San Carlos Borromeo por Ermes Dovico
ENTREVISTA

Don Bux: La Iglesia no puede cambiar la Doctrina

A aquellos pastores que sostienen la necesidad de cambiar la enseñanza sobre la homosexualidad y otros temas morales, hay que recordarles que la Iglesia no tiene autoridad para cambiar “ni una i ni una tilde” de la Revelación, de la que el Catecismo es fiel intérprete. El Catecismo puede “cambiar”, es decir, desarrollarse, solo en el sentido de hacer progresar la comprensión de la Doctrina, pero sin alterarla. La Brújula Cotidiana (La Nuova Bussola Quotidiana) entrevista a don Nicola Bux.

Ecclesia 03_11_2025 Italiano English

El viernes 24 de octubre por la tarde, en Roma, en la basílica de San Lorenzo in Lucina, el cardenal Matteo Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), presidió las solemnes vísperas según el rito antiguo en el contexto de la XIV peregrinación jubilar “Summorum Pontificum ad Petri Sedem”, comúnmente denominada “el jubileo de los tradicionalistas”.

Al margen de la celebración y de la tercera asamblea del Camino sinodal de las Iglesias en Italia, hemos recopilado algunas reflexiones de don Nicola Bux, teólogo y antiguo consultor de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre temas de actualidad eclesiástica y teológica.

Algunos pastores han sostenido que el Catecismo puede ser modificado. ¿Es teológica y doctrinalmente posible cambiar la enseñanza de la Iglesia, por ejemplo, sobre la homosexualidad u otros temas morales?
La Iglesia basa su enseñanza en la Revelación hecha por Dios y cumplida en Cristo, contenida en la Sagrada Escritura. Basta recordar Génesis 1,27: “Y Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó: varón y hembra los creó”, y Mateo 19,4: “¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los creó varón y hembra?”. La Iglesia no tiene autoridad para cambiar “ni una i ni una tilde” (Mt 5,18) de estas palabras, sino solo para darlas a conocer y custodiar: para eso sirve el Catecismo.

Hoy en día, muchas corrientes culturales influyen también en el lenguaje eclesial. ¿Existe el riesgo de dejarse condicionar por ideologías ajenas a la Tradición católica?
San Pablo ofrece un criterio siempre válido: “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno”(1Ts 5,21). Esto significa que hay que examinar cada propuesta, idea o comportamiento y conservar solo lo que es bueno y verdadero. Para el cristiano, el criterio de la verdad es Cristo mismo: cada pensamiento o teoría se sostiene o se derrumba en relación con Él. Por eso hablamos de una antropología “en Cristo”, y no simplemente de concepciones humanas cambiantes.

¿Cómo se distingue, según la doctrina católica, entre la acogida de la persona y la aprobación del comportamiento?
El concepto de persona, elaborado en el Concilio de Calcedonia para expresar el misterio de Cristo, nos enseña que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (CIC, 362). Ser hombre y ser mujer es una realidad buena, querida por Dios (CIC, 369). Acoger a la persona significa reconocer esta verdad original. Pero la acogida no puede significar la aprobación del comportamiento si este se desvía del bien: así como la medicina corrige lo que es patológico, la pastoral auténtica tiene como objetivo sanar, no confirmar el error. La ideología de género, como ha recordado varias veces el Papa Francisco, es un error de la mente humana: acoger significa acompañar hacia la verdad, no justificar la mentira.

¿Es compatible la doctrina sobre la sexualidad con la pastoral de la misericordia invocada por el Papa Francisco?
La verdadera misericordia no consiste en dejar a la persona en el pecado, sino en ayudarla a convertirse y a encontrar la verdad. Donde el pensamiento “genderista” ha generado sufrimiento, como en el fenómeno de los detransitioners [personas arrepentidas de haber emprendido la llamada “transición de género”, ndr], se ven las heridas producidas por una mentira que ha afectado al cuerpo y al alma. El cuerpo no está a nuestra disposición, sino que es un don de Dios. Ir contra la realidad del cuerpo significa oponerse al propio Creador: es un engaño que adquiere los rasgos del anticristo, cuando incluso un pastor de la Iglesia llega a respaldarlo.

¿Qué respondería a quienes acusan a la doctrina católica de ser “exclusiva” o “no inclusiva”?
Les respondería que sí, en cierto sentido lo es, porque sigue a Jesucristo, quien dijo haber venido “a traer división” (cf. Lc 12,51). Cristo no busca el consenso, sino la verdad: su “inclusión” es la de quien acoge la salvación en la verdad. La enseñanza de la Iglesia no es conformismo con las modas o los poderes del mundo, sino fidelidad a Aquel que dijo: “El que no está conmigo, está contra mí” (Mt 12,30). La libertad cristiana consiste en seguir la verdad, incluso cuando divide.

El Catecismo define los actos homosexuales como “intrínsecamente desordenados”: ¿Se trata de una expresión lingüística superable o de un juicio irreformable?
Dios es el Creador del orden, y el orden es la disposición recta de las personas y las cosas hacia un fin. La fuente de todo orden es la Sabiduría Divina. El desorden moral es, por tanto, una negación de Dios mismo. El Catecismo no utiliza aquí un lenguaje superable, sino que expresa una verdad ontológica, arraigada en el ser de las cosas. Como recordaba Gustave Thibon, “la libertad es hija del orden”. Y Séneca escribía: “Ser libre es obedecer a Dios”. Donde falta el orden, reina la mentira del Maligno.

Monseñor Francesco Savino, vicepresidente de la CEI y obispo en Calabria, ha celebrado recientemente la misa de la peregrinación jubilar de algunos grupos LGBT y ha hablado de la necesidad de una “Iglesia que cambia”. ¿Permite la Tradición una reinterpretación de las verdades en función de los tiempos?
Como recordó Juan XXIII al inaugurar el Concilio Vaticano II, el problema del mundo es siempre el mismo: estar con Cristo o contra Él y su Iglesia. El progreso de la doctrina no es un cambio de fondo, sino un desarrollo orgánico, como el crecimiento de un cuerpo: al llegar a la edad adulta no se añade un nuevo miembro, sino que se madura lo que ya existe. No es la Iglesia la que debe cambiar para adaptarse al mundo, sino cada cristiano el que debe convertirse a la verdad inmutable que es Cristo Señor.

¿De qué manera la autoridad del Magisterio vincula a los obispos en la enseñanza de la fe?
Porque su autoridad se ejerce in persona Christi. Como recordaba el Papa León Magno, ante Cristo el obispo debe “desaparecer”. El Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solo lo que ha sido transmitido (Dei Verbum, 10; CCC, 86). Cuando un pastor propone un “evangelio acomodaticio y flexible”, deja de ser maestro de la fe y se convierte en eco del mundo. La fidelidad al depósito de la fe es la verdadera caridad hacia las almas.