuesta “continuidad” entre el Papa alemán y el argentino, lo que llevó al ridículo caso de monseñor Darío Edoardo Viganò, obligado a manipular la respuesta de Benedicto XVI a la solicitud de un texto de respaldo a la teología del Papa Francisco, presentado en una colección de once pequeños volúmenes editados por la Librería Editrice Vaticana.

Luego fue el turno del Sínodo sobre la Amazonía, con el claro intento de hacer facultativo el celibato sacerdotal, que naufragó por la oportuna publicación del libro Desde lo más profundo de nuestro corazón, de Benedicto XVI y el cardenal Robert Sarah. Luego se publicaron las encíclicas sociales Laudato si' y Fratelli tutti, cuya carga no será fácil de eliminar, dado que difieren en muchos puntos de la enseñanza de la doctrina social católica.

Un nuevo Sínodo sobre la sinodalidad sellaba la “conversión sinodal” de la Iglesia, con posiciones de apertura sobre temas candentes como las bendiciones de parejas del mismo sexo, el diaconado femenino, el ejercicio de la autoridad en la Iglesia; todos ellos aspectos que provocaron una nueva serie de Dubia por parte de cinco cardenales: Burke, Brandmüller, Sarah, Zen y Sandoval. El 2021 fue el año de Traditionis custodes, que borró de un plumazo el otro motu proprio del Papa Benedicto, Summorum Pontificum, y puso de manifiesto una ceguera llena de rencor hacia células vivas de la Iglesia y del rito más difundido, hasta hace unos pocos años, además de uno de los más longevos de la Iglesia latina. Fue un golpe al corazón para muchos católicos, practicantes o no del rito antiguo, pero también para el propio Ratzinger, que había dedicado su vida a esta laboriosa e indispensable reconciliación interna de la Iglesia.

Con la muerte de Ratzinger se produjo el colapso: tras la destitución del cardenal Ladaria, el nombramiento de Fernández para el Dicasterio para la Doctrina de la Fe aceleró aún más la disolución interna del catolicismo, que alcanzó una crisis sin precedentes con la publicación de la declaración Fiducia supplicans. Éste y otros nombramientos de hombres totalmente desprovistos del sentido de la Iglesia, ampliamente ideologizados y caracterizados hasta la médula por lo que el Papa Benedicto había bautizado como “la hermenéutica de la ruptura”. Y, en no pocos casos, también por una conducta moral que resultaría ser todo menos íntegra.

Por si fuera poco, la propia figura del Papa sale destrozada tras estos años de pontificado. Desde la primera “tímida” entrevista a Eugenio Scalfari, comenzó un pontificado que se desarrolló en la plaza mediática, complaciendo sus cánones y expectativas, hasta el “sello mediático” de un pontificado que se ha cerrado con las dos últimas apariciones públicas de Francisco, si se exceptúan las fugaces y “silenciosas” apariciones en silla de ruedas de estos últimos días, en el programa de Fabio Fazio y en el Festival de San Remo respectivamente. Intelligenti pauca.

El sucesor del apóstol Pedro, que existe para confirmar con su palabra franca y ponderada la fe de los hermanos, se volvió omnipresente en los medios de comunicación: entrevistas “oficiales” concedidas en el avión al regreso de sus viajes apostólicos y otras menos oficiales, apariciones habituales en programas de televisión, documentales e incluso mensajes en TikTok. La salvación eterna, la vida moral y sacramental y la persona de Jesucristo se llevaron a la plaza pública con expresiones chapuceras y descuidadas, enseñanzas incompletas o afirmaciones engañosas. Como cuando el Papa Francisco se inventó que “todas las religiones son un camino para llegar a Dios”, sin más precisiones, anulando con estas pocas palabras la verdad de que solo en Jesucristo hay salvación, por ejemplo.

Esta “omnipresencia” mediática ha sufrido la consecuencia inevitable de toda sobreexposición: la palabra del Papa se ha convertido en una más, quizás un poco más autoritaria por su antigüedad y su prestigio moral, pero nada más. Lo que el público lee o escucha ya no se considera la palabra del sucesor de Pedro, que aún hoy hace resonar la fuerza de la palabra del Señor, sino la opinión de un hombre que se mezcla con la cacofonía de muchas otras voces.

Si el Papa ya no habla para enseñar la verdad de Jesucristo, sino para expresarse con improvisación sobre los temas más variados del momento, entonces, a los ojos de los hombres, el sentido del cargo que Dios le confió en el momento de su aceptación se diluye hasta ocultarse detrás del simple hombre que ocupa ese cargo. El Papa “no debe proclamar sus propias ideas, sino vincular constantemente a sí mismo y a la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y dilución, como frente a todo oportunismo”. Así lo dijo Benedicto XVI en su homilía de investidura en la Cátedra Romana: Francisco ha hecho exactamente lo contrario. El justo duelo por la muerte del Papa no debe borrar hipócritamente esta amarga realidad. Por el bien de la Iglesia.

¿Se percibe ahora la Iglesia más cercana al hombre de hoy, con esta sobreexposición mediática de Francisco? La dramática verdad es otra y hay que tener el valor de reconocerla: lo que ha llegado al hombre moderno no es “la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad” (1 Tim 3, 15), sino aquella imagen de la Iglesia que queda tras el “lifting” de los criterios mediáticos, más parecida a una modesta organización espiritual y humanitaria, útil al sistema de moda mientras le sirva mansamente. El pontificado de Francisco, que ha hecho de la denuncia de la mundanidad su caballo de batalla, ha imprimido de hecho una aceleración sin precedentes a la autosecularización de la Iglesia. Recemos para que el nuevo pontífice tenga la fuerza de la verdad para un decidido cambio de rumbo.